Se les teme, sí, y muchos también dicen que su opinión no les importa. Pero a Horacio Piña, un artista mediocre, sí que le interesa lo que diga la sacramental Ingrid Mora, curadora y crítica de arte en un diario de circulación nacional. Cuando ella fallece, inesperadamente se le empieza a aparecer como un fantasma por todos lados.
Ese es el motivo que mueve Piña, la última novela del escritor nacional Gonzalo Maier y que acaba de salir a la luz vía Literatura Random House. En 124 páginas, sucede a Leer y dormir (2021) y Otra novelita rusa (2019). Piña deambula entre el miedo y la fascinación que le produce el fantasma de Mora en un relato ágil y sin aspavientos.
Como en un cuidado almuerzo dominguero, donde el tiempo importa menos que la cocción, Maier fue dando forma a la novela en pasos largos. “Me demoro tanto que pasan muchas cosas, los contextos cambian un montón, y lo único fijo es el teclado. Debo haber comenzado Piña hace cinco o seis años, pero soy muy lento y avanzo siempre con muchas cosas paralelas, hasta que de repente, y quién sabe por qué, una cuaja”, cuenta su autor en charla con Culto.
Eso sí, Maier señala que Ingrid Mora más que una crítica de arte, funciona desde otra lógica, menos cercana a la cultura. “Mora era curadora y crítica, sí, pero opera desde otro lado: desde la exigencia, desde lo que pide el mercado, o tu jefe, o los accionistas de una empresa, o el público que vota desde sus casas a ver quién sigue en competencia. A Mora la veo cumpliendo ese papel, el de la conciencia explotadora o autoexplotadora, que puede estar en una crítica de arte, pero también en un carnicero, en un periodista o en las redes sociales”.
Pese a la cercanía del propio Maier con el arte, puesto que tiene un doctorado al respecto, la novela no trata tanto de eso. Es sobre el trabajo, aclara. “O de cierto tipo de trabajo, muy cercano a algunos freelancers, gente que gana libertad a cambio de una precariedad muy grande –señala-. Creo que el libro va sobre las exigencias desmedidas y ridículas que se les piden a muchos trabajadores: que sean creativos, flexibles, internacionales, que hablen idiomas, que muestren todo lo anterior en Instagram y que se contenten, para colmo, con dos pesos. Y ese mundo de malabaristas, creo, se representa bastante bien en la imagen del artista contemporáneo”.
¿Qué fue lo que más te costó a la hora de escribir Piña?
Lo de siempre: convencerse de que vale la pena, que las horas, los días, y los meses no son en vano, que podrá salir algo con pies y cabeza de todo ese esfuerzo. Como dice Diego Torres: “creer que se puede”.
¿Pudiste trabajar esta novela en algún taller literario o con alguna persona que la haya visto?
Siempre he querido estar en un taller, pero nunca he podido. En general no muestro los textos hasta que están listos. O hasta que creo que lo están, que es algo parecido. Esta vez lo leyó Evelyn Erlij, que es mi lectora de cabecera, y luego Vicente Undurraga, que es un tipo del que aprendo mucho, no sólo como editor.
El personaje de Ingrid Mora, ¿cómo lo construiste?, ¿te basaste en alguien en particular?
Más que un personaje, creo que es una idea. Podría decir, incluso, que es un libro de ideas más que de personajes. Un cuento moral. No me interesa construir un personaje particularmente realista o verosímil, sino plantear un problema, incluso un problema moral, y tal vez por eso mis personajes son tan introspectivos. Son solo una voz que ensaya sobre algún asunto, pero no un personaje, así como podría ser una novela de personajes complejos y sicológicos, que es una cosa que me queda bastante lejana.
De alguna forma, acá vuelves a tocar los aspectos cotidianos de la vida, en la persona de Piña y de ver los hechos con cierta distancia, con algo de ironía. ¿Podríamos decir que es una obsesión para ti escribir de esto?
Escribo solo de las cosas que tengo a mano, muy cerca. Y el trabajo precario, los viajes, la exigencia de un currículum hermoso y prístino, ridículamente competitivo, la tuve muy cerca durante mucho tiempo. Al final es eso: escribir de lo que tengo a mano.
Algo que llama la atención es que en esa cotidianeidad de Piña, está ausente la pandemia. ¿Por qué?
No fue escrita, o no completamente, en pandemia, y, además, hacer una novela sobre la pandemia me da una lata tremenda. Entre que solo quiero que se acabe y que saldrán mil novelas sobre el tema, prefiero pasar olímpicamente. No quiero escribirlas ni leerlas.
¿Qué libros y autores te gustan y qué te encuentras leyendo ahora?
Siempre estoy leyendo muchas cosas y cambiando de opinión, pero para responder con lo más inmediato, ayer mismo leía el Playstation, de Peri Rossi, que me parece de una genialidad absoluta y hermosa.
Las peripecias por las que debe pasar Piña hace que muchos artistas prefieran salir de Chile. ¿Qué consideras que debiera cambiar en nuestro país para darle un aire a la industria cultural?
Tampoco sé si quiero que exista una industria cultural. O sea, está bien que exista, y que le vaya bien, pero podríamos partir por tener industrias a secas, por buscar nuevas formas de desarrollo, por inventar sectores comerciales completos y complejos que puedan funcionar en este siglo tan raro. Que no todo sea mandar cobre y arándanos por barco. Bueno, eso además de inventar un plan de pensiones que funcione.
A Piña le importa mucho la opinión de Mora, que sale en el diario. ¿Qué rol para ti tienen los medios en la industria cultural?
Un rol medio arqueológico, o de museo, pero por lo mismo muy importante. Es un chiche o una excentricidad entre tanta red social. No sé, yo me crié leyendo diarios y revistas y toda esta decadencia me parece muy triste. Antes pensaba que los medios revivirían después de un bajón, que volverían mejores y más fuertes, llenos de suscriptores, pero ahora creo que aparecerá otra cosa, algo distinto, y sospecho que no me interesará en lo más mínimo.