El 5 de abril de 1839, el por entonces presidente de Chile, José Joaquín Prieto, firmó el Decreto Fundacional que, tras el triunfo del Ejército Restaurador contra la Confederación Perú-boliviana en la Batalla de Yungay, acontecida el 20 de enero de aquel mismo año, creaba el ilustre barrio homónimo, situado dentro de la comuna de Santiago.

Un año después del triunfo se realizó por primera vez la que se dice es una de las fiestas más antiguas de la Región Metropolitana: el Día del Roto Chileno, que a partir de 1889 se celebra cada día 20 de enero, junto a la estatua del roto chileno en la Plaza Yungay, en reconocimiento de los soldados que lucharon en la batalla.

Ellos eran los “rotos”.

Los orígenes de la palabra “roto” aparecen durante el siglo XVI, remontando su procedencia mucho antes de lo acontecido en Yungay.

Según señala el historiador Maximiliano Salinas, “es una palabra española que alude a los ibéricos o gente del Mediterráneo en su afirmación de costumbres peculiares, sin la circunspección ni los hábitos pulcros y ‘limpios’ de los sectores privilegiados y acomodados. Son los herederos de la picardía española y morisca, propia de Andalucía”.

A su vez, Salinas también recalca en la significación social que tenía por entonces la palabra.

“El ‘roto’ integró por siglos la fuerza de trabajo de sistemas de producción que apenas lo respetaron como ser humano. De ahí que siempre fue conflictiva la relación entre los ‘caballeros’, los patrones, la ‘gente decente’, la cultura de salón, y el ‘rotaje’, como una humanidad distinta, con valores muy propios y característicos”, señala.

Sin embargo, la acepción del término ha variado con los años, sobre todo en el siglo XX, adquiriendo nuevos significados, los cuales apuntan a diferentes personajes.

“En cierto momento se distinguió al huaso del roto. El huaso sería el tipo conservador, respetuoso del orden social. El roto sería el rebelde, el que no aguanta ´pelo en el lomo´. Sin duda, es un estilo ancestral de vida, expresado con la locuacidad e irreverencia de la cultura oral. No se puede eliminar así no más. Tiene que ver con una actitud de rebeldía y contestación con las formas política y socialmente correctas e impuestas”, complementa Salinas.

La resignificación de la palabra ha conllevado también distintas variaciones en la forma de representar a este personaje.

Más allá de los cambios, es innegable la presencia del “roto” en el imaginario nacional como símbolo de la cultura popular chilena.

Hoy repasaremos los distintos retratos y expresiones que giran en torno a su figura.

El roto, de Edwards Bello

Así, una de las novelas de mayor relevancia en la carrera del escritor y cronista Joaquín Edwards Bello fue titulada El Roto (1920), un relato de corte naturalista que retrató de manera directa y sin tapujos la vida de sus protagonistas: obreros y personas marginadas que daban vida a los prostíbulos de Estación Central, con la pretensión de documentar la realidad social y sus respectivos ambientes.

Tras su aparición, el libro causó bastante polémica, debido a su representación de los sectores marginales de Santiago de principios del siglo XX, donde se encontraban personajes sumergidos en conventillos y chinganas.

El Roto es la novela del bajo pueblo de Chile: el roto es el minero, el huaso, el soldado, el bandido; lo más interesante y simpático que tiene mi tierra; es el producto del indio y el español fundidos en la epopeya de Arauco; es el pueblo americano, fuerte y fatalista, muy semejante en toda la América española, desde el pelao de Méjico hasta el criollo de las provincias argentinas. En los fuertes cuadros populares, en los más escabrosos pasajes de la novela he querido poner esa esencia, esa cosa fresca y exquisita que conserva la esperanza y da vigor al espíritu: la compasión humana”, explica Joaquín Edwards Bello en el prólogo de la edición de 1920.

En la novela, se presentan personajes como Esmeraldo, un joven que durante su primera aparición en el libro le roba a una dama de la alta sociedad, y que incluso llega a la cárcel por un crimen que no cometió, y que intenta ser reencausado por el periodista Lux, una suerte de espejo del propio autor; y Fernando, personaje que representaría al “roto adulto”, quien se ve vinculado con un corrupto senador de nombre Pantaleón Madroño, el cual lo utiliza para cometer fechorías.

