Lo dijo Alex Kapranos en sus redes sociales el jueves pasado: “El podcast antivacunas no es el verdadero problema. La explotación de los artistas es el verdadero problema”. El mensaje suma cientos de “me gusta”, también varias respuestas que refutan su punto de vista, pero lo cierto es que en esos 80 caracteres el líder de Franz Ferdinand logró sintetizar las dos mayores polémicas que ha enfrentado Spotify en su breve historia como protagonista de la industria musical del siglo XXI.
Dos de las tres mayores polémicas, si se quiere: el anuncio, en noviembre pasado, por parte del CEO Daniel EK, de que invertirá 114 millones de dólares en una startup (Helsing) que diseña inteligencia artificial para defensa militar, no ayudó precisamente a beneficiar la desmejorada imagen de la empresa entre usuarios y artistas, que desde su lanzamiento en 2006 acumula críticas de creadores de diversa jerarquía -incluidos Taylor Swift y Thom Yorke, de Radiohead- por considerar que sus regalías a los autores e intérpretes son injustas.
Si bien las objeciones nunca se han esfumado, el poderío de la mayor plataforma de música por streaming parecía mantenerse incólume. Los artistas que alguna vez eliminaron sus discos en protesta por los pagos, tarde o temprano volvieron a subir su música a la aplicación -acrecentando la idea de que es mejor criticar desde adentro que desaparecer del servicio-, mientras la empresa se fue consolidando como la más grande del rubro y la cara visible de un modelo que volvió a hacer rentable el negocio de la música.
Pero la reciente salida de Neil Young, Joni Mitchell y otro puñado de músicos del catálogo del servicio, en protesta por la presencia del podcast de Joe Rogan en la app y la “desinformación” en torno a las vacunas contra el Covid-19 que según ellos promueve el programa, alteró el escenario, hizo escalar el debate y terminó dando pie a la peor crisis comunicacional que ha enfrentado Spotify a la fecha. Sobre todo una vez que se conoció que la empresa pagó cerca de 100 millones de dólares por contar en exclusiva con el programa (algo que la compañía no ha confirmado) que, dicho sea de paso, es el más buscado y reproducido actualmente de todos los que tiene a disposición.
Como sea, hoy la discusión ya no sólo involucra a ciertos artistas y sus reclamos por un pago justo, sino también a los cerca de 400 millones de usuarios que tiene la app en el mundo (180 de ellos pagados, según el último reporte de la firma). ¿Debe Spotify hacerse responsable de controlar y editorializar la información incorrecta y el contenido potencialmente dañino que aloja en su servicio? ¿Por qué si en el pasado la app sacó de sus playlist la música de artistas acusados de abuso y violencia (R. Kelly, XXXTentacion) por motivos “valóricos” no hace lo mismo con el podcast de Joe Rogan? ¿Estoy dispuesto a que el pago mensual que destino al servicio vaya a financiar tecnología militar o el programa de un potencial antivacunas?
Son algunas de las dudas y cuestionamientos que se han agudizado durante los últimos días, motivando una avalancha de publicaciones en la prensa especializada. Entre ellos, diversos artículos de medios como The Wall Street Journal, que dan cuenta de pérdidas millonarias en el valor comercial de la empresa en la Bolsa tras el incidente, mientras otros como The Guardian o The Verge presentan las mejores alternativas a sus lectores que deseen cambiarse de plataforma, o incluso tutoriales sobre cómo trasladar paso a paso sus playlist de Spotify a servicios como Apple Music, Amazon Music, Tidal o YouTube.
Muchas notas también ponen acento en que las políticas editoriales de la empresa -se pueden revisar en su web- no dicen nada respecto de la información que se difunde relativa al Covid, sólo subrayando que se prohibirán contenidos de odio dirigidos a raza, género, etc. No hay menciones vinculadas a propagar información errónea de la actual crisis sanitaria. Eso sí, ayer se supo que se habían borrado alrededor de 100 episodios de The Joe Rogan Experience.
Artistas infrapagados
“Por supuesto que la difusión de desinformación es un problema grave. (Pero) es frustrante que reciba tanta atención mientras se pasa por alto la naturaleza explotadora del modelo”, dijo el mismo Alex Kapranos en su cuenta de Twitter esta semana, complementando sus dichos iniciales y tratando de ir hacia lo que considera la raíz del problema.
