“Son las seis de la mañana. El sol por encima de los contrafuentes andinos esparce sobre la pampa una claridad deslumbradora. Bajo el cielo azul de una pureza extraordinaria, la parda superficie del desierto osténtase desnuda como una inmensa pizarra en la que un lápiz gigantesco hubiese trabado, repitiéndolos al infinito, los blancos caracteres de una misma fórmula. Son los rajos de las calicheras”.

Con estas líneas, Baldomero Lillo intentaba trazar las primeras palabras de La huelga, una novela que jamás vería la luz. O, al menos, no en su totalidad.

El fragmento corresponde a lo que probablemente hubiese sido el primer capítulo de dicha historia, inspirada en la huelga que los obreros del norte salitrero habían radicalizado en diciembre de 1907 y que, días después, tuvo el oscuro desenlace conocido como la Matanza de la Escuela Santa María de Iquique. Ese mismo año, Lillo publicaba su segundo libro, Sub sole, una colección de trece cuentos que trataban sobre la vida de los mineros, el inquilinaje y otras problemáticas sociales que cruzaban la vida de los obreros en la época.

Fotografía de la ciudad de Iquique en año de la matanza de la escuela Santa María, como consecuencia de la huelga de trabajadores del salitre.

Un par de años después, afectado por los hechos sangrientos que terminaron con la vida de miles de hombres, mujeres y niños de la pampa chilena, el escritor se desplazó hasta Iquique con la intención de empaparse con las problemáticas de los trabajadores más pobres de aquel sector. Su objetivo era escribir una novela que constatara lo que sucedía en el Norte Grande de Chile.

En esos años, su trabajo como funcionario del Ministerio de Educación le permitió realizar un viaje para resolver asuntos laborales en un colegio de la zona. Aprovechando la cercanía, el escritor recorrió las minas del salitre y se acercó hacia la escuela donde tuvo lugar la entonces reciente matanza obrera.

Ya en 1910, Lillo hizo el gran anuncio: en una conferencia en el Ateneo, donde fue invitado a leer un ensayo titulado El obrero chileno en la pampa salitrera, informó que se encontraba trabajando en una novela titulada La huelga, que estaría centrada en el conflicto social suscitado en el norte.

Sin embargo, el entusiasmo no fue suficiente para concretar la loable idea del escritor. De hecho, ni siquiera existen registros de que la novela haya alcanzado cierto nivel de avance. Al día de hoy, sólo hay disponibles cuatro borradores que fueron encontrados en el escritorio de Lillo, después de su muerte. Y dichos fragmentos, más que componer capítulos de la obra, parecen ser cuatro intentos del escritor por comenzar a redactar la historia.

Una vida interrumpida por la tuberculosis

Hugo Bello, Doctor en Literatura, es uno de los responsables de la edición crítica de la Obra Completa de Baldomero Lillo. Junto a Ignacio Álvarez, académico del Departamento de Literatura de la Universidad de Chile, conocen de cerca no sólo la vasta colección de cuentos que el autor elaboró a lo largo de su carrera, sino también elementos de su vida personal que influyeron en sus escritos.

Para Bello, todo indica que la no escritura de La huelga se vio afectada por el escenario con que Lillo se encontró al regresar de su viaje al norte: “Cuando vuelve a San Bernardo se encuentra con que su mujer está súper mal de salud a raíz de la tuberculosis. Para él, ese tiempo es bastante difícil porque no logra escribir mucho. Y después se empieza a agravar su propia salud. Sus últimos años los vive con la tuberculosis muy mal, muy agravada. Probablemente, la propia salud y la situación familiar de Baldomero complotaron contra la escritura de La huelga”.

Pero esa no fue la única piedra en el camino. Pese a compartir el escenario del modernismo y las influencias naturalistas de la época con otros autores, la particularidad de Lillo radica en la propiedad con que se refería a los temas que abordaba en su literatura. Su biografía personal le permitió presenciar de primera fuente las condiciones de vida de los mineros del carbón en Lota, a través de su trabajo en una pulpería. Esa cercanía lo distinguió de otros escritores.

Monumento a Baldomero Lillo en la mina Chiflón del Diablo.

Y fue esa cercanía la que no habría logrado alcanzar en su visita a Iquique. “Él llegó, fue a la escuela de Santa María, vio el escenario y todo, pero se dio cuenta de que para escribir una novela tenía que estar empapado de más experiencia, como la que había tenido en el sur de Chile con los obreros del carbón. Tuvo mucha cercanía con la experiencia de los mineros. Y sintió que eso le faltó para escribir La huelga”, explica Bello.

La época en los cuentos de Lillo

La producción literaria de fines del siglo XIX y principios del XX estuvo marcada por las influencias provenientes del continente europeo, particularmente de Francia. La publicación del Libro azul del poeta Rubén Darío marcó el arranque de las influencias naturalistas en Latinoamérica.

La literatura de Baldomero Lillo está profundamente arraigada a las corrientes de la época. Bello destaca que los primeros escritos del autor estuvieron especialmente permeados de las influencias provenientes de Europa. “Hay elementos que uno puede ver en los primeros cuentos de Baldomero que son de carácter exótico, medio extranjerizante, y nosotros en la publicación de la obra completa subrayamos ese elemento, que el mismo Baldomero edita sus cuentos. Le saca estos elementos que parecían tan ‘ajenos’”.

Tancredo Pinochet Lebrun y Alejandro Venegas son otros autores que a través de sus escritos estuvieron pendientes del desarrollo de la cuestión social en nuestro país. La corriente cultural generada por esos años se encargó de advertir las desigualdades socioeconómicas que se mantenían arraigadas en la sociedad chilena finisecular.

“Estos escritores empiezan a destacar la contradicción de una sociedad que por una parte celebra y se vanagloria de sus riquezas y avances científicos, del desarrollo alcanzado en algunas zonas del urbanismo, de la ciudad; pero, por otro lado, era un mundo donde los pobres vivían en condiciones absolutamente indeseables”, precisa el académico.

En el caso específico de Baldomero Lillo, Bello destaca dos características esenciales de su literatura. Por una parte, era un escritor que creaba historias a partir de su propia experiencia. Pero también, orientado, de cierta manera, por las modas literarias de su tiempo.

De todas formas, la mezcla del talento, experiencia y la pertinencia de existir en un tiempo y lugar determinados coronaron al autor chileno como uno de los escritores más importantes no sólo de su época, sino que de toda la historia de nuestro país.