Es de conocimiento público que Albert Einstein fue un niño más bien retraído. Incluso se afirma que tuvo un desarrollo intelectual más bien lento, al menos en comparación a los parámetros establecidos.

Él mismo reconoció esa característica de sí, e incluso le atribuyó, en parte, la responsabilidad de la teoría de la relatividad, uno de sus grandes descubrimientos científicos: “Un adulto normal no se inquieta por los problemas que plantean el espacio y el tiempo, pues considera que todo lo que hay que saber al respecto lo conoce ya desde su primera infancia. Yo, por el contrario, he tenido un desarrollo tan lento que no he empezado a plantearme preguntas sobre el espacio y el tiempo hasta que he sido mayor”, versa el científico en una de sus famosas citas.

Albert Einstein de niño.

Por consecuencia, tampoco destacó demasiado en el ámbito escolar. Su desempeño era brillante en matemáticas y física, pero no mostraba mayor interés en el resto de las materias académicas. Su predilección por los números comenzó con tan solo 12 años, interesado por el álgebra gracias a los incentivos de su tío Jakob Einstein. Sin embargo, en esa misma época se terminaba de consolidar otra de sus grandes pasiones: la música.

Mozart, la coincidencia entre dos genios

Nacido en Ulm, Alemania, un 14 de marzo de 1879, Einstein cursó sus primeros años de enseñanza en una escuela católica, a pesar de que su familia era de raíces judías. Su madre, Pauline Koch, era una virtuosa pianista que cultivó en su hijo el amor por la música. A los seis años aprendió a tocar el violín, que se trasformaría en su instrumento predilecto de por vida.

Pero, poco a poco, la exigencia y dureza de las clases comenzaron a aburrirle y desanimarle, e incluso, según indica en un artículo para La Nación el profesor de Historia y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Londres, Arthur I. Miller, el futuro científico llegó a lanzarle una silla a su profesora.

A pesar del desencanto, su pasión musical se reactivaría muy pronto. A los 13 años, por la misma época en que surgió su interés por el álgebra, la vida de Einstein se cruzó con la de otro genio: Wolfgang Amadeus Mozart. Desde ese momento, las sonatas del compositor alemán lo acompañarían por el resto de su vida.

Albert Einstein.

A lo largo de los años, han surgido múltiples comparaciones entre la vida y la maestría intelectual de ambos. En términos personales, se destaca la capacidad que tanto Mozart como Einstein tenían para crear en momentos difíciles.

En 1905 el científico descubrió la teoría de la relatividad. Para esa etapa de su vida, el Nobel vivía en un pequeño departamento, sin grandes lujos y atravesando dificultades económicas y matrimoniales.

Asimismo, Mozart vivió gran parte de su vida con carencias materiales, que desde 1780 se vio agitada por una situación de bastante pobreza. Incluso se estima que el pianista pasó por un período depresivo. Aun así, grandes composiciones, como la Sinfonía N° 39 en mi bemol mayor, nacieron en esos años.

También gozaba de la música de compositores como Bach, Schubert y Schumann, aunque Mozart siempre fue su artista predilecto. Comparando su maestría con la de otros intérpretes clásicos, Einstein señaló que, mientras Beethoven creó su música, la de Mozart “era tan pura, que parecía haber existido en el universo desde siempre, esperando a ser descubierta por su dueño”.

Esa mirada era parecida a la que tenía de la física. En una ocasión, su hijo Eduard le preguntó por el motivo de su fama, a lo que el científico respondió “cuando un escarabajo ciego se arrastra sobre una hoja curvada, no se da cuenta de que su camino está curvado; yo he tenido la suerte de darme cuenta de lo que se le pasó al escarabajo”.

Retrato de Albert Einstein en su juventud.

En Mozart y Bach, Einstein encontró la claridad y simplicidad que buscaba aplicar a sus propias teorías. Esas características también explicarían su adversidad con compositores menos organizados en sus melodías. Cabe destacar que el autor de la Novena sinfonía, popularmente conocida como La canción de la alegría¸ no era del gusto personal del físico. Por el contrario, lo consideraba demasiado dramático y personal.

Tampoco sentía mayores admiraciones por Richard Wagner, músico clásico de finales del siglo XIX. En una ocasión dijo: “Por lo general, solo puedo escucharle con desagrado”, refiriéndose a su compatriota.

Según consignan varios de los cercanos Einstein, la música de Mozart acompañó y fue fuente de inspiración para todos sus trabajos científicos. Elsa, su segunda esposa, confirmó esta afirmación: “La música le ayuda cuando piensa en sus teorías. Va a su estudio, vuelve, toca unos acordes en el piano, apunta algo y vuelve a su estudio”. Así, es posible concluir que la música, lejos de representar un pasatiempo, estaba en el centro de la vida del intelectual.

“Lina”, una compañía inacabable

El violín siempre jugó un rol importante. “Lina”, nombre con el que el físico bautizó a su instrumento, lo acompañaba como equipaje seguro en todos sus viajes. A través de él, Einstein interpretaba sus piezas favoritas de Mozart y otros compositores. “La vida sin tocar es inconcebible para mí. Vivo mis ensoñaciones en mi música. Veo mi vida en términos musicales… Y obtengo alegría de vivir gracias a la música”, señalaba.

Ya sea en su hogar o en la casa de amigos y cercanos, el científico cargaba siempre con su violín para interpretar música de cámara. Para 1933, el matrimonio Einstein se estableció en Princeton, Estados Unidos, donde se radicaron tras la Segunda guerra mundial.

En aquella época, los intelectuales simpatizantes al partido Nazi, como el premio Nobel de Física Johannes Stark, estaban empecinados en desacreditar los estudios del autor de la teoría de la relatividad. En Norteamérica, se integró al cuerpo académico de la universidad de dicha ciudad.

Albert Einstein tocando violín.

Por esos años, Einstein coordinaba sesiones musicales que se celebraban en su casa por las noches. Esas citas eran sagradas para el físico, que prefería reorganizar la totalidad de su agenda para disponer de esas reuniones. Se estima que tuvo cerca de diez violines entre 1920 y 1950.

Incluso, la fisióloga y psiquiatra Lola Hoffman señaló haber asistido a un concierto que el físico dio para ayudar a la comunidad judía empobrecida: “Recuerdo haber asistido, con mi hermano Konstantin (que era profesor de física en Berlín), a un concierto de violín ejecutado por Albert Einstein en beneficio de estudiantes judíos pobres. Estábamos ubicados en la segunda fila y desde allí podíamos apreciar claramente sus emociones. Al subir al escenario se notaba muy nervioso, pero al comenzar su interpretación de una pieza de Mendelssohn, los ojos del genio de la física se cerraron y su rostro se relajó completamente, me dio la impresión de alguien soñando maravillas. Fue muy impactante”, describe en el libro Mi abuela Lola Hoffmann de Leonora Calderón.

Sobre sus habilidades en el instrumento, las opiniones son divididas. Algunos afirman que su técnica estaba bastante lejos de ser perfecta. Otros, como el violinista Robert Mann, recuerdan que “el doctor Einstein casi no miraba las notas de la partitura. Aunque sus manos, fuera de práctica, eran frágiles, tenía una coordinación, un oído y una concentración extraordinarios”.