Durante su trayectoria, uno de los intereses que ha desarrollado la periodista, ensayista y escritora argentina Beatriz Sarlo, es la obra del intelectual francés Roland Barthes. Pensador clave del siglo XX, una sola etiqueta no basta para definir su obra: filósofo, crítico, teórico literario y semiólogo. Uno de los referentes del estructuralismo francés. En su obra hay crítica literaria, lingüística, filosofía del lenguaje, ensayos sobre los signos, los símbolos y además la fotografía.

Sarlo ha escrito ensayos sobre Barthes, publicados en diferentes periódicos y revistas, como Perfil, Página/12, Télam o la revista Ñ, de Clarín. Incluso también dio una conferencia sobre el galo en la Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, en 2015.

Ese acopio de material hoy es posible revisarlo en formato libro. Escritos sobre Roland Barthes, se llama lo que la trasandina acaba de editar en nuestro país junto a Ediciones UDP. En cada uno de los ensayos, Sarlo toca algún aspecto de la obra del francés. En la introducción del volumen, confiesa que más imitar su escritura, de francés aprendió otra cosa.

“Lo que aprendí es cómo leía Barthes, uno de los lectores más inteligentes y menos pomposos de aquellos años, cuando la percepción crítica sucumbía muchas veces bajo el peso del aparato teórico”.

En conversación con Culto, Sarlo rebobina la cinta y ubica cómo y cuándo comenzó su interés por leer al hombre de La cámara lúcida. “Fue en Buenos Aires a mediados de la década de 1960, después de que aparecieran en la revista Communications algunos artículos suyos. Se trataba entonces del Barthes más semiológico, pero, de todas formas, algo había en esos textos, que nos llevaba por otros rumbos, más ensayísticos y menos duramente académicos. Por supuesto, ya se había publicado Mythologies, cuyo ensayo final me indicó un camino. Los textos breves de ese libro creo que dejaron una huella más duradera; fueron algo así como lo que yo habría querido escribir y lo intenté mucho después”.

La escritora argentina Beatriz Sarlo.

Usted se declara “barthesiana” y señala que incluso tiene primeras ediciones de sus obras en su biblioteca. ¿Aún las mantiene?

Conservo todos los libros que fui comprando a medida que llegaban a Buenos Aires. Esto es bien excepcional, ya que no soy una apasionada conservadora que custodia su biblioteca. Pero, en el caso de Barthes, por suerte, no los fui perdiendo por el camino. Y allí los tengo, con los subrayados y las marcas que, a menudo, indican que lo había entendido a medias. Con Barthes me sucedió lo que gente algo mayor cuenta sobre sus primeras lecturas de Sartre.

¿Cómo ha influenciado Roland Barthes su propio trabajo?

Me inclinaba hacia la historia y la sociología literaria. En ese punto de mi formación, Barthes me hizo girar la cabeza y me convenció de que la forma discursiva de lo ideológico era una condición que no podía pasarse por alto. Nunca.

Los textos de este libro son bastante fluidos, y se leen de modo muy ameno. ¿Cómo fue para usted conjugar una escritura sencilla con las ideas de Barthes, que se sitúan en un ámbito más académico?

Barthes tiene un registro que no es sencilla y pesadamente académico, salvo en su etapa estructuralista y en S/Z. Su escritura se libera de la dureza metalúrgica de las mismas teorías semiológicas que él contribuyó a afianzar como capítulo importante que hoy llamamos análisis de discurso. Mythologies es un libro cuyos textos fueron publicados antes en revistas, incluso en Les Temps Modernes, y tienen la gracia, la soltura y la profundidad de los mejores intelectuales cuando escriben para un público más amplio que el de los especialistas.

Otro punto que menciona Sarlo, es el de la relación que Barthes tenía con Japón, país en el que se interesó no como antropólogo, sino por una forma de escritura, los haikus. La trasandina acota, eso sí, que esa fijación tiene que ver con lo que venía realizando. “El movimiento de la prosa de Barthes y sus figuras ya son su estilo antes del interés por Oriente. Barthes es un escritor de clara formación francesa y es dentro del ensayo francés que hay que pensarlo, en una tradición de intervenciones intelectuales que atraviesan todo el siglo XX y que incluye, por supuesto, a Sartre”.

Uno de los títulos importantes de Roland Barthes, quizás el más popular, es La cámara lúcida. En estos ensayos lo menciona poco. ¿Qué impresión le causa?

En efecto. Usted tiene razón. Leí La cámara lúcida después de conocer los textos de Walter Benjamin sobre la imagen, y mi relación con la perspectiva de Benjamin es muy fuerte. Creo que Barthes, al analizar imágenes, no me produjo el impacto que me provocaron tanto sus análisis de literatura como su prosa.

Para usted, ¿qué relevancia tienen los postulados de Barthes en filosofía del lenguaje y los signos en esta época de redes sociales?

Su pregunta es un interesante señalamiento del olvido. Quienes estudian las redes sociales parecen moverse como si no estuvieran precedidos de los análisis de textos que se escribieron en el siglo XX, de Auerbach a Raymond Williams, ni de Sartre a Barthes. Tienen otra bibliografía en la cabeza.

¿Cuál o cuáles son a su juicio los libros fundamentales de Roland Barthes?

Como magistral ejercicio de método, elijo S/Z. Como despliegue de una inteligencia que magnetiza por la escritura, menciono la reunión de sus Ensayos críticos.

¿Qué libro sugiere para aproximarse a Roland Barthes para quienes no lo han leído?

Siempre es más sencillo aproximarse por los reportajes. Allí está la recopilación, organizada por el mismo Barthes con los inevitables y afortunados colaboradores. Su título es El grano de la voz. Barthes despliega su seducción y la originalidad de sus perspectivas con el tono coloquial de una conversación única e irrepetible.

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