Para The New York Times, en tanto, se trata de dos problemáticas vinculadas. “Para quienes han seguido de cerca a Spotify desde hace mucho tiempo, el episodio de Neil Young es la última tensión dentro de la siempre compleja y problemática relación de la compañía con los artistas”, sentenció esta semana.
En 2013, el británico Thom Yorke fue uno de los primeros en alzar la voz y en tomar medidas concretas, retirando todos sus discos solistas y de proyectos paralelos a Radiohead a modo de reclamo por el escaso pago a los artistas. Un año después, Taylor Swift eliminó todo su catálogo de Spotify y dijo que el modelo “freemium” del servicio -aquel que permite a los usuarios escuchar música gratis pero con publicidad- no compensaba de manera justa a los artistas por su trabajo. Años después ambos volvieron a agregar su música al servicio.
Pese a que muchos músicos se han pronunciado sobre lo que consideran como una injusticia del modelo de streaming en general, en el que cada reproducción suele generar un pago cercano a sólo una fracción de centavo -$0.0038 dólares, algo así como $2,7 pesos chilenos-, el modelo actual vuelve difícil a los creadores retirarse así como así de la plataforma. No estar en Spotify es casi como no existir, en tiempos en que el streaming representa el 84% de los ingresos por ventas de música y la firma sueca lidera el rubro.
Esto ha convertido a Spotify “en un socio financiero clave de las compañías discográficas y un ‘mal necesario’ para los artistas”, según dijo a The New York Times George Howard, profesor en el Berklee College of Music y exejecutivo discográfico. “No es como que exista una alternativa, realmente. Lo otro que tienes es YouTube, pero lo que significa, digamos, una difusión con mayor facilidad, más cómoda para mucha gente que puede pagarlo... Realmente no hay otra alternativa”, plantea Abel Zicavo, líder de Moral Distraída, uno de los grupos chilenos que más reproducciones acumulan en plataformas.
Zicavo, quien hoy junto a su hermano Camilo encabeza la banda paralela Plumas, explica que cada grupo tiene su propio acuerdo con cada plataforma de streaming, “y siempre eso es variable según el proyecto, el impacto, los acuerdos que uno hace con agregadores o con los sellos”. Aún así, considera que las ganancias que se reciben por este concepto “son pocas, en general”, y responden, en su opinión, a “una crítica más profunda al sistema económico imperante”.
Para Carlos Cabezas, líder de Electrodomésticos y desde años uno de los músicos nacionales más preocupados en buscar formas de saltarse los intermediarios en la actividad musical (ticketeras, plataformas, por ejemplo) apostando por las criptomonedas, “es bueno que se sepa lo que paga cada plataforma por reproducción es un ingreso que antes no existía. Pero, teniendo características un tanto monopólicas estas plataformas, deciden estos porcentajes muy mínimos”.
“Los derechos de autor sirven para paliar en parte la desventaja en que se encuentran los músicos, los artistas en general, en términos de derechos sociales básicos con respecto a un trabajador normal”, agrega el compositor, quien si bien cree que “Spotify es importante en la difusión de nuestros artistas, es de esperar que en el futuro se vayan desarrollando formas más horizontales de difusión, más personales. Que la posibilidad de escuchar algo, o de mostrar algo, no dependa del dinero que hay detrás. Que el desarrollo tecnológico y una evolución en cómo entendemos y valoramos el arte socialmente posibilite evitar la concentración del trabajo artístico en estas megaempresas y se pueda compartir éste de una manera que visibilice y dignifique el trabajo de los artistas en general”.
En ese sentido, para Cabezas sí es relevante lo ocurrido en la última semana con Neil Young, Joe Rogan y los límites de la libertad de expresión en estos servicios. “Muestra varios temas que es bueno que se debatan y conozcan”, dice. “¿Es ético que un espacio como Spotify, que se entiende confiable, sobre todo entre los jóvenes, genere información sesgada y errada sobre el Covid, información que claramente produce un daño social? ¿Es bueno que se les exija conciencia social a modelos de negocios como Facebook, Instagram, Twitter, etcétera?”, se pregunta.
