Divorcios, fármacos y activismo: las luces y sombras de Elizabeth Taylor, la diva de ojos violeta

Elizabeth Taylor

Su nombre es de los más importantes de la industria hollywoodense del siglo XX. Durante su carrera fue merecedora de tres premios Oscar (uno de ellos honorífico) y participó en icónicos filmes como Mujercitas y ¿Quién teme a Virginia Woolf? A pesar del éxito, su vida también estuvo marcada por las adicciones y múltiples problemas de salud que, durante sus últimos años, la tuvieron luchando contra la osteoporosis, una insuficiencia cardíaca congestiva y el cáncer de piel. A 12 años de su muerte, recordamos la vida de la diva que superó las adversidades y luchó contra la estigmatización del SIDA.


Hollywood tuvo muchas divas. Y Elizabeth Taylor, icónica actriz recordada por su talento y belleza (especialmente manifestada en sus particulares ojos color violeta producto de una mutación que también la hizo poseedora de una doble hilera de pestañas), fue una de ellas. Incluso, su rostro es uno de los íconos más conocidos del cine del siglo XX.

Su vida dentro de la gran pantalla comenzó muy temprano. Hija de padres norteamericanos y nacida en el Reino Unido, Taylor tuvo contacto con el mundo artístico desde muy pequeña. Su madre era una actriz retirada y su padre, un comerciante de arte. En 1939 su familia se instaló en Los Ángeles, capital por definición del cine estadounidense, poco antes del estallido de la Segunda guerra mundial.

Ya en el continente americano, su padre inauguró una galería artística que atrajo la atención de varias celebridades de Hollywood, donde las pinturas europeas traídas por la familia despertaron interés. Así, la familia se convertía en un enclave importante dentro de la alta sociedad hollywoodense, donde una pequeña Elizabeth comenzó a recibir múltiples propuestas para iniciar un camino de estrella infantil.

Retrato de Elizabeth Taylor a los 8 años.
Retrato de Elizabeth Taylor a los 8 años.

Su primer papel fue en la película There’s One Born Every Minute producida por los estudios de Universal y con tan sólo 9 años. Antes, su madre ya había recibido otros ofrecimientos para que la niña acudiera a pruebas para papeles en películas como Lo que el viento se llevó. Sin embargo, el filme dirigido por Devin Grady fue el principio de una carrera que la llevaría a filmar cerca de 57 películas para el cine, sin contar su participación en múltiples series y largometrajes hechos para la televisión.

De esa primera etapa, algunas de sus actuaciones más celebradas fueron Lassie Come Hoem, Jane Eyre y Mujercitas. Pero su talento y belleza características le significaron un rápido ascenso de estrella infantil a una actriz madura de las grandes ligas, donde confirmaría su estatus definitivo de diva hollywoodense.

Su éxito fue tal que, entre 1958 y 1961, fue nominada cuatro veces consecutivas a los Oscar en la categoría a Mejor actriz, cantidad sólo igualada por Marlon Brando; ganando, además, la estatuilla del cuarto año por su rol en la película Una mujer marcada. Posteriormente, volvió a ser merecedora del premio de la Academia por ¿Quién teme a Virginia Woolf?, considerada por la crítica como una de las actuaciones más memorables de toda su carrera actoral.

Sin embargo, su vida personal también supo de varios altibajos que incluso contemplan una adicción al alcohol y los fármacos durante su juventud. Pero las dificultades se acentuaron especialmente en sus últimos años, donde la actriz debió afrontar diversos problemas de salud que deterioraron poco a poco su calidad de vida.

Alcohol y pastillas para dormir: la primera barrera por superar

No es un secreto para nadie que la vida amorosa de Elizabeth Taylor fue intensa. Varias veces declaró que siempre prefirió formalizar sus relaciones: a lo largo de su vida, contrajo matrimonio ocho veces (dos de ellas con el mismo esposo).

Incluso, una de sus tantas historias de amor es recordada hoy en día como uno de los romances más intensos y polémicos del medio hollywoodense. Todo comenzó cuando Taylor fue convocada para representar a Cleopatra en la película homónima dirigida por Joseph L. Makiewicz.

