Dos películas sobre Ana Frank vieron la luz durante los últimos meses. Primero fue el turno del israelí Ari Folman y su innovador acercamiento al célebre diario Where is Anne Frank, que se estrenó en julio en el Festival de Cannes. Empleando animación tras ser comisionado por la Fundación Ana Frank, el director de Waltz with Bashir imaginó el presente de Kitty –la ficticia amiga a la que se refería en sus escritos–, quien sale en busca de la adolescente en medio de una Europa que vive la crisis de refugiados.

Mi mejor amiga, Ana Frank, la cinta más reciente sobre la joven, puede tener una rúbrica más clásica, pero de todos modos marca un hito: es la primera producción mayoritariamente neerlandesa sobre la joven que se refugió de los nazis en un anexo de Ámsterdam entre 1942 y 1944, y es el primer proyecto cinematográfico que gira en torno a Hannah Goslar, amiga real de la protagonista, cuyo testimonio se encuentra en Memories of Anne Frank: Reflections of a childhood friend (1997), de Alison Leslie Gold.

El impacto del estreno del filme –desde hoy en Netflix a nivel global tras ser un éxito en los cines de su país– se acentúa por los últimos acontecimientos en torno a la autora del diario. A mediados de enero, una nueva investigación que tenía en su equipo a Vince Pankoke, un exagente del FBI, señaló con “un 85% de certeza” haber encontrado finalmente al delator de Ana y su familia: el notario judío Arnold van den Bergh, quien habría accedido a las direcciones mediante los antecedentes que guardaba el Consejo Judío de la capital de Países Bajos.

La hipótesis fue duramente cuestionada por historiadores neerlandeses y, como consecuencia de esas dudas, la editorial local Ambo Anthos acaba de anunciar que pospone la reimpresión del libro que contenía dicho trabajo, a la espera de que reciban “la respuesta de los investigadores a las preguntas suscitadas por su trabajo”.

Así, todavía se mantiene como un enigma quién traicionó a la adolescente en agosto de 1944, gatillando que fuera descubierta y trasladada al campo de concentración Bergen-Belsen, donde murió por tifus en febrero de 1945.

Mi mejor amiga, Ana Frank no intenta dar luces sobre esa interrogante hasta ahora sin solución. El propósito del director Ben Sombogaart (Twin sisters) consiste en abordar la historia de la joven a modo de película coming of age, una historia de crecimiento ambientada en Ámsterdam antes de que la persecución contra los judíos se agudizara y se tornara imposible su libre circulación.

Ana Frank y Hannah Goslar se conocieron como compañeras de colegio en Ámsterdam, pero su vínculo trascendió al aula. Advirtiendo que esta es “la historia de Hannah Goslar” y que “ciertas partes se adaptaron o condensaron con fines dramáticos”, la película se mueve con ductilidad por esos días alegres en que fantaseaban con estrellas del cine, se asomaban al primer amor y se prometían cuidarse mutuamente por siempre.

Esa perennidad nunca existe, pero la vida fue particularmente cruel en el caso de estas jóvenes, que nunca tuvieron una despedida por las mismas calles en que estrecharon lazos, se cuidaron y también pelearon. La otra mitad de la cinta, que asoma por fragmentos y luego se apodera del relato, está dedicada al tiempo en que Goslar estuvo recluida. Ella, junto a su hermana Gabi, fueron ubicadas en el campo de intercambio de Bergen-Belsen, donde “no era tan malo como en la zona donde Ana y Margot fallecieron justo antes de ser liberadas”, plantea el filme. Por razones lógicas, Frank reduce su presencia en la trama, conforme el horror del Holocausto crece como una fuerza imparable.

Pero hubo una salida. Hannah luego se dedicaría a ser enfermera en Palestina y hoy, a sus 93 años, ve cómo su visión de la historia llega a la pantalla, el corto pero feliz tiempo en que conoció a su querida amiga.

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