Una visión similar comparte desde España Javiera Mena, quien esta semana, gracias a su comentada participación en el Benidorm Fest, por primera vez vio cómo los oyentes españoles de su música en la plataforma superaron a los chilenos. “Spotify es una herramienta poderosa. Y como cualquier herramienta en manos del ser humano tiene sus beneficios y sus costos”, señala.
Si bien Mena considera que los artistas del mundo están “infrapagados” por las diversas apps de streaming musical, explica que “en principio no me planteo retirar mis canciones de Spotify, porque entonces también debería salir de YouTube, de Twitter y de cualquier red social donde se da esta problemática. Pero sí animo a Spotify a revisar su normativa y filtrar sus contenidos”.
“Respeto la decisión de Neil Young y otros artistas. Es un tema controvertido, un asunto bien sensible que trasciende Spotify. La reflexión que debemos hacer como sociedad es: ¿Cualquier contenido vale? Las fakenews y los discursos de odio son ejemplos de la importancia de regular los contenidos, porque pueden mermar la calidad democrática e incluso (como pasa con los negacionistas), la salud pública”, asegura la cantautora.
La era del podcast
Cuánto pesará y cuáles serán las repercusiones que tendrá en Spotify -y en el negocio musical- lo ocurrido esta semana es algo que probablemente se verá con el correr de las semanas.
Por de pronto, es indudable que la imagen pública de la compañía se ha visto afectada por el llamado a boicot de un puñado de leyendas musicales, a las que se sumaron las quejas de la comunidad científica -plasmadas en una carta abierta en la que 270 expertos plantean que Spotify no logra mitigar el impacto de la información imprecisa que aloja-, el apoyo que brindó a Neil Young el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS) e incluso las declaraciones de la Casa Blanca, que a través de su secretaria de prensa, Jen Psaki, pidió “que todas las plataformas continúen haciendo más para denunciar errores y desinformación, al tiempo que incrementan la información precisa”.
Para muchos expertos, más allá de la supuesta caída en su valor comercial que supuso este episodio, la empresa no debería sufrir un impacto demasiado significativo en sus finanzas. De hecho, como una forma de contrarrestar las críticas y controlar el daño, la firma reveló esta semana su informe financiero del cuarto trimestre de 2021, reportando un alza del 16% en sus suscriptores premium (180 millones) y de un 18 % en sus usuarios activos mensuales (406 millones).
En paralelo, Daniel Ek emitió una declaración pública sobre el caso Rogan-Young: “Personalmente, hay muchos puntos de vista en Spotify con los que no estoy de acuerdo”, al tiempo que anunció cambios en pos de combatir la desinformación en el servicio. Allí subrayó que “es importante que no asumamos la posición de ser censores de contenido y, al mismo tiempo, nos aseguremos de que existan reglas y consecuencias para quienes las violen”. No habrá más declaraciones al respecto desde la plataforma, confirman los representantes en Chile de la empresa.
Más pistas entregó Ek el jueves pasado, en una reunión privada que The Verge describió como “tensa”, y en la que el CEO explicó a sus trabajadores por qué optó por Rogan en vez de Neil Young. Allí dijo que haber fichado en exclusiva al conductor del podcast del momento fue “fundamental” para el futuro de la compañía. “Para ser sincero, si no hubiéramos tomado algunas de las decisiones que tomamos, confío en que nuestro negocio no estaría donde está hoy”, dijo a sus funcionarios.
Finalmente, Ek sentenció que la empresa es actualmente el servicio número uno en transmisión de podcasts. O sea, hoy tienen el foco más puesto en los podcasts que en la música. Las cifras también son lapidarias. El autoexiliado Neil Young tiene 5,7 millones de oyentes mensuales en la app, menos que Mon Laferte, por ejemplo, que posee 6,3 millones. Joni Mitchell reporta 3,5 millones, menos que el talquino Marcianeke (3,7 millones). En tanto, el cuestionado programa de Rogan tiene casi 11 millones de oyentes por episodio. Una pista acerca del origen del conflicto y del futuro de la industria.