Licorice Pizza: cómo Paul Thomas Anderson creó una nueva joya del cine
El autor de Magnolia y El Hilo Fantasma reclutó a dos debutantes en la actuación –Alana Haim y Cooper Hoffman– como protagonistas de su más reciente película, un encantador ejercicio en que manipula a su antojo los códigos de las historias de amor y crecimiento. Ya estrenada en salas chilenas, su génesis está en el cariño del director por el Valle de San Fernando, en su natal California, y las estrellas que poblaron la ciudad en los 70.
¿Paul Thomas Anderson es un nostálgico declarado? Quizás no es el elemento que lo define como director, pero las imágenes de Licorice Pizza lo delatan. Mira con conmovedor cariño el afiebrado mundo de realizadores y estrellas de cine de Los Angeles de los años 70, mientras se detiene curioso en las esquinas y locales del Valle de San Fernando de aquella época, y sobre todo concentra su energía en examinar la extrañeza y el magnetismo que late entre una pareja de jóvenes, ella de 25 años y él de 15. Aunque es cierto que podría situar ese relato de idas y venidas –entre una asistente de fotografía y un actor adolescente– en el mundo actual, para el autor de Magnolia (1999) eso perdería la mitad de la gracia.
Su nueva película –ya en cartelera de las salas chilenas– también lo reafirma como un cineasta profundamente arrojado. Lo es cuando elige en los roles principales a dos completos inexpertos: Alana Haim, una de las hermanas que componen la banda de pop rock Haim –con la que ha colaborado en videoclips permanentemente desde 2017 –, y Cooper Hoffman, el hijo de Philip Seymour Hoffman, uno de los actores favoritos de Anderson hasta su muerte en 2014. Muy pocos se atreverían con ese movimiento si la anterior pieza de su filmografía fue El hilo fantasma (2017), con la que Daniel Day-Lewis selló su retiro definitivo de la actuación.
Vitales, contradictorios, queribles, los personajes que encarnan sus nóveles actores son el eje de una historia de amor que el director monta en la ciudad en la que nació en 1970 y vive hasta ahora. Vuelve a crear a una galería amplia de secundarios que difícilmente se borran de la memoria –como en su extraordinaria Boogie Nights (1997), también ambientada en California–, aunque el centro de gravedad de su nueva película está notablemente más concentrado en la pareja protagónica. Por ese motivo Licorice Pizza tal vez está más anclada a un género –el romance, el coming of age–, pero dichas convenciones son manejadas con desenfado por Anderson, quien brinda una cinta juguetona y que gana encanto por acumulación.
“¿Qué sucede cuando un estudiante de octavo grado le pide una cita a una mujer adulta y ella realmente acepta?”. Esa fue la premisa que acompañó al director durante al menos 20 años y, por suerte, filmarla con mascarillas y protocolos sanitarios no repercutió en la manera en que la había imaginado. “No tuvimos que dejar nada atrás (de la historia), pero no fue por ingenio ni nada por el estilo”, declaró recientemente a IndieWire.
Uno de los motores que lo guiaron en la escritura del guión fue su amistad con Gary Goetzman, productor y exactor infantil cuyas experiencias sirvieron para construir a Gary Valentine, el personaje que en la historia encarna Cooper Hoffman.
También está su amor por William Holden, la estrella de Sabrina (1954) y Network (1976), quien, en resumidas cuentas, “fue el único actor con el que siempre quise trabajar cuando era más joven, lo creas o no”, expresó. Esa figura le sirve para construir a Jack Holden (Sean Penn), un intérprete cuya forma de comunicación se reduce a reproducir las líneas de diálogo de sus cintas más icónicas, con quien Alana Kane (Alana Haim) se encuentra en una audición y termina viviendo un episodio desconcertante.
Admirador suyo desde que lo vio en Francotirador (2014), de Clint Eastwood, Bradley Cooper también se pone en la piel de un personaje extraído de la realidad: Jon Peters, el peluquero y productor que estuvo casado con Barbra Streisand hasta 1982.
Sus vibrantes e hilarantes escenas fueron lo primero que grabó Anderson de Licorice Pizza, coincidiendo con el debut de los dos jóvenes protagonistas en el rodaje de un filme. “Este es el primer día de ellos en el set de una película. Espero que les muestres lo que significa jugar en la imaginación y hacerlo con ferocidad y alegría”, le habría dicho el director a Cooper.
Se podría advertir que esa introducción fue una de las claves para que Haim y Cooper brinden dos actuaciones reveladoras, capaces de no amilanarse incluso si el voltaje se eleva de la mano de Tom Waits, Penn o Cooper. Más allá de que en la ficción está rodeada de su propia familia, la cantante se erige como una fuerza de la naturaleza, un personaje que inmediatamente puede aspirar a estar compañía de los protagónicos más contundentes del autor de Petróleo sangriento (2008).
Contagiado por su aprecio por el espíritu de títulos como American graffiti (1973) y otras cintas corales que capturaron esa década, Anderson terminó creando uno de los filmes más refrescantes y contundentes del cine reciente. Le acaba de dar tres nuevas nominaciones a los Oscar –Mejor película, Mejor director y Mejor guión original– y corre con ventaja para ganar la última categoría. En buena hora.
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