Según señala Osvaldo Carvajal Muñoz, académico del Departamento de Artes y Humanidades de la Universidad Andrés Bello, quien es el encargado de la reciente edición crítica del libro, si bien la novela fue publicada originalmente en 1920, los primeros indicios de la novela se encuentran en la publicación La cuna de Esmeraldo (1918). Pese a que se reconoce que hubo cambios significativos en cuanto a la forma a lo largo de sus seis ediciones, la representación de la figura de “el roto” se mantiene constante.

“Una es la acepción del roto en relación a toda la clase marginal, donde Edwards Bello habla de que no existe homogeneidad en la raza chilena (…). Edwards señala que hay dos castas, el pueblo y por otro lado la oligarquía. El habla de esta clase marginada de todo proceso modernizador, dejada de lado por la clase dirigente, como una víctima de esta clase dirigente que lo deja de lado”, señala.

El académico, también comenta sobre la ausencia de una versión femenina del “roto”, lo que ha sido constante a lo largo de la historia.

“Como emblema del roto solamente aparecen personajes masculinos, nunca se usa, y esto, lo han estudiado otros académicos que han mirado como el perfil del roto a lo largo de la historia, nunca se usa la palabra ´rota´, la rota nunca existe como concepto, se puede reemplazar un poco con la china quizás, el mismo Edwards Bello lo toca, habla de la china como la compañera del roto, pero jamás se usa para mujeres”, comenta Carvajal.

Portada de la edición de 1920. Recuperado de: www.memoriachilena.cl

Su presencia en el cine

No obstante, las representaciones de la figura del roto en nuestro país no se limitaron solo al campo de la literatura, tomando en otros formatos tintes más picarescos y cómicos.

Esto se daría ya que durante los años 40, 50 y 60, de la mano del cineasta José Bohr y el actor peruano-chileno Eugenio Retes, la figura del roto chileno toma una arista diferente en cuanto a su representación y llegaría en roles protagónicos a la pantalla grande.

Los largometrajes a cargo de la dupla Bohr-Retes, como Uno que ha sido marino (1951) y El gran circo chamorro (1955), pondrían en centro de su eje la picaresca figura del roto criollo, simpaticón y popular, trayendo consigo, en el caso de la segunda, no solo un gran éxito comercial, sino que gozando también durante su tiempo de un fuerte interés público, así como de notables elogios por parte de la crítica.

Cartel promocional de El gran circo chamorro (1955) Recuperado de: cinechile.cl

En El gran circo chamorro, la historia se centra en la vida de Euríspides Chamorro (interpretado por Eugenio Retes), quien es dueño de un circo pobre chileno y que se ve en la obligación de desenvolverse en diferentes trabajos, entre las que se encuentra la labor de lustra botas para poder financiar los estudios de medicina de su hijo.

Si bien durante la película se nos muestra cómo Euríspides sufre un gran desengaño, debido a que su hijo en realidad se había retirado de sus estudios y que en vez de cursar medicina se dedicó a pasar el tiempo en boites de la capital, la narración se mantiene en todo momento dentro de lo cómico, en gran parte por medio de un humor de corte popular, muy propio de Retes, el que enganchó con el público de la época.

“El personaje del roto chileno (tallero, gracioso, de fácil y rápida imaginación, bueno, tímido e indomable, exigiéndose a sí mismo cada vez más) prima sobre el argumento. Más que la narración de un asunto, el tema es un buen pretexto para mostrar las características del hombre de nuestro pueblo”, escribió la crítica de la revista Ecran sobre El gran Circo Chamorro, en 1955.

Por su parte, para el investigador de cine chileno, Pablo Marín, señala que en ambas películas “hay un recorrido geográfico signado por las intervenciones, los comentarios y las bromas de sus personajes, que muchas veces ríen para no llorar: que, conforme al modelo de Cantinflas y de su propio ´Verdejo´, son rotos simpáticos y buscavidas”

Eugenio Retes Créditos: www.cinechile.cl

Como ya anticipa Marín, existe de manera previa a la colaboración de Retes con José Dohr un personaje interpretado por el actor que ya había calado profundamente en el ideario nacional, marcando para siempre la figura del roto criollo en el cine chileno. Hablamos de Juan Verdejo.

