Todos los días de Haruki Murakami parten igual. O, al menos, los días en que se encuentra trabajando en la redacción de alguna novela. A las 4 AM ya está en pie. Inmediatamente, se alista para trabajar y escribir hasta que el reloj marque las 10. Luego, se dispone a correr varios kilómetros o nadar 150 metros; aunque algunos días hace ambas cosas. Durante las tardes, lee y escucha música –su género favorito es el jazz- para luego acostarse a las nueve de la noche y dormir lo suficiente para repetir el mismo itinerario al día siguiente.

Para el escritor nipón, mantener esa rutina sin variaciones le ayuda con sus procesos creativos. Así le confesó al periodista John Wray en una entrevista para The Paris Review. “La repetición en sí misma se vuelve lo importante; es una forma de hipnosis. Me hipnotizo para conseguir un estado mental más profundo”. Asimismo, afirma que escribir una novela es como entrenarse: “la fuerza física es tan necesaria como la sensibilidad artística”.

El novelista nipón es señalado por la crítica como uno de los escritores más importantes de la era posmoderna. Y los hechos parecen afirmar dicha percepción: sus novelas han sido traducidas en 50 idiomas, y, cada vez que estrena un nuevo libro, éste se transforma en un éxito de ventas. Murakami es capaz de volcar su pluma hacia historias surreales, que coquetean con los límites entre la realidad y la ficción; o escribir sucesos tan verosímiles que muchas veces parecen ser guiños autobiográficos a sus vivencias personales.

Estudió literatura y teatros griegos en la Universidad de Waseda, donde conoció a Yoko, su esposa. Trabajó en una tienda de discos mientras estudiaba, y tras egresar de su carrera, abrió junto a su cónyugue el Peter Cat, un bar de jazz que funcionaría hasta 1981.

Aunque escribió su primera novela a los 30 años, su estilo comenzó a forjarse mucho antes. Sus padres eran profesores de literatura japonesa (él, hijo de un sacerdote budista; ella, hija de un comerciante de Osaka), pero lejos de la especialidad de sus progenitores, el joven Murakami sintió una predilección temprana hacia autores estadounidenses y de otros lados del mundo.

En realidad, nunca se sintió particularmente atraído por la literatura japonesa clásica, por lo que sus gustos personales se giraron hacia la cultura occidental: Dostoievski, Kafka y Raymond Chandler, eran algunos de los escritores con los que Murakami viajaba por el mundo a través de la lectura, en lo que él mismo define como un “estado mental, una especie de sueño”.

Finalmente, tomando cosas del estilo y la estructura de libros tanto japoneses como occidentales, el novelista japonés creó un nuevo tipo de literatura, su estilo literario, el que se mueve entre la nostalgia de una época pasada y guiños a la cultura popular. Para muchos, allí está la clave del éxito mundial de un autor que derribó fronteras para abrirse paso al mundo globalizado.

Haruki según Murakami

No se siente cómodo con la exposición pública, pero las pocas entrevistas que ha dado son reveladoras respecto a cómo ve su propio trabajo. En sus historias, dice, las conclusiones pasan a segundo plano. Le gusta pensar que él y sus lectores manejan la misma información: “No sé la conclusión y no sé qué va a pasar. Escribo porque quiero saber. Si sé quién es el asesino, escribir pierde sentido”, consigna al The Paris Review.

Otro elemento que considera clave en sus novelas es el rol de las mujeres en el transcurso de la historia. Para Murakami son médiums, personas que hacen que algo ocurra a través suyo. Así, el camino de los protagonistas suele ser guiado por los personajes femeninos, que les permiten visualizar cosas por medio de ellas. “Es un pasaje a un mejor lugar. En ese sentido, en mis libros las mujeres son las que traen consigo ese mundo. Por eso siempre vienen al protagonista, él nunca las busca”.

Reconoce también que muchas de sus novelas se configuran como la variación de un mismo tema: un hombre que perdió o ha sido abandonado por su pareja, cuya incapacidad de olvidar lo atrae hacia un mundo nuevo que le entrega la posibilidad de recuperar lo que perdió.

Compara la repetición de este tema en sus libros con el caso del escritor de El mundo según Garp: “No sé por qué esta obsesión es tan central o por qué sigo escribiéndola. Encuentro algo parecido en los libros de John Irving, en todos hay un personaje a quien le falta una parte del cuerpo. No sé por qué sigue escribiendo sobre estas mutilaciones y probablemente él tampoco lo sepa. Para mí es lo mismo. El protagonista siempre está perdiendo algo y buscando lo que perdió. Como el Santo Grial. O como Philip Marlowe. Cuando pierde algo, mi protagonista tiene que buscarlo”.

Y es esa búsqueda la que abre paso al desarrollo del viaje de sus personajes. En el camino, se encuentran con situaciones extrañas que los impulsan a hallar aquello que creían perdido. El autor resume este viaje en tres palabras: perder, buscar y encontrar. Finalmente, lo importante no es el resultado, sino cómo han cambiado. Algo que Murakami define como “la decepción como rito de pasaje”.

El primer novelista global

Juan Paulo Iglesias, periodista y académico, es conocedor de la obra de Haruki Murakami. Ante la pregunta sobre cuáles son los aspectos más atractivos en la literatura del nipón, señala que, probablemente, se trate del primer novelista global. “Si bien es japonés, es un escritor que ha superado ampliamente los límites de su país y de una literatura muy aferrada en sus tradiciones propias”.

Respecto a sus historias, destaca su prosa cargada de realismo fantástico, a través de la cual ofrece una mirada particular al mundo contemporáneo: “Sintoniza con el mundo actual de incertidumbres, de dudas y temores. Hizo un clic con ese sentimiento que hoy reina en muchas partes del mundo”, expresa.

