Diego Maradona fue un artista del fútbol. Lo aseveran millones de fanáticos, argentinos y no argentinos, de estudiosos y neófitos en el balompié. También lo expresa Paolo Sorrentino, el cineasta italiano que lo idolatra desde antes de que el 10 trasandino arribara a su natal Nápoles en 1984 y construyera una leyenda en el club de la ciudad durante ocho gloriosos años.
Una frase del delantero adorna el inicio de su última película, Fue la mano de Dios (ya disponible en Netflix): “He hecho todo lo que he podido y no creo que me haya ido mal”. Se la atribuye al “mejor futbolista de todos los tiempos”. Sin vacilaciones.
Lo que viene después no es precisamente un largometraje sobre el día en que Maradona le anotó dos goles para la historia al inglés Peter Shilton (uno de ellos, con la mano) en el Estadio Azteca, en el Mundial de 1986. Pero ese episodio es parte del filme y su amor por la figura del jugador palpita en la historia incluso cuando el foco está en cualquier otro lado menos en la cancha.
Tras convertirse en un director de prestigio en cine y en televisión (Il divo, La gran belleza, The young pope), el realizador construye en Fabietto Schisa –interpretado por la joven revelación Filippo Scotti– a un personaje a su semejanza: un chico esmirriado, tímido, introvertido, observador.
No hay nada que lo emparente demasiado con los protagonistas desbordados de sus anteriores películas, y formalmente la cinta es notablemente más sobria que cualquiera de sus trabajos previos, habitualmente empecinados en capturar lo profano y lo sublime en el mismo instante.
Su nueva película retrata con pulcritud el mundo alrededor de Fabietto, partiendo por su extravagante y amplia familia, continuando con su despertar sexual, y terminando en su creciente interés por el cine. También es un matizado retrato de la vida en Nápoles en la época y, por supuesto, del furor que desató Maradona en su llegada a la urbe.
¿Qué es real? ¿Qué es ficticio en la trama? Al director no podría importarle menos entrar a realizar ese examen, porque recuerdos y trucos de narración se mezclan en un tejido conmovedor y cocinado a fuego lento.
“Lo que no ficcioné, a lo que me mantuve fiel, a lo que quería ser auténtico, era a los sentimientos que sentía cuando era niño: asombro, alegría, jovialidad, dolor, sufrimiento, insuficiencia, inseguridad. La película está muy cerca de mi vida en lo que respecta a lo que yo estaba pasando”, explicó el director al medio IndieWire.
Esta era una cinta que Sorrentino llevaba queriendo hacer toda una vida. Pero no fue hasta la llegada del Covid, y la paralización de sus nuevos proyectos en Estados Unidos, que se propuso intentar filmarla. También, pasado los 50, se sintió con la edad suficiente, según ha dicho, para finalmente llevar a la pantalla el traumático hecho que estremeció su vida y lo unió para siempre a Maradona.
En 1987, cuando tenía 17 años, sus padres le dieron por primera vez permiso para viajar fuera de la ciudad a ver a Maradona y sus compañeros en un partido que los enfrentaba contra el Empoli. Desafortunadamente, Sorrentino no terminó llegando al estadio a ver al equipo de sus amores, pero sí alcanzó a salir de la urbe y no estaba en su hogar cuando sus papás murieron accidentalmente debido a una intoxicación por monóxido de carbono.
Por la magnitud de la tragedia, el realizador en algún momento pensó que Fue la mano de Dios se quedaría solo en un guión que les mostraría a sus hijos, un escrito que sirviera como íntimo tributo a sus progenitores. Sin embargo, terminó rodando la película en un espacio de ocho semanas en plena pandemia y se convirtió en uno de los filmes más elogiados del último año, incluido un premiado paso por el Festival de Venecia.
Fue un proceso de ribetes terapéuticos, ha admitido, aunque no todo fue satisfactorio. Lo que más lamentó fue que Maradona, fallecido en noviembre de 2020 a los 60 años, no alcanzó a ver la cinta. “Una de las razones por las que hice la película fue para poder mostrarle, finalmente, el significado que tenía para mí en mi vida, y para tanta gente en Nápoles”, ha indicado. Su destinatario no logró recibir el mensaje, pero el resto de los mortales pueden atestiguar todas sus virtudes.