La primera aparición de este icónico personaje acontecería en la película Lo que el Verdejo se llevó (1941) y luego, en el mismo año, aparecería en Verdejo gasta un millón, para finalizar su trilogía con Verdejo gobierna en Peñaflor (1942).

Si bien solo Verdejo gasta un millón gozaría de un gran éxito de audiencia, el personaje, fue un ícono del roto chileno en el cine nacional durante los años 40.

El roto a través del couché

Sin embargo, el personaje Juan Verdejo, de Eugenio Retes, no es en sí una creación propia del actor, aunque sería él quien se encargara de llevarlo a la gran pantalla. El nombre y principal inspiración proviene de una caricatura que encarna quizás de manera más icónica a la figura del roto en Chile: el Juan Verdejo de la revista Topaze (1931-1970).

El personaje fue creado inicialmente por las décimas compuestas por el poeta Héctor Meléndez, denominadas Versos de Ciego, en la cual el hablante de esa poesía es “un tal Verdejo”. Con esta base, el dibujante director de Topaze, Coke, personifica a Juan Verdejo como un hombre desdentado y con los pantalones arremangados hasta las canillas, cercano a un gañán, que apareció mensualmente por casi cuatro décadas en la revista de sátira política más importante del siglo XX en Chile.

Juan verdejo, en Topaze. Recuperado de: www.Memoriachilena.cl

Sin embargo, cabe destacar que, para el poeta e investigador Jorge Montealegre -quien se encuentra próximo a lanzar su libro Condoritos y Verdejos. Representación del roto chileno en el humor gráfico- resulta clave no solo lo que representa la voz de Verdejo dentro del universo de la revista, donde el personaje comenta el acontecer político de la época en sus viñetas, sino que también realiza un hincapié desde dónde se está retratando su figura a lo largo del siglo XX.

“Este Verdejo irrumpe con parlamentos que aparentemente representan la voz del pueblo, por qué digo aparentemente, porque esto es política, y Verdejo y su imagen, la imagen del roto chileno en general con los distintos nombres que tiene el roto chileno en su historia, es una imagen asignada, es una caricatura del pobre pero no es una auto-caricatura del pobre, no es que el pobre o el pueblo general se vea representado por este personaje”.

Juan Verdejo. Recuperado de: www.memoriachilena.cl

Sin embargo, tal es el alcance de su figura, que incluso la cantautora nacional Violeta Parra, nombraría a Verdejo en sus décimas Más van pasando los años, utilizándolo como la representación que encarna a las clases oprimidas durante los años 60.

“En este mundo moderno,

qué sabe el pobre de queso

(...)

pero bien sé que el burgués

se pita al pobre Verdejo”.

En la voz de sus protagonistas

En la actualidad, quizás desde donde mejor se pueda apreciar el rescate de la tradición del roto sea en la cueca brava.

La consolidación de este estilo específico de la cueca nacional nacida aproximadamente en los años sesenta, encuentra sus raíces en la figura de Hernán “Nano” Núñez Oyarce y su grupo Los Chileneros, quienes fueron una de las agrupaciones cuequeras más influyentes en la difusión de un estilo alejado de la industria del espectáculo, y ligado siempre a las zonas populares de Santiago y Valparaíso durante el siglo XX. De hecho, es él quien acuña el término “cueca brava”, para definir aquel estilo que se bailaba y cantaba en conventillos, burdeles y casas de canto.

Portada del disco: La cueca brava de Los Chileneros Recuperado de: bitacorademichile.blogspot.com/

Las décimas que relampagueaban sobre historias de “choros”, representaron de la boca de sus mismos protagonistas lo que ocurría en el mundo de los barrios bajos de los años 60 y 70, teniendo una cercanía estructural con la poesía. Sus historias se centraban en desamores, peleas entre guapos y todo cuanto hiciera referencia a lo popular.

Hoy en día, la reivindicación y continuación del legado de grupos como Los Chileneros se ha transmitido al presente con agrupaciones como Los Tricolores o 3x7 Veintiuna, que entre sus filas han contado con la presencia del actor y músico Daniel Muñoz, uno de los promotores más insignes de la cueca brava.

Su estilo, recoge esa manera tan propia de los viejos cuequeros al interpretar sus décimas: “gritá, añiñá y acarambolá”, manteniendo vivo un legado que continúa hasta nuestros días.