Para Marcelo González, doctor en Literatura y académico de la Universidad Católica, las historias de Murakami resaltan por su mirada crítica al capitalismo contemporáneo, donde “retrata la desolación y la soledad de vivir que sienten los protagonistas de sus obras, en una sociedad como la actual”.

Afirma que el autor ha sabido extrapolar las problemáticas propias de su país al resto del mundo a través de las historias de sus protagonistas, que “han cumplido con todo lo que se supone que una persona ‘de bien’ debe hacer (casarse, comprar una casa, tener un trabajo estable) y, aun así, no son felices. Y esa sensación y esa crítica resuena tanto en nuestro país, como en Latinoamérica, Estados Unidos y Europa”. De ahí, el éxito que han alcanzado sus novelas en todo el mundo.

Además, concuerda con el mismo Murakami en que su literatura ha sabido separarse de una tradición literaria japonesa preocupada de responder la pregunta sobre la modernidad versus la tradición y que permeó las obras de grandes escritores japoneses como Natsume Soseki, Ryunosuke Akutagawa, e incluso otros más jóvenes como Yukio Mishima y Kenzaburo Oe.

“Todos ellos reflexionan, de una forma u otra, acerca de cómo debe moverse Japón en el mundo y en relación a sus propias tradiciones. Murakami, en cambio, deja atrás esa pregunta y abraza la modernidad americana primero, global posteriormente, para dar cuenta de un Japón absolutamente posmoderno”, señala el académico.

Así las cosas, González apunta a Haruki Murakami como la punta de lanza de una generación de escritores japoneses que llegaron a romper, de una u otra forma, con la tradición literaria nipona. Y en ello, lo acompañan autores como Yoshimoto Banana, Kawakami Hiromi o Kawakami Mieko.

El estandarte de la cultura pop

El mismo escritor se reconoce a sí mismo como una persona que disfruta de contenidos catalogados en lo que conocemos como la cultura pop. En entrevista con el diario La Nación, confesó ser fanático de la serie Lost a tal punto que incluso compró la casa ubicada en Hawai donde se filmó su primera temporada. También señaló estar obsesionado con la serie Twin Peaks, del director David Lynch. No le gusta pensar en sí mismo como un hombre inteligente de gustos refinados: “Me gustan las buenas historias y ya”, sentencia.

Su visión de la cultura popular recae no sólo en los temas que tiene para ofrecer, sino también en su capacidad para generar una conexión con los lectores. “Es como una gran reserva natural de donde los escritores podemos tomar infinitos temas para establecer una comunicación directa con los lectores. Si yo tomo como título de un libro el de una canción de Los Beatles, como en Norwegian Wood –traducida al español como Tokio Blues- sé que a muchos eso les va a sonar y así se crea algún nexo entre nosotros”.

Murakami la compara con el agua: con un gesto tan simple como abrir el grifo es posible nutrirnos de sus referencias. “Es tan imposible escapar de ella, como del aire que respiramos. Todos comemos una hamburguesa de McDonald’s, miramos televisión o escuchamos Michael Jackson. Es algo tan natural que ni si quiera nos paramos a pensar que todo eso es cultura”, afirma al semanario argentino.

Efectivamente, Murakami busca que los lectores no sientan que sus novelas son forzadas. Y aprendió a utilizar las estructuras de la cultura popular como el complemento perfecto para las historias que quiere contar.

Para Iglesias, todas esas referencias son parte del cóctel que hace atractiva su literatura. “La cultura pop es una cultura global, y ahí una cosa se retroalimenta con la otra. La globalidad la da por su estilo, y su estilo se basa en algo que es global, que no es propio o exclusivo de Japón, sino que del mundo entero”.

González concuerda con que esos guiños a la cultura pop del mundo lo vuelven un escritor más cercano al público, “sin ese ‘aura’ de iluminado del escritor moderno que viene a explicarnos el mundo”. Así, el lector comprende las referencias y la obra se vuelve más verosímil, y, como consecuencia, más cercana. “Y una obra más cercana es más fácil de entender. Y de vender”, concluye doctor en literatura.

Además de los autores de occidente, Murakami tuvo desde joven una cercanía con la música. Se considera un melómano y ha hecho parte de su obra a varios artistas populares.

El ejemplo más claro son sus constantes incorporaciones de canciones de Los Beatles o de importantes figuras del jazz como Miles Davis, cuya música considera un modelo literario. Y es que el novelista compara las habilidades de la composición musical con la escritura.

Haruki Murakami

“El ritmo es lo más importante porque es la magia, lo que invita a la audiencia a bailar y lo que yo quiero son lectores que bailen con mis palabras. No quiero que entiendan mis metáforas ni el simbolismo de la obra, quiero que se sientan como en los buenos conciertos de jazz, cuando los pies no pueden parar de moverse bajo las butacas marcando el ritmo. Luego viene la melodía, que en la literatura es un ordenamiento apropiado de las palabras para que van a la par del ritmo y la armonía. Después llega la parte que más me gusta: la libre improvisación”, comenta a La Nación.

El proceso de la creación literaria de Haruki Murakami termina con lo que él mismo define como “la elevación”, el sentimiento experimentado al completar la interpretación y que genera la sensación de haber alcanzado un lugar nuevo y significativo, “que ha logrado mover a la audiencia del punto A al punto B, que la ha transformado y nunca volverá a ser la misma. Es una culminación maravillosa que no puede obtenerse de ninguna otra manera e implica que el lector o quien ha escuchado la música ya es otra persona”.

Para Haruki Murakami, esa es la definición de un buen libro. O de una buena canción.