Del negacionismo a la cultura del meme: los ejes de No Miren Arriba, la película del momento
La cinta de Adam McKay, que cuenta simbólicamente con un elenco rebosante en estrellas, está entre lo más visto del fin de semana en Netflix, gracias a una trama representativa de un mundo actual que habla sin tapujos del fin de la humanidad, condicionado por el cambio climático y la pandemia, pero donde nadie hace demasiado por tomárselo en serio.
La Tierra se acabará en un par de meses: un cometa viene en dirección hacia nosotros y arrasará con todo hasta sellar la extinción de la raza humana. Esa es la conclusión apocalíptica con la que en cuestión de minutos se topan dos astrónomos de poca monta y menos fama, el doctor Randall Mindy (Leonardo DiCaprio) de la Universidad de Míchigan y su alumna de doctorado Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence), lo que los obliga a advertir a las autoridades y a la población global de la cuenta regresiva hacia la hecatombe.
Por supuesto, nadie les cree mucho. O les creen, pero a medias. O les dan micrófono y tribuna, pero la advertencia tropieza con todos los vértices donde confluye parte del mundo actual, desde el populismo político hasta el negacionismo contra la ciencia; desde la cultura del meme vía redes sociales hasta el poder económico incontrarrestable de los gurús de la tecnología.
El mundo será historia, pero nadie parece atormentarse demasiado por el adiós definitivo. Quizás ese cruce con la realidad en días de cambio climático o pandemia desatada ha hecho que la cinta de Adam McKay se haya convertido en uno de los imperdibles del último fin de semana en Netflix, detonando desde críticas airadas hasta furor en redes sociales por retratar una realidad -como la nuestra- que empieza a caerse a pedazos.
Aquí, algunos puntos que explican el éxito de la sátira (advertencia: algunos párrafos o descripciones pueden contener spoilers).
*Mentiras y dudas desde la Casa Blanca
Hay una paradoja básica que recorre todo el filme: en la carrera por salvar el planeta, los principales enemigos serán curiosamente aquellos elegidos por la población para protegerlo. O sea, los políticos y las autoridades. De alguna forma, No miren arriba traza la silueta de dirigentes no dispuestos a creer en la ciencia -porque eso arruina sus planes- y, cuando ven que existe alguna evidencia real en la amenaza de un cometa, lo utilizan para sus fines particulares e ideológicos. O para camuflar sus escándalos privados o sus pronunciados declives de popularidad.
Incluso sabiendo que la existencia humana tendrá su punto final en cosa de meses: para un populista, todo vale, incluso en el adiós y más allá.
“Desde el punto de vista estadounidense, la película dibuja una caricatura radical de la administración Trump en particular y de los republicanos en general, con una antitrumpista como Meryl Streep impersonando a su archienemigo”, reseñó Esquire en alusión a Janie Orlean (Streep), la presidenta de Estados Unidos que con desgano y sólo por protocolo recibe en la Casa Blanca a los dos profesionales que han hecho el fatídico descubrimiento, primero sin darles crédito, para después poner a su propio equipo de científicos a descifrar el inminente apocalipsis.
En una segunda reunión, la mandataria cita a Winston Churchill para asumir su “error” y dice que efectivamente el mundo está en peligro y que harán todo lo posible por desviar el cometa. Gran idea: sobre todo cuando a la vuelta de la esquina están las elecciones legislativas y cuando hay un escándalo de su vida personal cercándola.
En un discurso que se emite de modo sorpresivo por cadena nacional, la presidenta anuncia su plan y nomina a un militar de dudoso pasado para que se lance en una misión suicida contra el letal cuerpo celeste. Todo es celebración, risas y fuegos artificiales: la aprobación de Orlean se dispara de forma inmediata a un 99%, tapando todos sus problemas y conflictos, en un operativo tan burdo como rentable.
Pero semanas después, cuando descubren que desintegrar el cometa no es lo rentable y que el accidente incluso les puede arrojar beneficios financieros, inician la campaña negacionista del “no miren arriba”, casi un calco del llamado de los más diversos líderes mundiales que en el último año dudaron del Covid-19 y sus consecuencias.
*El rol y las risas de los medios
Cuando en un principio ambos astrónomos son cuestionados desde la propia Casa Blanca, inician una desesperada carrera por hacer saber a los medios del próximo desastre natural que hará estallar todo. Llegan hasta el matinal El recorte diario, con dos presentadores anodinos, superficiales, ignorantones, buenistas -Cate Blanchett y Jack Bremmer- que sólo barnizan con superficialidad lo que es un evento científico de proporciones. Podría ser la representación de cualquier matinal de cualquier canal de televisión del planeta (ya alguna vez hace mucho Plan Z jugó con la idea de un matinal que tiene un segmento “serio” pero que jamás se toma en serio).
“Estamos para eso: para entregar una visión positiva de las cosas”, es la excusa de ambos cuando las preguntas hacia ambos científicos son frivolidad pura o cuando el conductor juega con el chistecito de que ojalá el cometa caiga y explote en la casa de su ex señora en Nueva Jersey.
Kate Dibiasky, el personaje de Lawrence, no da más y estalla en llantos y gritos. Resultado: en vez de escuchar su queja agobiada y encolerizada, se convierte en un meme. Su compañero, en vez de trazar distancia con el entramado de burlas, idiotez mediática y sobreexposición al que son sometidos, inicia un apasionado romance con la conductora del programa, convirtiéndose en otra celebridad más: el astrónomo más sexy del país o “el astrónomo al que me gustría cogerme”.
En su reseña, The New York Times comentó: “La humanidad no está interesada en salvar la Tierra, mucho menos en sí misma, como nos recordó la reciente cumbre climática de Glasgow. Somos demasiado entumecidos, tontos, impotentes e indiferentes, demasiado ocupados librando batallas triviales”.
