En la música, como en las películas, como en la vida, hay finales y finales. Pero basta repasar el desenlace de buena parte de los más populares proyectos musicales chilenos para notar un patrón de quiebres particularmente secos, traumáticos, abruptos.

Salvo contadas excepciones, muchos de los grupos humanos que por años recorrieron escenarios llevando canciones y emoción a la vida de miles de personas se han acabado con fríos y escuetos comunicados de prensa, con peleas frente a las cámaras, con cortocircuitos entre bandos intestinos que parecen enemistados de manera irreconciliable por motivos que pocos podrían comprender.

Dentro de esa historia de desencuentros y divorcios musicales de la escena criolla, el de Guachupé fue uno especialmente duro. Para sus cuatro integrantes pero también para una incontable masa de seguidores que quedó a la deriva y en una suerte de orfandad en medio de la pandemia.

Hasta octubre de 2020, el cuarteto formado en los pasillos del liceo Lastarria a fines de los 90 por Tomás Maldonado, Robinson Acuña y los hermanos Nelson y Rodrigo Alveal no sólo era uno de los conjuntos más longevos de la escena  -21 años juntos es casi una proeza para los parámetros locales- y una aventura pionera dentro del circuito mestizo de rock, cumbia y ska que explotaría tiempo después en el país. También, y por sobre todo, Guachupé fue siempre un grupo especialmente identificado con los valores de la amistad, del compromiso, de la superación de las adversidades que plantea el cotidiano. Hasta que llegó el día en que esos obstáculos se volvieron insalvables.

“Nuestra energía como banda venía muy debilitada y durante esta pandemia todos hemos tenido momentos de luz y momentos de agobio ante los acontecimientos del día a día”, reconocían, en su estilo, los Guachupé hace un año y medio, en una carta abierta para anunciar un sorpresivo receso indefinido a su incontable legión de fanáticos. Una hinchada tipo barra de fútbol que entre sus ilustres feligreses tuvo -y tiene- al presidente electo Gabriel Boric, y que durante dos décadas acompañó incondicionalmente y en verdaderas flotas de buses repletos cada triunfo y tragedia de la banda. Desde el debut en Cosquín Rock de Argentina en 2008 al funeral de su guitarrista Luis “Lucho Ardilla” Adriazola, en un accidente en 2012. Desde la apoteósica celebración de sus 15 años de carrera en el Caupolicán en 2014 (y su réplica en 2017) a su recordado show en el festival de Olmué, su último gran hito en vivo.

Y si para ese público el anuncio del término del cuarteto fue similar a un cataclismo, como si el equipo de fútbol de sus amores desapareciera de un día para otro, para los fundadores del conjunto el desenlace no fue menos terrible.

“Hubo un momento en que nos reímos con Tomás sobre esta situación, pero el día que nos dimos cuenta fue súper crudo, porque asumimos que nos habíamos quedado solos, cada uno por su lado, no en conjunto”, resume Acuña, reviviendo el trauma del quiebre sentado junto a Maldonado en una cálida y luminosa tarde del verano santiaguino.

Hoy hay efectivamente más luz en el presente de los ex Guachupé. El vocalista y el guitarrista del grupo decidieron seguir adelante y 16 meses después de la ruptura estrenan formalmente su nueva apuesta musical: Camiseta 22, un dúo con diversos instrumentistas invitados que mantiene la esencia de su antigua agrupación y que prepara el lanzamiento de un disco grabado en los estudios La Makinita, del que ya se liberaron dos adelantos: Antes de las 10 -en enero, acompañado de un interesante videoclip en plano secuencia protagonizado por Gastón Salgado- y Acapulco, disponible desde hoy en plataformas. Ambos temas con algo de esa misma melancolía alegre -o viceversa- que estaba presente en los cuatro discos de Guachupé. Y ambas con referencias a Juan Gabriel, a Don Ramón, al México que conocieron en sus giras durante los días de apogeo.

Lo último no es casual. Que Roberto Gómez Bolaños haya encontrado su destino en la vida metido en la piel del Chavo del 8 siendo ya un hombre de mediana edad es parte de la inspiración confesa detrás de este segundo tiempo en la música del dúo.

“Claro, después de 20 años, o sea la historia de tu vida po. Tienes 40, has pasado la mitad de la vida con tus amigos y te quedaste solo. Entonces la música comienza a ser el motivo”, dice Acuña sobre este renacer artístico, plasmado en un proyecto cuyo nombre surge de un viejo tema propio dedicado a Adriazola. Ese cuyo coro dice “por ti brindaré para demostrarte que estamos firmes y seguimos de pie, siempre festejando, aunque ya no esté”.

“Entonces nosotros sin saber cómo se iba a llamar el proyecto, sí sabíamos que no estábamos los dos solos, que había una historia en común. Y en el último día, antes de de subir la canción a las redes, llega el Tomás y me dice: “¿Sabís qué?, esto se tiene que llamar así porque así quiero que se llame, porque así es como lo siento, porque esto es lo que nos une, porque teníamos un amigo que era el que más quería hacer esto y ya no estaba”, agrega el guitarrista.

“Camiseta 22 es también el nombre que se adjudicó la hinchada de Guachupé. Más allá de si están registrados o no, Camiseta 22 son ellos, son ese lugar de resistencia, es un nombre que simboliza lo que más nos une a nosotros en relación a ese mismo lugar común que la gente pedía”, complementa Tomás Maldonado sobre el nuevo proyecto, que tiene entre sus colaboradores a instrumentistas connotados como Juan Pablo Wasaff (Teleradio Donoso), Camilo Cornejo (Negros de Harvard), Marcelo Wilson, “Manu” Torres (Congreso) y el pianista Camilo Salinas (Inti-Illimani Histórico), además de Francisco Padilla (Palma, Johnny Olas, Drakos) en la producción ejecutiva.

