En 1988, al término de un singular periodo de nueve años en que no estrenó ninguna película, Sidney Poitier repasaba sus primeras décadas en Hollywood. Su lugar en la industria, en sus palabras, “invitó a un sentido de responsabilidad insoportable: ser la única persona negra en todo MGM, excepto por el lustrabotas”.
Nacido en Miami en 1927, el actor encarnó la figura de un pionero, la descripción que se repitió en los tributos que le entregaron sus colegas y diversas personalidades este viernes, cuando desde Las Bahamas llegó la noticia de su fallecimiento a los 94 años, por razones que no fueron detalladas. “El hombre que expresó su rabia contra la injusticia racial a través de una dignidad tranquila”, definió Philip Davis, el primer ministro del país, al intérprete y activista que se convirtió en 1964 en el primer afroamericano en ganar el Oscar a Mejor actor, por Los lirios del valle.
Poitier tuvo que imponerse a la adversidad desde pequeño. Hijo de bahameños que se dedicaban a vender su cosecha de tomates, nació prematuro y tuvo que trabajar siendo niño. A los 15 partió a Nueva York, donde luego de cumplir diversos oficios para subsistir probó suerte en una audición en el American Negro Theatre. El rechazo –debido a su acento propio de las islas caribeñas– avivó un fuego interno que marcaría su trayectoria, según él mismo contó en su primer libro de memorias, This life (1980).
Logró iniciar una carrera en Broadway y en 1950 el director Joseph L. Mankiewicz lo escogió como parte del elenco de No way out, dándole el papel de un médico que era presentado como el primer afroamericano en cumplir esas funciones en una ciudad de Estados Unidos. En una época en que la industria ofrecía a los actores negros casi solo roles estereotipados y menores, Poitier se comenzó a abrir paso con actuaciones que lo revelaron como un talento innato, una presencia cálida y poderosa en pantalla que exigía mayores oportunidades pese a las limitaciones del momento.
En 1958 hizo dupla con Tony Curtis en The defiant ones, un drama dirigido por Stanley Kramer en que encarnaban a dos fugitivos. El personaje le concedió un premio Bafta y un Oso de Plata en el Festival de Berlín, así como su primera nominación a los Oscar. Y confirmó su interés por participar en proyectos que visibilizaran la discriminación racial, luego de irrumpir junto a John Cassavetes en Edge of the city (1957) y hacer Something of value (1957), de Richard Brooks.
Su momento de gloria llegaría en abril de 1964, cuando Los lirios del valle –donde interpretó a un trabajador itinerante que ayuda a unas monjas a construir una capilla en Arizona– le haría ganar el primer Oscar de su carrera. Una estatuilla que lo convertiría no solo en el primer afroamericano en alzar el galardón, sino que en el único en recibirlo en 38 años, hasta que Denzel Washington triunfó en 2002 por Día de entrenamiento y le agradeció en su presencia.
“Fue un privilegio llamar a Sidney Poitier mi amigo. Era un hombre amable y nos abrió puertas a todos quienes las habíamos tenido cerradas durante años”, lo despidió el actor ayer al conocerse su muerte. “A través de sus roles innovadores y su talento singular, Sidney Poitier personificó la dignidad y la gracia”, escribió el expresidente Barack Obama, quien le entregó la Medalla Presidencial de la Libertad de Estados Unidos en 2009. Otros nombres como Morgan Freeman, Tyler Perry y Michael B. Jordan también despacharon sentidas palabras. Pero, por supuesto, su influencia no fue solo entre el mundo masculino.
Oprah Winfrey, acaso la figura más poderosa del entretenimiento norteamericano, ha detallado que en un momento encontró fuerzas en las palabras que le compartió Poitier. Cansada por las críticas que recibía desde ciertos sectores de la comunidad negra –como alguna vez también le ocurrió al actor–, la animadora le transmitió su pesar en su primer encuentro. “Esto es lo que pasa cuando llevas los sueños de la gente”, le habría respondido el intérprete. Viola Davis y Octavia Spencer fueron otras de las actrices que se sumaron al tributo de Hollywood de este viernes.
Poitier iluminó un camino, y en ese sentido un año clave fue 1967, en que encadenó tres películas de trascendencia histórica y gran éxito en público: Al maestro con cariño, Adivina quién viene a cenar y En el calor de la noche. En esta última encarnó al policía de Filadelfia que al llegar a investigar un caso a Mississippi se enfrenta a un sheriff racista (Rod Steiger). Al mismo al que en un pasaje memorable le aclara: “¡Me llaman señor Tibbs!”.
También director ocasional, se mantuvo inactivo de la actuación hasta 1988. Su última etapa en la pantalla incluiría El Chacal (1997), junto a Bruce Willis y Richard Gere, además de interpretar a Nelson Mandela en una película para la televisión (Mandela and de Klerk) que le permitió estar entre los candidatos a los Emmy.
Nombrado en 1997 embajador de Las Bahamas en Japón, entre 2002 y 2007 en paralelo ejerció como embajador del país ante la UNESCO. Una de sus últimas apariciones públicas fue en los Oscar de 2014, que le dieron un galardón honorífico en 2002. “Miro hacia atrás y me pregunto qué fue lo que realmente me ayudó a superar los momentos en los que mi vida estaba en juego”, le dijo a The New York Times en 1988. Nadie mejor que él lo sabría, pero vaya vida.