*Una estrella fugaz
La cinta es dura con la cultura de las celebridades y como ellas ayudan o entorpecen la veracidad de la información que consumimos. Claramente que la cinta esté repleta de estrellas de Hollywood -muchas de ellas con causas políticas y ecológicas en la vida real- es un guiño a la idolatría desmedida que de pronto cae sobre cantantes, actores y artistas de naturaleza diversa (el reparto también tiene a Rob Morgan, Jonah Hill, Mark Rylance, Tyler Perry, Ron Perlman, Timothée Chalamet, Ariana Grande, Scott Mescudi, Cate Blanchett).
Quizás donde la trama es más elocuente en aquello es con el personaje de Riley Bina (Ariana Grande), una superestrella del pop cuya reciente ruptura sentimental compite a la par en programas y atención en redes sociales con el descubrimiento de un cometa que nos llevará a la desaparición.
De hecho, tanto los científicos como la cantante se topan en un set de televisión donde ambos son invitados: cuando le dupla de astrónomos comenta cuál será su tópico en la conversación, ella, simbólicamente, responde de vuelta: “qué genial, yo tengo una estrella fugaz tatuada”.
Con el planeta ya en peligro, Riley Bina se presenta en un acto redentor para presentar su nuevo single que clama por un mundo mejor y por una sociedad más justa, aferrándonos a lo que nos queda en el minuto del adiós, en clara parodia al estilo de salvataje universal desde los escenarios inaugurado hace décadas por nombres como Bono en U2.
¿Otra risotada contra el mundo del espectáculo? Sobre el final, y en coincidencia con el desastre, un actor ofreece entrevistas para publicitar el estreno de la película Devastación total, también de corte apocalíptico. Se trata, claro, de un actor que explica “en buena onda” la trama del filme y que sólo sonríe bien maquillado y vestido ante la singular “coincidencia” de que tal largometraje llegue junto al fin del mundo. “Una especie de Tom Cruise”, subraya Esquire.
En la misma línea quizás el minuto más hilarante del filme es cuando se burla de Sting, otro paladín de las buenas causas, difusor del yoga y el sexo tántrico como disciplinas para salvarse uno mismo, y un artista diplomático y de alta sensibilidad para preocuparse desde su mansión por los problemas del tercer mundo.
El doctor Oglethorpe (Rob Morgan), uno de los aliados del tándem de científicos, dice que una vez conoció a Sting en un ascensor. El músico se tiró un pedo, lo miró a los ojos y no le dijo nada.
Al parecer, ni el sensible corazón de Sting es capaz de conmoverse realmente con una tragedia.
*Somos los empresarios
Pero la huella más evidente de No miren arriba -además de sus dardos contra la clase política- está en la radiografía mordaz que hace de los empresarios de la tecnología que son capaces de torcer el destino completo de una nación, mucho más que cualquier presidente.
Con voz fina y aterciopelada, como la de un gurú inofensivo que susurra al oído, Mark Rylance encarna a Peter Isherwell, millonario, fundador y CEO de la compañía tecnológica Bash, alter ego de los grandes caudillos del rubro que desde las sombras cuadradas de una pantalla manejan nuestras vidas, como Tim Cook, Jeff Bezos, Elon Musk o inclusive el fallecido Steve Jobs. .
Cuando descubren que el cometa trae minerales que podrían servir para fabricar millones y millones de celulares, por supuesto abortan el primer plan -el militar suicida que simplemente desviaría el cuerpo celeste y nos salvaría a todos- y recurren a otro en que intentan extraer con precisión lo que sirve y lo que no, aunque esta idea es mucho más peligrosa para el bienestar humano. Da igual.
Los números están primero: ahora, lo que era una desgracia latente, se vende como la oportunidad que tendremos para que miles de personas pueden tener trabajo. El cometa creará empleos y felicidad. El cometa nos hará mejores.
Pese al éxito inicial de la cinta, muchos críticos han subrayado que no dice nada nuevo en comparación con otras que ya muestran el fin de nuestra era como algo posible pero en lo que nadie parece reparar. Incluso, que no dice nada nuevo cuando se observa con agudeza nuestro propio entorno.
“Un problema es que algunos de los principales objetivos de McKay aquí, específicamente en política y entretenimiento, ya ha alcanzado el máximo de autoparodia o tragedia (o ambas). ¿Qué queda para ensartar satíricamente cuando los hechos son ridiculizados como opinión, los terraplanistas asisten a conferencias anuales y los movimientos de teoría de la conspiración como QAnon se han convertido en poderosas fuerzas políticas?”, se pregunta The New York Times.
“No dice nada nuevo sobre cómo la desinformación se convirtió en causa política o sobre cómo los escándalos son el verdadero opio de las masas”, es aún más lapidario el sitio Roger Ebert. “No miren arriba piensa que está presionando muchos botones políticos inteligentes, cuando una y otra vez sólo señala lo obvio y lo fácil”, remata.
*Bonus track: en Chile se acaba el mundo
Para los espectadores de este lado del orbe, resulta singular que el fin del mundo tenga a Chile como punta de lanza: este país es el principio del fin. El cometa arreciará “100 kilómetros al oeste de la costa de Chile”, según los cálculos iniciales de los dos astrónomos, provocando nuestros ya conocidos tsunamis y terremotos, los que se replicarán por la faz de la Tierra.
No es la única alusión. En otro diálogo entre el personaje de Lawrence y su nueva pareja, se concluye que el gobierno de EE.UU. le pagará 90.000 millones de dólares al de Chile a cambio de que éste acepte que el tsunami con olas de mil metros de altura llegue a nuestra costa. O sea, un soborno hecho y derecho para seguir explotando la desgracia.
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