“Creo que fue la decisión más atinada y más segura decir: ‘Camiseta 22 es el lugar en común, es una canción que ocurre en un momento trágico, de la vida, de la historia de la banda, que siempre cargó cosas trágicas, la muerte de un amigo, separación, quiebres’. Era el nombre al que todo el rato le esquivábamos, pero que de alguna forma... sabíamos siempre que era el lugar”, agrega el cantante.

Y a nivel sonoro, estilístico, ¿es muy distinto a Guachupé lo que se va a encontrar la gente en este disco?

Tomás Maldonado: Musicalmente lo primero que aparece es un nuevo sonido, con estas intervenciones de Camilo Salinas donde él graba esta canción y claro, esa parte sonoramente se escapa de los sonidos de los vientos, más estridentes, más ska, más cumbiero y festivo. Hay mucha más melancolía porque también es un disco que viene cargado de eso, viene cargado de una pandemia, de un encierro, viene cargado con notas, con letras y con historias muy melancólicas, muy como apesadumbradas, con ciertos resquemores, con otras cosas que no tenías como muy resueltas y desde ese lugar, sí, es un sonido a mi parecer distinto. Pero tampoco se escapa absolutamente, porque no es tan fácil, si eres la mitad de los Guachupé. En todo caso Guachupé siempre tuvo ese dejo medio melancólico, entre medio de lo festivo siempre estuvo esa cosa media existencial, como la resaca del día después. 

Robinson Acuña: Nosotros vivimos los 90, que estaban cargados de tristeza. O sea, todos pasamos por el Liceo Lastarria, que era como la cuna del bullying. Entonces la vida era muy sufrida, cuando eras chico, 14, 15 años, había algo que no era alegre para nada. La nostalgia siempre estuvo, la lírica de Tomás coquetea con eso, tiene esa dualidad de “un día estoy bien y al otro estoy echo bolsa” y no él, todos. Ese imaginario que la gente se tatúa, que tiene frases de canciones de Guachupé tatuadas en la piel y de alguna manera ese imaginario lírico, este gran arco narrativo, vuelve a aparecer pero ahora ya enfrentado de otra manera.

¿El disco ya está grabado? ¿Tiene tiene nombre? ¿Cuándo saldrá?

RA: Toda la música está grabada, Tomás está ajustando las últimas letras que son las que faltan por grabar pero el grueso del disco ya está grabado. Salimos de una habitación donde grabábamos monofónicamente una sola línea a un estudio donde fuimos a grabar las baterías, en un estudio multipista, una canción con un arreglo de cuerdas. Entonces, claro, existe como este nuevo espacio sonoro construido no solo desde nosotros sino también desde este macro. Y el disco ya está, nos gustaría mucho lanzarlo en marzo o abril.

¿Por qué se acaba Guachupé?

R.A: Creo que lo que sucede en el final de Guachupé está asociado mucho al contexto pandemia. Empezamos a ver que había un estancamiento creativo muy amplio. Y cuando uno empieza a tratar de investigar o reconocerse en qué fue lo que sucedió, la historia era muy larga para atrás. Nosotros vivimos veinte años con la banda y pasamos un sinfín de cosas, como vivir la transición del CD a la música digital. Uno iba a dejar cedés esperando a que te llamaran... y no te llamaban nunca. Entonces, de alguna manera, la independencia te dio esta facultad de poder tener el control creativo sobre todo, pero a la larga eso mismo después se empezó como a calcificar. Hubo un estancamiento creativo, sí, eso es una realidad.

Eso parece ser algo completamente esperable y natural en cualquier grupo humano, ¿no? 20 años es mucho, para cualquier grupo.

R.A: Es mucho tiempo Pero al final lo que hace el estallido social y la pandemia es que devela el estado en que la banda estaba. Y producto de esto, también, es que se llega a esta aceptación mutua, en conjunto, de ponerle una pausa a la banda, porque ya las cosas no estaban fluyendo.

T.M: No podíamos congeniar, era difícil. Había como una visión muy individual sin una capacidad amplia de llegar a consensos. Y se remitía mucho al pasado (...) todos muy llevados a la idea de cada uno. El receso aparece en un momento como una explosión. No en el mismo momento, yo creo que días después, como “chucha, hueón, mira la cagada que quedó. La gente quedó con más pena que la cresta”. Porque la gente quería mucho a Guachupé, quería mucho al nombre, tenía una posición y de alguna forma una pertenencia súper especial. Gente tatuada, con lienzos. A mí me pasaba mucho que me encontraba gente que me preguntaba: “¿Pero qué hago ahora”. Y yo les decía: “¿Y yo qué hago, o creís que esto no me dolió? O sea, ¿te dolió a tí y a mí no? Yo estoy pa la cagá”.

Ahora que están partiendo con este nuevo grupo, ¿cómo proyectan lo que viene? ¿Les gustaría retomar la dinámica de las giras, de las tocatas en regiones, en el teatro Caupolicán? ¿O es algo que piensan cambiar?

TM: Lo voy a hablar desde mi lugar, y lo repito porque me quiero concientizar de eso: la vida del rock es muy divertida, lo pasas la raja, es genial. Pero también hay momentos muy desagradables. Todo lo que venga, sí, lo quiero hacer. Genial si me voy a México, si nos podemos ir a regiones, pero siempre en el cuidado de pasarlo bien, de no hacerse mierda tocando, de no reventarse, de ojalá tener un mejor vivir. Porque también el rock viene con todo, con la noche, los excesos, con un montón de cosas que, de alguna forma, hacen que te ocurran cosas agradables y otras desagradables. Pasarlo mejor y estar más consciente de lo que va ocurriendo, atento a lo que va ocurriendo.