Con los últimos soles del verano, cerca de 1.250 personas se congregaron en el Teatro Municipal de Santiago a las 10.30 de la mañana de ese domingo 8 de marzo de 1925. No era un público que iba a ver una ópera, sino un variopinto colectivo que iba de intelectuales a obreros, todos con la idea de participar en la redacción de una Constitución que reemplazara a la entonces vigente carta magna de 1833.
Hasta ese entonces, Chile había tenido varias Constituciones: los Reglamentos de 1811, 1812 y 1814; y las cartas magnas de 1818, 1822, 1823, 1826, 1828 y 1833. Cada una de ellas había sido redactadas por organismos no participativos. Más bien, se trataba de pequeños grupos afines a la autoridad de turno quienes se encargaban de hacer el trabajo. Por supuesto, con exclusiva participación masculina. Eso sí, tanto el reglamento provisional de 1812 como la Constitución de 1818 fueron sometidas a plebiscitos ratificatorios.
Pero en 1925, por iniciativa surgida desde el Partido Comunista y la Federación Obrera de Chile, comenzó a gestarse la idea de generar una asamblea deliberativa. Todo pasó porque mediante un telegrama, el entonces Presidente Arturo Alessandri Palma -desde su exilio en Europa- se había manifestado abierto a la convocatoria de una Asamblea Constituyente para elaborar una nueva Carta fundamental. Esto en medio de una vorágine que incluyó su propio derrocamiento en septiembre de 1924, en un Chile convulsionado por la llamada “cuestión social”, ante la cual, el parlamentarismo ya no daba respuestas.
“El Comité Nacional Obrero acordó realizar una reunión o Congreso de asalariados e intelectuales, al que concurrieran junto a los proletarios, los empleados, educadores, estudiantes, académicos y profesionales, a fin de discutir un proyecto de Constitución Política”, explica el historiador Sergio Grez en su artículo La asamblea constituyente de asalariados e intelectuales Chile, 1925: Entre el olvido y la mitificación.
Es decir, esta asamblea -llamada oficialmente Asamblea Constituyente de Asalariados e Intelectuales- siempre se pensó como un paso previo hacia la participación en la asamblea constituyente que Alessandri estaba dispuesto a conceder. En la época simplemente se le llamó “Constituyente chica”, y es uno de los capítulos menos conocidos de nuestra historia.
Para esta ocasión, se hizo un llamado abierto al mundo popular para quien quisiera anotarse. Asamblea Constituyente de Asalariados e Intelectuales. No solo se anotaron simpatizantes y militantes anarquistas, demócratas, radicales, sindicalistas independientes, mutualistas e intelectuales, también organizaciones feministas.
Ellas hablan
La presencia de las organizaciones feministas para esta Asamblea Constituyente de Asalariados e Intelectuales era un hecho relevante. A diferencia de las entidades que habían redactado las anteriores constituciones, ahora habían mujeres involucradas. Eso sí, no existía una cuota paritaria como se desarrolló en la actual Convención Constituyente.
Entre ellas, estaba la destacada pedagoga Amanda Labarca. Por entonces, contaba 38 años, y ya tenía una importante trayectoria. Solo pocos años antes, en 1922, se le nombró profesora extraordinaria de psicología en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, de ese modo, hizo historia al convertirse en la primera mujer en dictar una cátedra universitaria en América Latina. Había estudiado en ese misma escuela y se tituló de Profesora de Castellano en 1905.
Tras su paso por el pregrado en la Casa de Bello, siguió sus estudios en la Columbia University de New York y en la Sorbonne de París. Fue acá, en Francia, donde se impregnó de las ideas feministas vigentes en el viejo continente. A su vuelta, comenzó a impulsar la difusión del ideario feminista rescatando el concepto de que la mujer debe tener de su propia historia. Para ello, creía en la educación como un medio fundamental. De hecho, organizó un Círculo de lectura con otras mujeres. En 1922, siendo militante del Partido Radical, presentó un proyecto para mejorar los derechos civiles de las mujeres, dentro del Código Civil.
Para 1925, había publicado los libros Impresiones de juventud (1907), Actividades femeninas en Estados Unidos (1914), En tierras extrañas (1914), Las escuelas secundarias en los Estados Unidos (1918), La lámpara maravillosa (1921), Lecciones de Filosofía (1923).
Otra destacada participante en la “Constituyente chica” fue Elena Caffarena. Para esa fecha, tenía 22 años y era una joven estudiante de derecho de la Universidad de Chile. Pese a su corta edad, ya manifestaba un interés social. Después de las clases en las añosas aulas de la casa de Bello, participaba en talleres voluntarios para la educación de obreras y obreros.
En esa circunstancia conoció a Luis Emilio Recabarren, antiguo tipógrafo porteño quien llevaba años involucrado en las organizaciones laborales de la pampa salitrera. La joven dirigente también participó en la Federación de Estudiantes de Chile, FECH, junto a otras compañeras.
El sufragio femenino en la Constitución
Aunque parezca increíble, en el Chile provinciano y más bien rural de 1925, las mujeres aún no podían votar. Por eso, ya desde el primer día, en la sesión de la tarde del domingo 8 de marzo, las dirigentas feministas pusieron el tema en la mesa. De este modo, fue María Teresa Urbina quien se dirigió a la asamblea para defender la idea.
“No es aceptable que los hombres de este siglo mantengan a la mujer en el estado de abyecta esclavitud en que vegetó en la edad antigua y media. La mujer es la base fundamental de la humanidad, ella educa y prepara al hombre en la lucha por la existencia; ella es la que le ha formado lo poco de noble y de bueno que tiene y, por lo tanto, debe ser respetada y admirada como la madre excelsa de la humanidad”, dijo Urbina según relata Sergio Grez en su artículo .
Urbina fue aplaudida a rabiar. Al día siguiente, fue Amanda Labarca quien tomó la palabra: “Aún cuando actualmente a la mujer no la creían capaz de obrar libremente en igualdad de condiciones con el hombre, la asamblea debía mirar hacia el futuro”. Junto a ellas, la historiografía registra otros nombres como Bertina Pérez, Isabel Díaz y Berta Recabarren.
De esta manera, el documento final del 11, incluyó justamente el punto: “Debe declararse la igualdad de derechos políticos y civiles de ambos sexos”.
¿Qué pasó con la iniciativa de esta Asamblea? Nada. Finalmente, una vez que volvió a Chile, el 20 de marzo, Arturo Alessandri simplemente tomó el tema constitucional por sus manos y de mutu propio designó dos comisiones que redactaron la cara magna, la cual fue sometida a plebiscito y aprobada, el 30 de agosto de 1925.
Labarca y Caffarena continuaron con sus trayectorias. La primera, se vinculó al plano académico y educativo, organizó las Escuelas de Verano en la Universidad de Chile; fue directora del Departamento de Extensión Cultural de la casa de Bello entre 1949 y 1955; asimismo, estuvo entre las fundadoras del Comité Nacional pro Derechos de la Mujer (junto a Elena Caffarena) y además fue embajadora de Chile ante la ONU.
Caffarena se dedicó de lleno a la lucha por el sufragio femenino. Junto a otras mujeres, se logró que en 1934 se les otorgara el derecho a voto en las elecciones municipales, y en 1949 para las presidenciales. Además, abogó por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres.