“El niño no tenía amigos de los que ocuparse, ni que se ocupasen de él. No tenía fresco en el pensamiento el lamento de ninguna separación reciente. (…) Sin embargo, su corazón estaba afligido, y Oliver deseó, mientras se arrastraba para acostarse en el angosto lecho, que este fuese su ataúd, para poder así descansar en un sueño largo y profundo bajo la tierra del camposanto, con la alta hierba ondeando dulcemente sobre su cabeza y el sonido de la vieja y grave campana tranquilizándole mientras dormía”.
Con esas palabras, Charles Dickens retrataba un pasaje de Oliver Twist, una de sus novelas y personajes más exitosos y recordados. Y, aunque hay varios aspectos en que la vida de Oliver y el pequeño Dickens diferían, lo cierto es que el autor inglés escribía sobre cosas que vivió y conoció en primera persona.
Nacido el 7 de febrero de 1812, el novelista, segundo de ocho hermanos, pasó los mejores años de su infancia en el pueblo de Chatham, perteneciente al condado de Kent, donde su familia se radicó poco después de su nacimiento. En 1822 se trasladaron a Londres, donde, dos años después, comenzaría el tiempo más duro de su niñez.
Su padre, un funcionario de la Pagaduría de la Armada incapaz de organizar sus finanzas, fue condenado a prisión por registrar una serie de cuentas impagas. En aquellos tiempos, las familias podían compartir celda con los condenados dentro de la penitenciaría, por lo que su madre y hermanos se trasladaron a vivir a la cárcel de deudores de Mashalsea. Todos menos Charles Dickens, quien debió iniciar su vida laboral con tan sólo 12 años, repartiendo su precario sueldo –apenas seis chelines semanales- entre sus gastos de hospedaje y lo que debía enviar para ayudar a sus padres y hermanos.
Ese primer trabajo fue en la Warren’s boot-blacking Factor, una fábrica de betún para zapatos ubicada en Londres y propiedad de unos parientes de su madre. En una jornada diaria de diez horas, el niño Dickens debía pegar las etiquetas en los frascos de betún. Aunque el padre cumplió su período carcelario luego de unos meses, la situación económica de la familia seguía siendo inestable. A pesar de su corta edad, y a la herencia que 250 libras que recibió el padre por la muerte de su progenitora, su madre lo emplazó a que no abandonara su trabajo, lo que marcó no sólo su vida, sino también a su futura literatura.
Su novela David Copperfield es reconocida como una de sus obras con más referencias autobiográficas, y en ella versan pasajes que pueden ser asociados a las condiciones en que el escritor vivió su niñez: “Yo no recibía ningún consejo, ningún apoyo, ningún estímulo, ningún consuelo, ninguna asistencia de ningún tipo, de nadie que me pudiera recordar. ¡Cuánto deseaba ir al cielo!”.
Cabe destacar que el escritor alcanzó a asistir sólo dos años a la escuela, a la que había ingresado recién a los nueve años. Allí cultivó su interés por las novelas “picarescas”, como Tom Jones y Las aventuras de Roderick Random. Su educación literaria fue más bien autodidacta, y sus virtudes en la escritura se fueron desarrollando con el tiempo.
Otro novelista con oficio periodístico
Ya en 1827, Dickens comenzó a trabajar como pasante en un bufete de abogados, donde destacó por su habilidad para cumplir con excelencia todas las tareas que le eran asignadas. Era especialmente apreciado por su desempeño y dominio en la técnica de la taquigrafía. Según menciona el filósofo y ensayista Jordi Llovet en la introducción a la edición de Los papeles póstumos del club Pickwick –la primera novela del autor inglés- publicada por Penguin Random House, gracias a ese empleo, demandante de una escritura rápida y de poder de síntesis, “Dickens adquirió los rudimentos del oficio al que terminaría dedicándose el resto de su vida”.
Pero antes de comenzar su carrera literaria, el escritor también tuvo su paso por varios diarios londinenses. Primero ofició de reportero en el Doctor’s Commons y luego como periodista político en el medio True Sun, en el año 1828. Por esa época, nació su interés por ser actor de teatro. Se inscribió a clases de interpretación, aunque no pudo presentarse a dar el examen de ingreso. El día del casting se encontraba agripado, por lo que desistió a la idea de dedicarse a las tablas.
En 1835 empezó a desempeñarse de lleno como cronista en tribunales y el parlamento. Fue contratado por el periódico Morning Chronicle como periodista político, y le fue encomendada la misión de viajar a través de su país cubriendo las campañas electorales.
Al año se decidió a incursionar en la elaboración de una serie de relatos que, si bien eran ficción, retrataban la realidad social de la capital inglesa. Así, en 1836, comenzó a publicar en la revista Monthly Magazine una serie titulada Escenas de la vida de Londres por Boz, la que tuvo una muy buena recepción por parte de los lectores.
Ese mismo año contrajo matrimonio con Catherine Thomson, hija del editor del periódico Evening Chronicle (donde Dickens publicó las novelas Los papeles póstumos del club Pickwick, Oliver Twist y Nicholas Nickleby), y con quien tuvo diez hijos. Dickens ya comenzaba a ser reconocido por sus novelas, y su situación económica estable le permitió adquirir una vivienda en Bloomsbury, mismo barrio en que luego vivieron otros grandes personajes de la literatura como Virginia Woolf, E. M. Forster y Lytton Strachey.
Un método para llegar al éxito
El éxito conseguido con las publicaciones en la Monthly Magazine llevó a que Dickens se decidiera por escribir y publicar sus novelas a través de capítulos, los que eran presentados en la revista Evening Chronicle. Además, estaba convencido de que aquella forma de publicación, que luego se editaba en formato libro, hacía que sus historias fueran mucho más accesibles, permitiendo que las personas más pobres también pudieran leerlas.
Así publicó sus grandes éxitos en entregas mensuales o semanales a través de distintos medios, como el Master Humhprey’s Clock y el Household Words. La recepción en el público fue más que positiva, posicionando al escritor inglés como el más famoso de su época no sólo en Inglaterra, sino también en Estados Unidos. Sus seguidores se agrupaban en multitudes en los puertos de Nueva York para recibir los embarques que traían las historias de Dickens a tierras norteamericanas.
Este método lo llevó a establecer una relación bastante horizontal con su público. Usualmente, el autor escribía las continuaciones de las novelas a medida que se iban publicando, lo que le permitía estar atento a la reacción de los lectores a la hora de descubrir el curso de la historia.
De la misma forma, mantenía una cercanía autoral con los ilustradores encargados de los dibujos que acompañaban a sus textos en las revistas y diarios. Antes de comenzar a trabajar con ellos, les otorgaba un “prospecto de trabajo”, una descripción minuciosa de los personajes y ambientes para tener la certeza de que serían tal como él los veía en su cabeza.
La novela como un espacio para la crítica social
En términos de contenidos, una de las características más notables dentro de las historias creadas por Charles Dickens es su capacidad de mezclar la sátira, personajes entrañables y la cruda desigualdad imperante en el Reino Unido para establecer una crítica social a su época.
Además de su inagotable capacidad literaria, las experiencias de infancia le jugaron a favor a la hora de plasmar sus ideas en el papel. No sólo escribía sobre cosas que él mismo vivió durante su infancia. También aprovechó al máximo todas las cosas que observó durante su vasta experiencia dentro de los tribunales y reporteando para los diarios ingleses.
En sus tiempos, se alzó como todo un progresista, capaz de criticar en sus historias todos esos aspectos de la realidad que le conflictuaban. Entre ellos, la explotación y el trabajo infantil y la esclavitud.
Sin embargo, también se le reconoce haber sido de los primeros escritores en humanizar la figura pública de las trabajadoras sexuales. En Oliver Twist, de sus obras más notables, Dickens incluyó a Nancy, una mujer que encarnaba la vida trágica de las prostitutas. A través de aquel personaje, el escritor reivindicó la imagen que socialmente se tenía de las mujeres que ejercían dicho oficio, y que eran marginadas por la moral victoriana imperante en esos años.
El legado de un escritor criticado
Todas las novelas de Dickens son consideradas como una parte fundamental de la literatura universal. Sus técnicas literarias incluso llevaron a la creación del término “dickensoniano”¸ que refiere a la capacidad de plasmar una gran historia, que experimente varios temas y géneros, a través de una estructura más bien convencional.
Su capacidad de llevar a la ficción sus propias vivencias caracterizó su obra, la que muchas veces es considerada, en muchos aspectos, autobiográfica. Grandes figuras intelectuales del siglo XIX valoraron públicamente su aporte a la literatura.
El mismo Karl Marx se refirió a él como uno de los novelistas de la Inglaterra Victoriana que “exhibían al mundo más verdades sociales y políticas que las que eran pronunciadas por políticos profesionales, publicistas y moralistas juntos”. En términos de escritura, su pluma influyó a importantes autores como el poeta inglés Thomas Hardy y el periodista estadounidense Tom Wolfe, considerado uno de los padres del nuevo periodismo. Además, otros autores como George Gissing y G. K. Chesterton destacaron su dominio de la lengua inglesa, considerándola como “inigualable”.
Sin embargo, otras figuras también criticaron sus novelas. Henry James y Virginia Woolf le acuñaron a sus textos los defectos de tener un sentimentalismo efusivo, personajes “grotescos” y la narración de eventos más bien irreales, además de señalar que carecían de profundidad psicológica.
La misma Virginia aseguraba que, al finalizar la lectura de sus novelas, se sentía emplazada a donar dinero a alguna organización caritativa, argumentando que, a su parecer, eso no era un sentimiento que el arte debiera impulsar.
Entre críticas y adulaciones, la influencia de Dickens en la literatura universal no deja de ser relevante. Más que mal, se trata de uno de los escritores más famosos y exitosos de todos los tiempos, que contribuyó a encantar a millones de personas con la lectura. Aunque pidió en vida que no le hicieran ningún monumento, una estatua levantada en Portsmouth, su ciudad natal, lo recuerda como uno de los imprescindibles del mundo literario anglosajón, y uno de los personajes más importantes del siglo XIX.