El primer vínculo de María José Ferrada con la tierra del sol naciente fue cuando recibió de regalo libros de autores japoneses, por parte de un hombre amigo suyo, que sentía la sombra de la muerte paseando cerca suyo cada vez más cerca. Ese fue un primer disparador y de ahí, simplemente fue andando un camino. “Desde ese momento, casi tres décadas atrás, he ido sumando lecturas, apuntes, viajes, una tesis y otros intentos de comprensión de esos libros y esa cultura. Todo ese material estaba ahí, como esas cosas que juntas y no sabes muy bien para qué hasta que la pandemia me dio el tiempo para sentarme y organizarlo”, cuenta la escritora a Culto.
Cuatro viajes a Japón, muchas lecturas y el estudio del idioma entre 2000 y 2001 en la Universidad de Santiago son parte de un interés que Ferrada fue cultivando y que acaba de aparecer en formato libro con el título Diario de Japón, editado por Seix Barral. Un híbrido que mezcla el formato diario, ensayo y crónica. Todo como una especie de guía para quien quiera adentrarse en el país asiático.
“No pensé: voy a escribir un diario, sino que esa fue la forma que la escritura fue tomando de manera natural a medida que intentaba dar algo de coherencia a los apuntes y recuerdos que estaban desordenados en mi memoria -dice María José Ferrada-. Intenté respetar en el libro ese desorden en que ese material se había acumulado y el formato diario, que es muy libre, me permitió eso”.
Por supuesto, en el libro Ferrada comparte referencias de las letras japonesas. Quizás la que más destaca es Murasaki Shikibu, considerada la primera novelista del Japón, en el siglo XI. Sobre ella, Ferrada realiza una investigación de la que das cuenta en el libro. “Más que marcarme a mí, esta escritora marcó toda la literatura japonesa, así que si te interesa el tema no demoras mucho en llegar a esta mujer que escribió hace diez siglos la que hoy es considerada por muchos la primera novela no solo de Japón sino de la literatura universal”.
Shikibu, añade Ferrada, es muestra de las pocas opciones que tenían las mujeres en el Japón de la época, incluso siendo parte de la nobleza, como Shikibu. “Fue un trabajo que nació desde la rebeldía frente a una restricción: a las mujeres no se les dejaba aprender chino, que era el idioma que utilizaban los hombres japoneses para escribir textos literarios, básicamente poesía. Murasaki Shikibu aprendió chino a escondidas, escuchando las clases que le daban a su hermano”.
“Entonces -añade- pudo leer los clásicos de la época pero a partir de ahí, en lugar de escribir siguiendo las normas o utilizando ese idioma prestado que se usaba para hacer literatura decidió que escribiría en japonés. A partir de ahí trabajó en la observación de cómo nos comportamos los seres y lo hizo de manera tan profunda, y tan libre que mil años después seguimos leyéndola”.
¿Cómo ha tocado la narrativa japonesa tu propia forma de escribir?
Algo de lo que uno lee va quedando en la escritura. Y hay muchas cosas que yo he aprendido o quisiera aprender de los autores y autoras que aparecen en el diario. Por ejemplo me interesa mucho el cuestionamiento a la capacidad del lenguaje para dar cuenta de la realidad, el cuestionamiento a la literatura y a su propio oficio que hacen los autores del siglo XX: Kawabata, Akutagawa, Tanizaki. Son discusiones muy apasionadas, que se dan por carta o en las revistas, pero a la vez muy técnicas: sobre estructura, sobre el papel de la imagen, sobre la relación entre prosa y poesía.
¿Algún otro punto de interés?
También me interesa como construyen esas historias en las que no hay grandes giros, historias hechas de nada, como decía Yazujirō Ozu, el director de cine, que quería hacer películas que despertaran sentimientos en el espectador pero sin recurrir al drama. Volviendo a los libros: las imágenes por sobre el discurso. Los personajes corrientes. A mí me parece que todo eso se parece mucho a la vida y esa cercanía me interesa. Me gustaría que algo de eso quedara en mi trabajo pero no son cosas que se puedan forzar, así que me conformo con seguir siendo una buena lectora de los japoneses.
¿Es tu deseo al escribir este libro que le dispare la curiosidad por Japón a quién lo lea?
No escribí con una intención específica, pero pienso el libro como un diálogo con lectores y lectoras con los que comparto el interés por un Japón que tiene mucho de inventado. Me interesan esos lugares –Japón en este caso– que se arman con películas, libros, palabras sueltas, porque finalmente terminan siendo habitables. También creo que el libro puede ser una buena compañía para quienes quieran leer a los japoneses, porque es un diario de viajes pero sobre todo de lecturas.
De montañas a haikús
Si bien, María José Ferrada es originaria de Temuco, siempre visitaba a sus abuelos, en Padre Las Casas. La región de la Araucanía, observa Ferrada, tiene un parecido con el territorio japonés, boscoso, montañoso y frío. “Un Japón lleno de cerros como los que rodean Temuco, un Japón habitado por adolescentes de pelo fucsia que estudian en un liceo de Puerto Saavedra...Japón es un país hecho con ramas y piedras, por un niño que juega a orillas del río Cautín”, anota en el libro. Es un vínculo basado en la naturaleza.
Pero, ¿hay alguna otra conexión además de esa? La autora de Kramp responde: “La relación con la naturaleza que tú nombras creo que podría ser la conexión más evidente. No sé si en Temuco, pero sobre todo en el Padre las Casas de mis abuelos hay huertas donde se nota muy claramente el paso de las estaciones. El ciclo que necesita de la colaboración con el ser humano, el intercambio. Y este último como una parte no central de ese entramado”.
“Los japoneses convirtieron esa observación no solo en una forma de escritura –el haiku– sino que también en una religión –el sintoísmo– y así. Algo de eso, con otro nombre o sin nombre, hay en todas las personas que viven y se relacionan con la naturaleza. Esa naturaleza que cuidas, que te cuida y que tiene también un poder destructor”, añade.
En un momento, señalas que una amiga te pregunta por qué crees que Japón atrae tanto a los jóvenes, dices que por el animé, pero también porque “queda lo suficientemente lejos”. Desde que escribiste eso, hasta este momento, ¿sigues pensando igual?
Sí, creo que la lejanía da más espacio para proyectar y para imaginar que todo lo que no pasa aquí sí podría ocurrir en algún lugar. Ese otro lugar puede llamarse Japón o podemos ponerle otro nombre. Son paraísos artificiales que funcionan bajo esa condición. Tanto como el Japón real me interesa ese Japón inventado desde Latinoamérica. Los adolescentes de pelo fucsia que desde Padre las Casas sueñan con estar lejos. Todos los que sueñan con estar lejos y que le ponen a ese sueño el nombre de Japón.
¿Cuál es tu formato favorito en la literatura japonesa?, ¿novelas, haikús, otro?
Si tengo que elegir un formato, el haiku y si tengo que elegir un solo haiku, uno de Basho: Caminamos/ por el infierno/ mirando flores.
Comentas que el japonés lo aprendiste en la universidad, y una japonesa te comentó que aprendió español en la calle. ¿Cuánto de calle, finalmente, logró colarse en tu actual japonés?
No mucho, porque no existe mi actual japonés, solo me acuerdo de un par de saludos muy formales, de esos que aprendí en la universidad y de los que se reían mis amigas japonesas.
¿En qué estás ahora?, ¿viene algún otro libro?
Nada muy claro por el momento.