“Y no importa qué juego jueguen / Tenemos algo que nunca podrían quitarnos / Tenemos algo que nunca podrían quitarnos / Y es el fuego, es el fuego / Eso está quemando todo / Siente ese fuego, el fuego”.
Parte del muy político y festivo Survival (1979), Ride Natty ride encarnó una de las manifestaciones más electrizantes de la obra de Bob Marley. Una canción que estableció un puente con Natty Dread, el disco y canción de 1974 que toma su nombre de una personificación idealizada del movimiento Rastafari y que celebra en sus versos: “Natty Dreadlock en una Babilonia (Natty Dread)”.
En otras partes de Ride Natty ride, la composición del jamaiquino agita ese mismo espíritu de comunión y encuentro divino: “Natty sigue viniendo/ Y no importa lo que digan/ Natty lo hace todos los días, ¡sí!/ Natty Dread cabalga de nuevo/ A través de los místicos del mañana/ Natty Dread cabalga de nuevo / No tengas miedo, no tengas pena, ¡sí!”.
Sinéad O’Connor, una seguidora de Marley desde hace años, recurrió a esa canción de 1979 para este sábado despedir a Shane Lunny, su hijo de 17 años, de quien comunicó su muerte por un presunto suicidio y tras haber desaparecido de un hospital de Irlanda la semana anterior.
“Esta es para mi Shaney. La luz de mi vida. La lámpara de mi alma. Mi bebé de ojos azules. Siempre serás mi luz. Siempre estaremos juntos. Ningún límite puede separarnos”, escribió en su cuenta de Twitter, al escoger una composición del ícono del reggae como tributo al fallecimiento del hijo que tuvo con el músico Donal Lunny en 2004.
“El Rastafari me ha inspirado a ser aún más apasionadamente católica”, dijo O’Connor en 2005 en una entrevista con NPR, explicando su conexión con la cultura de Jamaica pese a haber crecido formada en la religión cristiana en su tierra natal. “Y el Rastafari no es una religión; es un movimiento Y cuando estás cerca de esas personas, puedes saborear a Dios”.
Antes de que la tragedia volviera a azotarla, la voz de Nothing compares 2U estableció una conexión indisoluble con Bob Marley en una postal que dio la vuelta al mundo y definió sus años posteriores.
En octubre de 1992, mientras atravesaba uno de los mejores momentos de su carrera, fue considerada como invitada musical de una edición del exitoso programa de comedia Saturday Night Live. Escogió como eje de su show una versión a capella de War (1976).
“En todas partes hay guerra/ Yo digo guerra/ Eso hasta que ya no haya ciudadanos de primera y segunda clase de ninguna nación/ Hasta que el color de la piel de un hombre no tenga más importancia que el color de sus ojos”, interpretó O’Connor mirando fijamente a la cámara y sólo con el desgarro y fuerza de su voz.
Esa parte había sido parte del ensayo que habitualmente completa el programa antes de cada show de los artistas que convoca. Fuera de libreto, la cantante recurrió a un recurso insospechado en el final de su interpretación, cuando entona: “Confiamos en la victoria del bien sobre el mal”. Al sacar una fotografía del papa Juan Pablo II y mostrarla a la cámara, señaló “lucha contra el verdadero enemigo” y destrozó el retrato, cerrando una presentación que pensó como una protesta en contra de los abusos sexuales al interior de la Iglesia Católica.
Aunque ese momento implicó una oleada de críticas (nueve años después el Vaticano reconoció por primera vez los abusos), O’Connor nunca se ha arrepentido de su acción en la televisión norteamericana. Y en un sentido más subterráneo, la unió para siempre con el hombre de Is this love.
En 2004 siguió alimentando esa relación al viajar a Jamaica a los estudios Tuff Gong, propiedad de la familia Marley y que también ha acogido a otras figuras como Snoop Dogg y Lauryn Hill. Allí grabó su séptimo álbum, Throw down your arms (no disponible en plataformas), su primer disco con influencias de reggae y el primero en que decidió donar una parte de las ganancias a las comunidades Rastafari.
“Estas canciones simplemente… No podría comenzar a describir lo mucho que significan para mí en todos los niveles de la vida”, indicó durante esos años en que cumplió su sueño de ir a Kingston y abandonar las rutas convencionales del pop y el rock.
“Creo que tenemos similitudes en nuestra música, en el sentido de que hay un gran tipo de añoranza, anhelo y vocación en la música de Irlanda y Jamaica, particularmente en el canto”, explicó. “Y también, la similitud más importante para mí, es esta pasión por Dios”.