“Lo que distingue a Warhol es su naturalidad”, sentenció el capo de la ciencia ficción J.G. Ballard, “una inocencia de grandes ojos abiertos que recuerda la de los primeros cineastas. Warhol es, en más de un sentido, el Walt Disney de la era de las anfetaminas”.
La cita del autor de Crash en The Andy Warhol Diaries, las memorias póstumas de unos de los mayores iconos del arte del siglo XX, sitúa al hombre que proclamó el deseo de ser una máquina dada la naturaleza seriada de su obra, como un adelantado que vaticinó la actual sociedad del espectáculo. El libro, publicado en 1989 por su colaboradora y amiga Patt Hackett, recoge las conversaciones sostenidas por ambos desde noviembre de 1976 hasta su muerte en febrero de 1987, donde Warhol relataba en detalle el día a día.
La intención original del registro era más bien pedestre. Auditado minuciosamente por el IRS (Impuestos Internos de EE.UU.) desde 1972, pretendía llevar una cuenta de gastos cotidianos, hasta que el hábito se transformó en un reporte constante de andanzas y observaciones de los mundos que orbitaba, como la clase alta neoyorquina y los nombres en mayúsculas de la industria de los espectáculos, las artes y la política, una galería de personajes y ambientes en una esquina radicalmente opuesta a la pobreza y conservadurismo del Pittsburgh donde creció con marcada fe católica, asediado por su naturaleza artística y sexual.
“¿Qué era lo que le impresionaba?”, escribe Hackett en el prólogo. “La fama, vieja, nueva o decrépita. La belleza. El talento clásico. El talento innovador. Cualquiera que hiciera algo primero. Un cierto tipo de descaro extravagante. Los buenos conversadores. El dinero, sobre todo las grandes, antiguas y sólidas fortunas americanas.”
Tienes 15 minutos
El contenido de los diarios -las 20 mil páginas originales se condensaron en poco más de 800-, fue tildado de superficial por la crítica, una acusación generalmente extendida hacia su obra. Por paradoja, una lectura ligera de sus memorias descifra a Andy Warhol como un personaje adicto a la fama y las reuniones sociales codeándose a sus anchas con gente millonaria y vacía, mascullando comentarios mordaces sobre sus personalidades y aspectos como un Truman Capote de punta roma, o declarando admiración y envidias, sin ofrecer mayores reflexiones sobre aquel ambiente y fauna.
La serie documental homónima disponible en Netflix dirigida por Andrew Rossi, que incluye entre sus productores ejecutivos al prolífico Ryan Murphy (Glee, American Horror Story) -un abanderado de la reivindicación LGBTQ-, utiliza los diarios como una excusa para contrarrestar las acusaciones de superficialidad, y demostrar múltiples capas y complejidades del creador que amplió el lenguaje del arte explorando lo popular, las expresiones gráficas del capitalismo y el denominado “sueño americano”, bajo promesas de reconocimiento efervescente. La profecía Warhol sobre los 15 minutos de fama disponible para todos, resultó absolutamente cierta, desde la telerrealidad hasta TikTok.
La media docena de capítulos se ensamblan con recreaciones, abundantes filmaciones caseras, e infinidad de fotos por la costumbre de Warhol de portar una cámara como quien hoy lleva un celular, junto a una serie de entrevistas a sus amistades, artistas y críticos que complementan e interpretan los recovecos emocionales y creativos de Warhol, protagonista de la vanguardia y en el ojo público. Un tránsito que abarca desde el ilustrador descollante para grandes revistas en los 50, hasta rostro de MTV en los 80, pasando por la creación y montaje de The Factory en los 60, empujando el underground hacia la superficie.
Super gay
El relato se concentra en la homosexualidad de Warhol, abordada tanto como artista y la estética queer de acento erótico, como en sus amoríos. Mientras el libro goza de humor, sarcasmo y unas fijaciones totalmente inaceptables hoy -un gordofóbico desatado, entre otras expresiones inapropiadas en este contexto-, la serie opta por un intenso relato melodramático concentrado en las relaciones más vistosas, entre varios hombres importantes en la vida de Warhol donde, aparentemente, la carnalidad carecía de relevancia.
Figuran Jed Johnson, un chico guapo que bajo su alero desplegó un extraordinario talento y éxito como decorador; después Jon Gould, un alto ejecutivo de los estudios Paramount que nunca salió del closet, y finalmente el precoz genio del arte Jean–Michel Basquiat, probablemente más admirado que deseado por el rey del art pop.
La serie aprovecha ese contexto para ahondar en las implicancias de ser gay en la sociedad estadounidense en los 70 y en particular los 80, con una ambivalencia entre el desmadre y el rechazo, sobre todo a partir de la pandemia del VIH. Por un lado, la comunidad experimentaba la vida como si el mundo tuviera fecha de vencimiento y, por otro, soportaba una satanización y desprecio, sobre todo a partir de la pandemia del sida en la era Reagan.
Si el libro requiere lecturas entre líneas que la crítica no supo descifrar, como asegura en cámara uno de los asistentes de Andy, el documental indaga sus frustraciones desde una eterna inconformidad con su aspecto y la obsesión por la belleza física, hasta una batalla perdida por ser considerado un artista relevante por pares y especialistas, incómodos por su link permanente a la masa y el hábito de mercadearse como un objeto.
El documental pone en discusión si la resistencia a su figura desde el arte institucionalizado, reaccionó a una ambición desmesurada entre el reconocimiento masivo y la adulación -firmar autógrafos y posar para las cámaras era como respirar para Warhol-, y a la vez pretender ser ungido como genio en vida por la élite artística.
En pos de una objetividad algo tosca, asoma un interés por juzgar a Andy Warhol bajo moral y premisas actuales. Hoy tendría que morderse la lengua por una evidente falta de empatía en sus memorias -lamenta con risas que el envenenamiento masivo de la secta de Jim Jones en 1978 no hubiera sido con sopa Campbell-, en tanto el documental insinúa racismo por ciertos dichos sobre Basquiat, con más aroma a envidia entre genios que a ninguneo por la piel oscura.
También hay una reconvención a su falta de postura cuando el VIH devastó a la comunidad gay y su revista Interview soslayó el tema.
El documental amplía la discusión en torno a Andy Warhol, los alcances de su obra inspirada en una sociedad consumista y alienada con la fama, el contexto homoerótico y la transformación del propio artista en objeto, y cómo esa opción entrabó su aceptación entre entendidos. En cambio, la masa lo adoraba.
“You can’t always get what you want”, cantan los Rolling Stones. Muy cierto. Ni siquiera el mismísimo Andy Warhol pudo conseguir todo lo que quería. Pero estuvo a punto.