La producción a cargo de los estudios de la 20th Century Fox pasó por varias peripecias. Inicialmente, estuvo pensada para ser protagonizada por Joan Collins. Pero una serie de retrasos en los rodajes hicieron que la actriz desistiera para priorizar otros proyectos. Entre nombres y nombres, surgió la idea de contratar a Elizabeth Taylor, que inicialmente no estaba muy entusiasmada con el ofrecimiento.

Elizabeth Taylor en Cleopatra (1963)
Elizabeth Taylor en Cleopatra (1963)

Por eso, solicitó un millón de dólares para aceptar el papel. Para su sorpresa, la producción aceptó y, debido a los constantes aplazamientos en las grabaciones, terminó cobrando siete veces la suma acordada inicialmente.

Aunque el filme fue un éxito en taquilla, no logró recuperar el dinero invertido, dejando al estudio al borde de la quiebra. Incluso, las prolongadas exposiciones al frío de Londres (ciudad en que se llevó a cabo el rodaje) le provocaron a Taylor una compleja neumonía, que la tuvo una temporada en el hospital y cuyos problemas respiratorios la obligaron a someterse a una traqueotomía.

Pero no todo fue negativo para Taylor. En el set conoció al actor Richard Burton, que se transformó en uno de los amores más importantes de su vida. Ambos estaban casados al momento de iniciar su relación –Taylor había quedado viuda de su tercer esposo, y ese instante estaba casada con Eddie Fisher, uno de los mejores amigos de su difunto marido y que también estaba unido en nupcias en aquel momento con su mejor amiga, Debbie Reynolds–, por lo que el nuevo romance captó la atención de la prensa rosa y funcionó, casi sin querer, como un incentivo comercial para el estreno de Cleopatra.

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Elizabeth Taylor junto a Eddie Fisher y Debbie Reynolds

En aquella ocasión, la actriz fue blanco de múltiples críticas e incluso recibió ataques por parte de la prensa del Vaticano, que la acusó de practicar un “vagabundeo erótico”. A pesar de todo, contrajo nupcias con Burton en 1964, dos años después de la publicación de la película.

Tras diez años se divorciaron para volver a casarse en 1975 y separarse legalmente por segunda y última vez en 1976, y aunque la actriz siempre afirmó que el actor fue uno de los grandes amores de su vida, la convivencia entre ambos estuvo marcada por la intensidad.

Las discusiones dentro de la pareja eran cada vez más fuertes y frecuentes, y estaban motivadas por el alcoholismo de Burton y la adicción a los fármacos que la actriz ya manifestaba para esos tiempos, específicamente con las pastillas para dormir y los analgésicos.

Elizabeth Taylor y Richard Burton en la película Almas en conflicto (1965)
Elizabeth Taylor y Richard Burton en la película Almas en conflicto (1965)

Varios años después del término de su matrimonio, el actor confesó que, entre discusiones, Taylor amenazó varias veces con suicidarse. De lo que sí hay registros es de las veces que, por el contrario, fue Burton quien, a través de cartas, le decía a su esposa frases como “si me dejas, tendré que matarme. No hay vida sin ti”, y que fueron publicadas por la actriz tres décadas más tarde.

Pero no fue hasta 1983, siete años después de su segundo divorcio con su compañero en Cleopatra, que Elizabeth Taylor admitió su adicción farmacológica, que duró 35 años. Desde diciembre de ese año hasta enero de 1984, la actriz estuvo ingresada en el Centro Betty Ford para tratar su dependencia.

Un año antes, en 1982, Taylor se había divorciado del que fue, sin dudas, el matrimonio que más infelicidad trajo a su vida. En diciembre de 1976, contrajo sus séptimas nupcias con el político republicano John Warner, al que incluso ayudó a ganar sus primeras elecciones senatoriales.

Durante el período en que estuvo casada con Warner, y tras su participación en la campaña política, la actriz disminuyó considerablemente su aparición en obras teatrales y audiovisuales. Según consignaba la revista Eniquer en el año del divorcio, Taylor sólo participó en la obra The Little foxes en Brodway desde la cruzada política de su ex esposo.

Aunque no se conocen muchos detalles al respecto, se afirma que fue su relación más compleja, cuya desdicha influyó a agudizar sus adicciones, añadiéndoles el factor del alcoholismo. Cabe destacar que estuvo una segunda vez en tratamiento, entre los años 1988 y 1989. En una de esas idas al centro Betty Ford, conoció a Larry Fortensky, un obrero de la construcción que sería su último esposo y con quien contrajo matrimonio en Neverland, el rancho de su íntimo amigo, Michael Jackson.

