Si bien, de entrada aclara que su libro no es estrictamente sobre la pandemia, aunque tampoco sobre insomnio y la salud mental, fue una combinación de esos factores los que a la sicoanalista y escritora Constanza Michelson le dispararon la idea de escribirlo. “Los primeros meses de la pandemia nos enfrentamos a algo inédito, no teníamos lenguaje ni experiencia para amortiguar esa realidad –dice a Culto vía Zoom–. Algo así como vivir un terremoto por primera vez. Me daba cuenta de que esos primeros meses mucha gente decía que tenía insomnio y a la vez que soñaban mucho, de manera intensa y vívida. En las tendencias de Google apareció que la palabra ‘insomnio’ se disparó en el buscador. ¿Qué tenía que ver el insomnio, los sueños y la catástrofe? fue mi pregunta inicial”.
La autora de Hasta que valga la pena vivir (2020) agrega que el insomnio que la movió fue uno bastante particular. “No era ese neurótico que no te deja dormir, ese en el que sacas las cuentas de lo que hiciste bien o no. Sino que un insomnio quieto, de madrugada, sin ideas, con miedo quizá. La expresión precisa sería la que hace Pessoa en su poema sobre el no dormir: estar como un cadáver despierto. Esa posición de estar vivo, pero como un muerto es una catástrofe psíquica”. Esto último, explica “es una caída de mundo, donde no hay sentido en el cual ubicarse”.
De alguna forma, plantea Michelson, para ese estado no existe un lenguaje que lo pueda dar cuenta. “Mi intuición es que la sensación de pérdida de mundo, de no ser capaces de comprender ya el mundo, es una sensación que se ha medio instalando de manera insidiosa, nos deja cerca de ese lugar catastrófico, desprotegidos psíquicamente porque nuestros lenguajes contemporáneos no sirven al consuelo”.
En su afán de responder esa inquietud sobre estar vivo pero como un muerto, y sin un lenguaje apropiado, escribió Hacer la noche, su nuevo libro que acaba de llegar a las librerías del país vía Paidós. En este conjunto de ensayos, la autora de Cincuenta sombras de Freud desarrolla la idea de que la noche no es algo que tengamos 100% asegurado, justamente a propósito del insomnio. “La noche no está garantizada, dormir no es algo tan fácil. Hacer la noche es poder tener herramientas para afrontar lo que se nos vuelve catastrófico. Soñar es una forma en que elaboramos lo que no podemos digerir, soñar es un trabajo mental que nos ayuda a dormir”.
“En pandemia, al principio, muchas personas decían que soñaban mucho –asegura Michelson–. Soñar a veces es la señal de que se está saliendo de una depresión, es paradójicamente un despertar del mundo interior. Y la noche también la uso como metáfora de ese mundo interior, que es una soledad positiva. Hoy hablamos mucho de la soledad que produce el individualismo y la indiferencia, pero a la vez, diría que falta de la soledad buena, para resistirse a la información invasiva, a la prisa de las definiciones y a estar tomados por las emociones afiebradas. Hacer la noche es hacer una sombra. Creo que es una zona donde podemos intrigarnos por la vida, y aproximarnos a ella de manera singular”.
En el libro es bastante crítica del trato a la salud mental en el país.
Con el retorno a la democracia el modelo de salud mental que se instaura, se despoja por ejemplo de la psiquiatría comunitaria, porque era considerada una cosa ideologizada. Se toman los estándares internacionales, los criterios de la OMS, en ese tiempo la idea era “modernizar”. Y modernizar era a la vez estandarizar los diagnósticos y los tratamientos. Me parece que los lenguajes estandarizados, doctrinarios, llenos de categorías cierran ese espacio precioso de poder volver a empezar cada vez. Te dicen qué eres de una vez, como un punto final. La esperanza a fin de cuentas es eso, suponer que el ser humano puede volver a empezar.
¿Cómo ha visto los efectos del estallido y la pandemia en la salud mental?
Creo que vinieron a acentuar la incertidumbre que ya venía instalándose de manera más larvada. Quizá creció esta sensación de no estar pisando suelo firme. De todas maneras, creo para decir cualquier cosa interesante sobre la pandemia hay que esperar algunos años. Paciencia para mirar. Hoy también se escriben libros con mucha ansiedad, no digo que no puedan ser buenos libros, pero hay que esperar para que las cosas se desarrollen.
La esperanza y la Constitución
Como buena sicoanalista, Michelson le da una gran importancia al lenguaje, en ese sentido, y haciendo un nexo con la contingencia, es difícil no recordar una palabra que marcó las últimas elecciones: esperanza. Se toma un respiro y lo analiza: “Con Boric la palabra esperanza fue clave, creo que quizá eso habla de nuestra necesidad de que haya amanecer, mañana, de que podamos esperar algo más de nosotros mismos. Y es que sin deseo hay muerte en vida, lo que decía Pessoa, un cadáver despierto, o un cadáver iracundo que cree estar vivo”.
“Ahora, la esperanza no es una ingenuidad, es una actitud –añade–. Una amiga que ama a Beckett me decía que cuando le preguntaban quién era para él Godot, decía que él con su mujer huyendo de la guerra. Decía que la esperanza, que no era un esperar algo en particular, era la actitud práctica y espiritual para sobrevivir”.
Actualmente, el lenguaje ha estado muy en boga porque se está trabajando en una nueva Constitución. ¿Qué piensa de eso?
En mi opinión lo importante es cómo opera un lenguaje: nos hace callar o nos hace hablar. Los que nos hacen hablar son lenguajes con amanecer, hay algo más, no hay punto final. Los lenguajes que esencializan ponen puntos finales, tienden al fascismo. Creo que hay un tema interesante en las discusiones en la izquierda y es que cómo abordar la reivindicación de colectivos que no han sido considerados en la palabra pública y en el poder. El multiculturalismo incluye a las identidades como un inventario de cosas cerradas, como una sumatoria. Congela las identidades. No estoy segura cómo se está pensando el tema de las identidades en la convención, creo que sería un error esencializar. Hay una idea que tiene una potencia que valdría la pena considerar, el pluralismo. Lo plural significa que se habla desde un lugar, no desde un ADN, y que en ese hablar, en la interacción, en el “entre” nace algo, hay futuro, es algo móvil. Lo importante es generar condiciones de igualdad para que ocurra la pluralidad, ese dialogo que inventa mundo.
En el libro hay mucha referencia a la poesía, y de hecho, un poeta (Germán Carrasco) hace el epílogo. ¿Cuál es su relación con la poesía?
Me gusta en primer lugar por placer, por las imágenes y el ritmo. Pero me resulta interesante el tratamiento del lenguaje, capaz de hacer con la verdad, lo incierto o la sensación de desintegración un nuevo orden, sutil, sensible y a la vez distanciado. Pienso que la poesía, como la imaginación, el canto, la narración, son todas expresiones de un lujo psíquico humano. De la posibilidad de ensanchar el mundo, despegarnos de lo más tosco de la realidad material, como si fuera una espiritualidad laica. Se habla de tiempo suspendido a esas formaciones o momentos en que se suspende momentáneamente la cronología que lleva inevitablemente a la decadencia. En esa zona ubicaría a la creación, el amor, inventos como la democracia, cosas que no tienen ningún fundamento más que un deseo.