Columna de Marcelo Contreras: ¿El fin del día de la marmota?
Por primera vez en dos años estamos ad portas de retomar la normalidad en eventos masivos, aún cuando nuevas olas y cepas enseñan la inutilidad de cantar victoria. De todos modos, las expectativas de la industria local bordean el millón de espectadores para este 2022.
En la música popular el nuevo siglo no arrancó con el cambio de milenio sino que sucedió recién al comienzo de esta década del 20, que todavía no suelta la pausa por completo debido a la pandemia. Hasta ahora, estos años 20 encarnan la antítesis de “los años locos” de hace un siglo -aquel paisaje “con tranvía y vino tinto” como evocaba Piero-, con el jazz y el charleston desatando fiesta y ritmo en la masa post I Guerra. Ahora el pop es un naipe multicultural desprejuiciado gracias a la hiperconectividad, bajo la paradoja de no poder vernos las caras en persona para disfrutar esa y otras músicas, en lo que va de este nuevo ciclo.
Por primera vez en dos años estamos ad portas de retomar la normalidad en eventos masivos, aún cuando nuevas olas y cepas enseñan la inutilidad de cantar victoria. De todos modos, las expectativas de la industria local bordean el millón de espectadores para este 2022.
El verano será un espejismo nuevamente con la gran ausencia del Festival de Viña. A contar de marzo, al fin se vislumbra un cambio de pista en este loop sin grandes conciertos. Regresa Lollapalooza debutando en el parque Bicentenario, seguido de Fauna Otoño con un cartel que sin olvidar el indie y la electrónica como inspiración, marca acento latino y urbano gracias al enganche de C Tangana, un nombre de recambio en el pop español, símbolo del maridaje hoy dominante.
En abril será el regreso de otro clásico de la oferta en vivo por décadas: los beats de Creamfields en Espacio Riesco.
El Estadio Nacional retomará su lugar como el recinto épico para los más grandes números incluyendo Metallica, Justin Bieber y las dos fechas de Coldplay. En agosto, Ricardo Arjona trae de regreso la costumbre de agotar por varios días el Movistar Arena. Al mes siguiente debutará Dua Lipa en el estadio Bicentenario de La Florida, como en noviembre arranca por primera vez Primavera Sound, uno de los grandes festivales europeos, en el ex aeropuerto de Cerrillos. Que llegue competencia a Lollapalooza en una lógica distribución del calendario, beneficia al público.
Este 2022 también debiera ser turno de despedidas -una categoría asentada de la oferta en vivo-, aunque en el mundo de los espectáculos nunca se sabe. Un autor e intérprete fundamental en la balada romántica como José Luis Perales, dice adiós en marzo en el Movistar Arena. Kiss llega al mismo recinto en abril tras casi medio siglo de rock & roll, maquillaje, pirotecnia y mucho marketing.
La oferta completa se lee prometedora, la mejor en años. Pero no podemos descartar retrocesos y suspensiones producto de la pandemia.
Entre los regresos discográficos con grandes expectativas resaltan nombres sin novedades en el estudio desde hace largo tiempo como Red Hot Chili Peppers, Placebo, Father John Misty, Jack White, Bloc Party y Porcupine Tree. En tanto desde el pop, prometen nuevos álbumes Cardi B, Camila Cabello, Rosalía y Sebastián Yatra.
Señales y tendencias gestadas en el último lustro que seguirán definiendo el año y la década -cada nicho representa un yacimiento de generosas reservas-, será la venta de catálogos de artistas clásicos en millonadas a grandes sellos y firmas especializadas, para multiplicar usos y ganancias; Tik Tok como vía líder de promoción en una lógica de microdosis: lo justo y necesario para enganchar con una canción de la época que sea, y sus réplicas en rankings y aplicaciones; cruces culturales e idiomáticos en el pop; la industria en torno a la nostalgia, el repaso biográfico, la arqueología de archivos; la alternativa cultural propuesta por el K-pop y el urbano latino, expresiones crecientes e imparables desafiando la hegemonía de la música popular anglo en los últimos cien años, desde los tiempos del jazz.
Aún lejos de algo parecido a la antigua normalidad, 2022 susurra esperanza de romper el ciclo pandémico en sus peores fases de encierro, cuando cada día proponía la misma rutina.
La música debería regresar a su hábitat natural, al encuentro del público, a la comunión y traspaso de energía entre artista y audiencia. Ese lazo vital de expresión y goce retroalimentado, suspendido por tanto tiempo como nunca antes.
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