Fuera de la gran pantalla

Para los años ochenta, Elizabeth Taylor ya tenía toda una trayectoria de éxitos en el mundo del cine. Sin embargo, su vida de ahí en adelante también tuvo otro objetivo: el activismo por los derechos de las personas con SIDA y la prevención de dicha enfermedad, que cargaba con un estigma social aún más grande durante las últimas dos décadas del siglo XX.

El fallecimiento de Rock Hudson, actor y uno de los mejores amigos de la actriz a raíz de su contagio con VIH y posterior desarrollo del SIDA, fue el detonante para Taylor, que dedicó parte importante de su vida y patrimonio a financiar organizaciones y centros de estudio para combatir la enfermedad.

Además de su organización bautizada como The Elizabeth Taylor AIDS Foundation –creada en 1991 y dedicada a entregar fondos para las personas con VIH y SIDA en todo el mundo–, la actriz también fue una de las fundadoras de la American Foundation for AIDS Research, una de las organizaciones más prestigiosas e importantes para la investigación y prevención de dicha ETS a nivel internacional.

Elizabeth Taylor en su faceta de activista por los derechos de las personas con SIDA. Fotografía archivo de The Elizabeth Taylor AIDS Foundation
Elizabeth Taylor en su faceta de activista por los derechos de las personas con SIDA. Fotografía archivo de The Elizabeth Taylor AIDS Foundation

Pero esa no fue la única causa benéfica en que Taylor se vio involucrada. También tuvo participación en programas de alimentación para personas con enfermedades terminales y en ONGS relacionadas a la defensa de los derechos de las mascotas; al mismo tiempo que contribuía en las asociaciones de sus amigos cercanos Michael Jackson y Elton John: la Heal The World Foundation (para ayudar a los niños y el medio ambiente) y la AIDS Foundation, respectivamente.

Entre las manifestaciones sociopolíticas de la actriz, también es recordada la ocasión en que rechazó la invitación de la Academia para asistir a la 75° celebración de los Oscar como un gesto para demostrar su oposición a la guerra de Irak, donde Estados Unidos tuvo un rol protagónico. Todo este trabajo la hizo merecedora del título de Dama Comandante de la Orden del Imperio Británico otorgado por la Reina Isabel II, equivalente al masculino Sir.

Elizabeth Taylor y la reina Isabel II. Fotografía de Shutterstock
Elizabeth Taylor y la reina Isabel II. Fotografía de Shutterstock

Sin embargo, y a la par en que desarrollaba todos estos actos de beneficencia, su salud se deterioraba poco a poco por problemas que arrastraba de toda su vida. En mayo del 2006, la actriz comentó en el programa Larry King Live que sufría de escoliosis desde su nacimiento. En toda su vida, se rompió la espalda un total de cinco veces, tuvo dos operaciones de caderas, se realizó una histerectomía –intervención donde se extirpa el útero–, sufrió de disentería (infección que provoca la inflamación del intestino grueso) y flebitis (inflamación de las venas que propensa la coagulación de la sangre), una perforación en el esófago y sobrevivió a la extirpación de un tumor cerebral benigno en 1997.

Todo eso, sin contar su batalla contra el cáncer de piel –de la que salió victoriosa– y las dos veces en que su vida corrió peligro a raíz de cuadros de neumonía. Para 2004, la actriz hizo público que sufría de insuficiencia cardíaca congestiva, y en 2006 confirmó que lidiaba con una osteoporosis, que la hizo pasar los últimos años en silla de ruedas.

En 2009, dos años antes de su fallecimiento, Taylor debió someterse a una cirugía para insertarle una válvula en el corazón, órgano que resistió hasta febrero de 2011, cuando debió ser internada en el hospital Cedars-Sinai Medical Center de Los Ángeles por nuevos síntomas relacionados a sus problemas cardíacos.

El tratamiento duró hasta el 23 de marzo de ese año, día en su corazón finalmente dejó de latir. Así terminaba la vida terrenal de la diva de ojos violeta, ícono de toda una generación cinematográfica y cuya historia y legado ya pasaron a la inmortalidad.

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