Sobre todo, el mundo lo conoció con la encarnación notable de Robert Carlyle en la película Trainspotting, de 1996, y que tuvo su segunda parte en 2017. Es probablemente el personaje más llamativo de la pandilla de gamberros escoceses formada además por Renton, Spud, Sick Boy y Tommy. Es aficionado a la ultraviolencia, al alcohol, a las peleas en bares, las palizas y los robos.
Escrita en 1993 por el escocés Irvine Welsh, Trainspotting tuvo una secuela, Porno (2002), donde Francis Begbie aparecía saliendo de la cárcel, tras haber caído preso. Posteriormente, Welsh publicó una precuela llamada Skagboys (2012), donde los personajes aparecen a inicios de la década de los 80, bajo la conservadora Gran Bretaña de Margaret Thatcher, años antes de los hechos del primer libro. Ahí, Begbie aparecía como un callejero rudo que mostraba rasgos sicopáticos.
Ahora Begbie está de regreso. En rigor, volvió en 2016, pero en lengua inglesa, ahora se concreta la llegada a Chile en castellano de El artista de la cuchilla, la nueva novela de Irvine Welsh, publicada por Anagrama. En términos cinéfilos, es un spin-off de la saga de Trainspotting dedicado al pandillero.
La novela se ambienta en pleno siglo XXI. Begbie usa celular y lee libros en Kindle. Lo más importante: Francis Begbie ya no es Francis Begbie. Se ha cambiado el nombre a Jim Francis, y ya no vive en Escocia, sino en California. Ocurre que en la cárcel conoció a una arte terapeuta, Melanie, una hermosa estadounidense con quien se casa, se establece y tiene dos pequeñas hijas que ahora constituyen su mundo. Se ha vuelto un padre devoto y cariñoso. Decidido a no perder más el tiempo en peleas y actos delictuales, Jim decide encauzar su vida, cual John Lennon cuando dejó la música en 1975 para dedicarse a la crianza de su hijo Sean.
Eso sí, Begbie no es la primera vez que es padre. En Escocia también están Sean y Michael, ya hombres jóvenes, hijos de un matrimonio anterior que terminó mal. A diferencia del trato que les otorga a las pequeñas, con ellos nunca tuvo mayor relación ni se preocupó de asegurarles un bienestar. Menos de entregarles cariño.
En California, Jim Francis ya no anda vagando por las calles borracho y violento. Ahora es un artista que se dedica a un tipo muy particular de escultura: bustos y rostros de famosos, desfigurados y mutilados. De alguna manera, el arte le sirve para encauzar toda su ira y su violencia, lo cual termina con convertirlo en un personaje apacible y que dejó atrás su pasado. Jim se está tomando una revancha con la vida.
Incluso, tan en serio es la idea de partir de cero, que su esposa no toma el apellido Begbie, sino Francis. Son señor y señora Francis.
Pero, como dice Bob Dylan, en un simple giro del destino, el pasado nunca se va del todo. Un buen día su hermana Elspeth llama desde Edimburgo a la casa de California para informarle que su hijo Sean ha fallecido. Fue asesinado en extrañas circunstancias. A su pesar, Jim Francis debe ir a Escocia a los funerales de su retoño. Ahí lo espera su vida anterior.
Punk que no escucha punk
En una entrevista con The Guardian, de abril del 2016, Welsh comentó por qué decidió retomar al célebre Begbie. “Los personajes se estrellan contra tu conciencia. The Big Issue me pidió que hiciera una historia de Navidad hace un tiempo y Begbie, la encarnación del infierno navideño, violenta, llena de odio, me vino a la mente. Pensé que sería bueno invertir todo, que Begbie fuera el tipo más autocontrolado de la sala. Esta idea me cautivó”.
Welsh reconoce que el eje central de este nuevo libro es justamente la tensión que persigue a Begbie. “En El artista de la cuchilla sus dos bandos luchan. Ha aprendido a controlarse a sí mismo a través del descubrimiento del arte y la educación, pero todavía tiene esta ira, violencia y sadismo dentro de él”.
El escritor y periodista chileno Antonio Díaz Oliva es un fan de la literatura de Irvine Welsh, y consultado por Culto, se muestra entusiasmado por el retorno de Begbie. “Es uno de mis personajes favoritos de la franquicia Trainspotting porque es el más brutal, el más puro en el peor sentido de la palabra, el punk que no escucha música punk. Recuerdo que cuando vi la película por primera vez me daba miedo ese personaje. Se me quedó grabada la escena del bar”.
“También recuerdo, al ver la película (vi la peli antes de leer la novela), que cuando al final Mark lo estafa sentí un alivio. Ya nunca más vería a Begbie, pensé. Por supuesto que estaba equivocado. Como esos fantasmas de Shakespeare, el pasado siempre nos persigue. Y en el caso de Mark ese pasado es Begbie”, agrega el autor de La experiencia formativa.
- ¿Consideras que Trainspotting es una saga que ha envejecido bien para que tenga un episodio más?
