Si uno pudiera clasificar las cintas por sus títulos, entonces, Soylent Green –una cinta casi B, de ciencia ficción y hecha directamente para el target masculino nerd de los setenta (ese público geek de entre los 11 y 15 años, que se juraba muy sofisticado, sobre todo cuando el mundo era cien por ciento análogo)– estaría entre los clásicos de los clásicos, gracias al alucinante y poético, e incluso aterrador, nombre con que fue bautizado para el mercado español y latino. Así no más es. Soylent Green, una producción de la Metro decadente de los setenta, apareció en los cines de habla hispana como Cuando el destino nos alcance.

Gran título y afiche, inolvidables.

Pero, ¿vale arriesgarse a ver la película? Es probable que ya no.

O, quizás, sí.

Algo tiene en su estética vintage, retro, kitsch y con forma de pasar de moda que solamente posee aquellos artefactos que intentaron ser futuristas. El futuro, lo sabemos, nunca llega del todo y siempre pasa rápido.

Es mejor de lo que se cree (y peor, obvio), pero posee esa capacidad de ser un producto pop sin culpa y con una enseñanza (la humanidad está destrozando el planeta). Soylent Green, que nunca quiso ser algo más que una cinta de matiné, tiene el buen gusto de incrustar el mensaje como se hacía antes: debajo de la trama e integrada a la acción.

Volvamos al título en español, antes de seguir con la cinta.

Cuando el destino nos alcance.

No “Cuando el futuro nos alcance”, que no es para nada un mal título. O, para ser más faulkeriano, “Cuando el pasado finalmente nos encuentre” (ya saben: “el pasado nunca pasa” y todo eso). Pero, no. A veces sucede y un anónimo burócrata de Culver City, el barrio de L. A. donde estaba la MGM, mejora el título original en su versión española.

Los productores –entre ellos Charlton Heston, el protagonista– deseaban hacer un film con contenido social, desecharon el ruidoso título de la novela en que se basó el guion (¡Hagan sitio!, ¡Hagan sitio! de Harry Harrison que se editó en Barcelona, bien entrada la década del setenta) por el críptico Soylent Green, es decir, el nombre de las barras proteicas para alimentar a un mundo sobrepoblado y a una ciudad de Nueva York con 40 millones de habitantes, casi todos sin casa. Soylent, tal como las actuales barras proteicas con sabor a mani y chocolate, surge de la supuesta base del invento alimentario: soya + lentejas. Soylent. Hay barras de varios colores, pero las más codiciadas y nutritvas son las verdes.

Soja y lentejas verdes no provocó a los distribuidores españoles que por Cuando el destino nos alcance. Como dato curioso, en Brasil la tildaron con esa sutileza bolsonaria como No Mundo de 2020 (a pesar de que transcurre dos años después), mientras que en todos los países nórdicos optaron por ir a la causa de los posibles problemas del futuro y la rotularon como Amerika 2022.

* * *

¿Pregunta de editor a un colaborador freelance?

–Por qué deseas escribir de Soylent Green o de, como le dices tú, Cuando el destino nos alcance? ¿Cuántos años cumple?

–49 años.

–Nos gustan los aniversarios redondos. Quizás cuando cumpla 50 años, quizás, pero, ¿alguien la conoce?

–Es del 73. Es de 1973.

–¿Es chilena?

–No, no es chilena, pero sí la dieron el 74 bajo Pinochet con el mismo título y el afiche, que sugiere un gobierno totalitario, hace desaparecer a la gente no deseada.

–¿Próximo año, quizás?

–Ocurre en el año 2022.

–Dale. Escribe algo. Pero no tan largo.

* * *

Algunos quizás la conocen y la han visto. Seguro que circuló en VHS, aunque la verdad es que, más allá de los afortunados que la vieron en el cine (entre los que me encuentro), esta cinta, sobre un futuro distópico, encontró su público y su nicho en la televisión y en ciclos tipo “Tardes de cine” o, quizás, a fines de los ochenta, en “Grandes Estrenos” o “Cine de Super Acción”.

Cuando el destino nos alcance ocurre en el futuro.

Es de los años setenta, pero transcurre en una era que, en esa época, parecía muy lejana: el 2022. Para el cine de esos años, ya se había perdido toda esperanza en el futuro. Habría sobrepoblación, faltarían las viviendas y la gente (no tan multicultural) dormiría en los pasillos de los edificios que no cuentan con seguridad o son considerados para una suerte de clase media, como lo son los detectives. Es un mundo donde falla la luz y no hay comida real. El personaje de Charles Heston vive con su roommate y amigo –el veterano Edward G. Robinson (notable) –, un viejo de apellido Roth que alcanzó a vivir en el mundo en que aún habían libros, papel, fruta, carne, licores, mermelada, etcétera. Tal como en Blade Runner, los ricos son cada vez más ricos y suman como el 1% de la población, viven en torres y condominios con aire acondicionado y chicas “todo uso” llamadas “muebles”, que son parte de los gastos comunes.

Si en el Los Angeles del 2019 no paraba de llover y la noche era eterna y tóxica, el Nueva York de Cuando el destino nos alcance suda. Antes de que se acuñara el concepto de calentamiento global, algunos hablaban del efecto invernadero y eso es lo que azota al mundo del 2022. Siempre hace calor y nadie posee agua de sobra. Es escasa, solo los ricos pueden ducharse y mucha gente recorre las calles repletas con máscaras por lo contaminado del aire. La eutanasia es legal y es promovida, ocurre en sitios que son una fusión entre malls y cines multiplex, donde la gente que está cansada del infierno urbano puede morir de manera tranquila, en salas teñidas por su color favorito, viendo una suerte de cinerama o 3D, donde los empresarios de la muerte a pedido ofrecen las mejores imágenes tipo Nat Geo (pero en ácido) y a todo color, para que el paciente pueda partir rodeado de una experiencia sensorial inigualable.

2022: el destino de alguna manera nos alcanzó, sin embargo, y por suerte, las cosas no son como las pintaban (o filmaban en este caso). Como toda cinta futurista, los guionistas fallan y aciertan. Al final, la sobrepoblación se atajó, aunque las olas de calor y la falta de agua tocan de cerca. La tecnología parece muy básica y los juegos tipo Atari del 73 se quedan cortos con lo que ocurre ahora en el año 2022.

No voy a contar el final ni de qué están realmente hechas las barras verdes...

Cuando.

El.

Destino.

Nos.

Alcance.

Un título plural, que logra hacernos conectar con el pasado, el presente y nos deja poco espacio para imaginar un futuro. Alguien (un nosotros, este plural inmenso que plantea esta cinta de adultos, pero que era para niños) quiere dejarnos claro que todo se paga. Que existe un destino, pero ese destino, ese apocalipsis, ese día maldito o ese futuro atroz puede no llegar si hacemos las cosas bien. Lo sabemos, la gente, esa especie a la que pertenecemos, juega mal sus cartas o cree que el futuro es para otros.

Que otros paguen lo que vendrá.

Pero no.

El destino a veces llega.

A veces incluso nos alcanza.

Es 2022, es cierto, pero no es el 2022 que se imaginaron.

Es altamente probable que sea infinitamente superior a pesar de todo.

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