Tardes de cine en Buenos Aires. Su ritual de cada domingo consistía en ir al cine junto a su hermano y encerrarse a ver una película de Ettore Scola, los Taviani o algún otro coloso proveniente de Italia. “Me quedaba extasiado durante dos días”, dice Sebastián Sepúlveda (Concepción, 1972), “extasiado por lo que todavía seguía sintiendo días después”.

Exiliado por la dictadura militar junto a su familia en 1973, el realizador primero vivió en París, luego en Caracas y Ginebra y su última residencia antes de volver a Chile fue la capital argentina. Allí se flechó perdidamente del cine, ese amor del que no se vuelve jamás. Aunque también cultivó una duda: ser cineasta le parecía un arte que solo desempeñaban o personas muy inteligentes o muy complicadas.

Natalie Portman en Jackie. Foto: Stephanie Branchu. © 2016 Twentieth Century Fox Film Corporation All Rights Reserved

“Y la verdad es que no. No más que en cualquier otra profesión. Pero hay que trabajar. Hay que trabajar y tratar de tener una cultura para ser creativo”, señala el montajista de Spencer desde París, la ciudad que lo acogió cuando tenía meses de vida y de la que adoptó las primeras palabras que pronunció. A esa urbe volvió momentáneamente en septiembre del año pasado para desarrollar su último proyecto. Sepúlveda es el editor de la nueva adaptación de El amante de Lady Chatterley, la novela de 1929 de D. H. Lawrence, un filme comandado por la directora Laure de Clermont-Tonnerr y respaldado por Sony y Netflix.

Producciones de esa envergadura aparecieron en su mapa después de Jackie (2016), de Pablo Larraín. Su labor en la cinta sobre el luto de Jacqueline Kennedy (Natalie Portman) le reportó elogios y una nominación a los Premios Independent Spirit, y como consecuencia de ese éxito fichó con agentes extranjeros; actualmente lo representa la misma compañía que conduce las carreras de Joe Walker y Tom Cross, ambos ganadores del Oscar y montajistas de Dune y Sin tiempo para morir, respectivamente.

Por ahora a Sepúlveda no le obsesiona la posibilidad de sumarse a una superproducción de Hollywood. O no a cualquiera. “Sí me gustaría trabajar en una película de ciencia ficción grande, pero no solamente porque sea una película grande, sino porque me resulte interesante y yo pueda aportar emotiva y narrativamente”, plantea. Su preferencia, en cualquier caso, está “en un cine que puede tener un componente más masivo pero que al mismo tiempo está jugando con otras fronteras, que son más complejas y lindas”.

Foto: Felipe Vergara

Formado en Historia en la Universidad Católica, en montaje en San Antonio de los Baños, Cuba, y en guión en La Fémis de París, el realizador conecta su brújula creativa con un relato familiar: las primeras veces que llevaba a su hija mayor a ver una película al cine, la niña se ponía a llorar al final de la función.

“Yo la entendía, porque esto es un sueño, hay algo hipnótico. El cine es como estar en el útero. De alguna manera, es en ese espacio donde me gusta jugar, en el espacio de la ensoñación. El sueño despierto”.

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Con quien ha cultivado una estrecha colaboración es con Pablo Larraín. Tras trabajar en otros proyectos de Fábula a comienzos de los 2010 (compañía detrás de su primera y hasta ahora única ficción como director, Las niñas Quispe, de 2013), acaba de completar su cuarto filme como montajista con el cineasta: Spencer, el elogiado largometraje en que la estadounidense Kristen Stewart interpreta a Lady Di en su última Navidad junto a la familia real.

Con el fin de conocer en detalle la última encarnación de la princesa en la pantalla, antes de recibir el material desde el rodaje Sepúlveda vio la cuarta temporada de la serie The Crown, que aborda el origen de su matrimonio con el príncipe Carlos y los primeros desaires que sufre de parte de la familia real británica, y temporalmente antecede a la producción de Larraín.

Spencer. Foto: Pablo Larraín

Según opina, es “una telenovela de muy alta calidad pero que respondía, para mí, a muchos clichés”. Añade: “The Crown entrega una ilustración de la idea de ella (Diana) como un pollito que sufre a esta familia, y punto. En Spencer ella vive una angustia enorme, se vuelve una película de terror psicológico”.

La cinta del director chileno (hoy en la cartelera local), en vez de aspirar a ser la biografía definitiva sobre el personaje, se presenta como algo más acotado pero desafiante: “una fábula sobre una tragedia real”, se anuncia al comienzo. “Entra en un código en que no necesitas estar dando información pura y dura. No es el calco de Carlos pero no necesitas que lo sea, porque no es un filme en que se intente calcar y reproducir la realidad, sino que crear un relato a partir de eso”, explica sobre la historia, que “transita de vez en cuando en película de terror, después se va a algo más ligado al melodrama y luego entra a un happy ending de los años 90, y todo se va entrelazando″.

Lograr esos cambios de tono sin perder equilibrio es parte de la silenciosa función del montajista, que Sepúlveda homologa con la figura del productor musical. “Al principio juegas con los cortes, el movimiento, los ritmos y la información que vas dando. Pero al final lo que vas trabajando es la emocionalidad del espectador, dónde está su imaginario y cómo vas jugando con él. A mí me gusta llevarlo a un estado en que puede vivir el relato de la película de forma armónica, como si estuviera en un sueño”, sostiene.

En el caso específico de Spencer, indica, fue clave la mezcla de música barroca, jazz y clásica que el británico Jonny Greenwood dispuso para el filme. “A veces los músicos modernos tratan de reactualizar algo de otra época que no les nace hacer y tú sientes cierta ligereza. Pero lo alucinante con lo que él compuso es que tenía complejidad y capas”, expresa sobre la creación del multinstrumentista y miembro fundador de Radiohead. Una obra que, como el cine que más aprecia ver y hacer, admite más de una digestión.

Ante de tomar su vuelo de regreso a Chile, al realizador le falta el último tramo en la sala de montaje editando El amante de Lady Chatterley, una cinta que estará protagonizada por –vueltas de la vida– la británica Emma Corrin, la Lady Di del cuarto ciclo de The Crown. Desde Francia, uno de sus países de adopción, reflexiona sobre cómo sale y entra con facilidad en mundos tan diferentes.

“Ser siempre un afuerino. Nunca perteneces y eso te da una distancia que es dolorosa pero que al mismo tiempo te hace más sensible”, concluye.

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