-Creo que sí. Cuando hablé con Welsh para Puerto de Ideas me dijo una idea que me ha hecho repensar sus libros. Sus libros no son tanto sobre drogas y música y los barrios bajos de la sociedad inglesa; son libros sobre lo que sucede en la era postindustrial. Welsh me dijo algo que como que la gente se droga porque no le encuentra sentido a su vida. Y eso es algo que, por ejemplo, va a suceder más y más con la robotización de los trabajos. Mientras menos trabajos haya, entonces la gente va a buscar otras formas de “darle sentido” a su vida; ya sea a través de la música, drogas, etc. Así que estoy de acuerdo: todos los libros de Welsh son sobre la era postindustrial.
Una escritura satírica
Dentro de sus libros, donde también hay volúmenes de cuentos como Acid house (1994) o Éxtasis (1996), Irvine Welsh ha desplegado una particular forma de escritura. Bastante directa y vertiginosa, sin grandes despliegues técnicos, pero que se presta perfecto para las historias que narra.
“Es un escritor satírico, algo quien explora la depravación, la escoria; alguien que excava y saca a la luz nuestras obsesiones más oscuras –señala Díaz Oliva–. En los noventa era un autor que la gente leía en las discotecas, onda haciendo la previa antes de que se llenara la pista de baile para bailar Pulp. Ahora es el autor que la juventud de los noventa lee para recordar, o olvidar, lo que fueron: drogadictos, depravados, etc”.
¿Existe algún símil de Welsh en nuestro país? Díaz Oliva no lo cree. “La figura de Welsh, pensando en Chile, es algo que no existe. Es un escritor que arma puentes entre la literatura y la disco. Su obra es irregular, pero por lo menos busca conectar con otras formas culturales que no siempre son consideradas por la literatura”.
“En Chile la literatura todavía es pensada, por las élites culturales progres, como algo de la ‘alta cultura’ –agrega Díaz Oliva–. ¿Por qué no hay libros sobre el trap, lo urbano, el dance?, ¿todo tiene que ser la literatura de los hijos? Welsh trata traumas sociales, pero lo hace sampleando tanto estéticas de la música bailable como la obra de Celine”.
De hecho, leer a Welsh es todo un desafío. En su idioma, usa mucho los aforismos escoceses, y en castellano, las traducciones llevan ese argot al español peninsular. “Intenté escribir Trainspotting en inglés estándar, pero la gente no hablaba así. El inglés estándar es muy imperialista, controlado y preciso; no tiene mucho funk o soul. Quería algo más performativo como la tradición narrativa gaélica, que es algo que quería capturar”, cuenta el autor en la citada entrevista con The Guardian.
El origen del mal
Un punto interesante en El artista de la cuchilla, no es solo que Begbie se enfrenta a sus antiguos colegas y lugares de Edimburgo, Welsh también hace el ejercicio de ir incluso más atrás, y muestra su dura infancia en una casa con un abuelo rudo. Además, indaga en el origen de la ira del personaje. Para ello, se remonta a su etapa de colegial, cuando recibía las burlas de sus compañeros y profesores por ser disléxico. Aunque un amigo solía defenderlo: Mark Renton.
En la charla con The Guardian, Welsh lo explica así: “Hace un tiempo vi un documental sobre delincuentes juveniles; probaron a estos chicos y algo así como el 80% eran disléxicos. Todos habían pasado por ese proceso de ser considerados problemáticos o estúpidos en la escuela. Begbie también aprendió desde una edad temprana que hay violencia en el sistema escolar; ha sido humillado y ha tenido que defender su forma de ser. En la década de los setenta, se entendía poco cómo la forma en que se trataba a las personas con dislexia en la escuela podía determinar su comportamiento”.
De hecho, el mismo Welsh también sufre de la enfermedad. “Tengo dislexia, pero he podido superarla porque es leve. Pero entiendo la humillación que conlleva la gente que no entiende que la dislexia no significa que seas estúpido o deliberadamente detestable”.
Como Begbie, quien a través de los audiolibros comenzó a superar la dislexia, Welsh también tuvo en lo auditivo un aliado. “Llegué a escribir a través de la música. Escribí canciones, me uní a bandas de dormitorio. Pero era una mierda en la música. Eventualmente, las canciones se convirtieron en poemas y los poemas se convirtieron en historias”.
¿Y cómo lo hace a la hora de escribir? Welsh explica: “La dislexia me hizo más reticente a escribir, pero me he acostumbrado. Tengo que hacer más ediciones, pero en esas ediciones adicionales recojo cosas que de otro modo me perdería. Puede hacer las paces con la dislexia cuando es leve, solucionarla e incluso aprovecharla”.
Como sea, Begbie comienza a indagar quién mató a Sean, y en esas andanzas habrán muertos, un incendio, cuadros destruidos y golpizas. Melanie decide viajar a Escocia a buscar a su marido, quien ha tardado más de lo que debía en regresar. Lo que ve la sorprende, lo mismo ocurre al lector, puesto que el asesino se revela de un modo inesperado. Sobre todo se sorprende de aspectos de la vida de su esposo que desconocía. ¿Habrá Begbie realmente elegido la vida, un empleo, una carrera, una familia?