“Siempre le vi servir como buen soldado, acudiendo a lo que le era ordenado con gran puntualidad, y fue tenido por hombre por mostrar siempre valor, y se halló en muchas ocasiones y rencuentros que se tuvieron con el enemigo, salió herido en la batalla que tuvimos en Purén”, el testimonio corresponde a Francisco Pérez de Navarrete –en el Archivo de Indias, de Sevilla– y no habla de un hombre, sino de una mujer.

Para los españoles que le habían conocido en Chile su nombre era Alonso Díaz Ramírez de Guzmán, y desde la madre patria llegó durante las primeras décadas del siglo XVII. Sin embargo, al pasar el tiempo, se fueron enterando que Alonso en realidad era Catalina de Erauso. Una mujer originaria de San Sebastián, en el país vasco, que había pasado a América vistiendo ropa de hombre y enrolándose para luchar en la guerra de Arauco.

Hacia 1626, mientras residía en Nápoles, decidió escribir ella misma su historia. Los papeles permanecieron inéditos casi dos siglos. Solo en 1829 se publicó en París la primera de las versiones de su historia considerada canónica, porque hay otras más versionadas. A ella se sumó una posterior, en 1838.

Esta última, acaba de ser reeditada y publicada por la editorial chilena Banda Propia. Historia de la Monja Alférez, por Catalina de Erauso, ya se encuentra en las librerías nacionales con un prólogo de la escritora nacional Lina Meruane.

Contrario a lo que suele hacerse en casos como este, el libro se encuentra en el castellano original antiguo con el que fue publicado en el siglo XIX. “Quisimos mantener la huella barroca del texto como parte de la experiencia de lectura –explica a Culto Lorena Fuentes, editora en Banda Propia–. Hicimos las actualizaciones ortográficas correspondientes, pero conservamos la sintaxis original, para resguardar su estilo. Nos pareció importante conservar el espesor del texto, no borrar el extrañamiento que provoca su voz literaria”.

María Yaksic, editora en Banda Propia, señala que poner en el siglo XXI un texto antiguo implicó un desafío. “Fue importante darle un aire contemporáneo a un texto antiguo, trabajo que afrontamos en gran parte desde el diseño, con la selección de las tipografías, imágenes y colores que evocaran la armadura, la época, pero también el travestimiento”. Por ello, esta edición incluye una lista de los viajes de Erauso y una cronología de su vida.

El mote de Monja Alférez responde a que originalmente, Catalina de Erauso era una novicia en el convento San Sebastián, de monjas dominicas y que regentaba una tía suya, Úrsula de Unza y Sarasti. Como solía hacerse en la época, fue ingresada muy niña, a los 4 años. Ahí estuvo hasta los 15, en 1600, cuando mostrando su carácter indómito simplemente se fugó.

“Salí del coro, tomé una luz, fuime a la celda de mi tía, y allí cogí unas tijeras, hilo y una aguja: tomé unos reales de a ocho que allí estaban, las llaves del convento y salí, fui abriendo puertas y emparejándolas, y en la última, que fue la de la calle, dejé mi escapulario y me salí a la calle sin haberla visto ni saber por dónde echar”, escribió de su puño y letra recordando ese momento.

Pero no fue la única decisión que tomó en ese momento. “El hábito me lo dejé por ahí, por no ver qué hacer de él. Corteme el cabello y lo tiré por allí”. De ahí, vistiendo y luciendo como hombre, inició un deambular por España y hacia 1610 se embarcó como aprendiz de marinero de un galeón español y que iba al mar Caribe. En rigor, a la actual Punta de Araya, en Venezuela.

Inquieta, Catalina –siempre haciéndose pasar por hombre– siguió un derrotero que la llevó desde Venezuela, Cartagena de Indias, hasta que -junto a un mercader llamado Juan de Urquiza- llegó al puerto de Paita, en el virreinato del Perú. Estando en la localidad de Saña, fue por primera vez a la cárcel por haber matado a un hombre. Sin embargo, gracias a Urquiza pudo salir de prisión, pero a cambio del favor, Urquiza le ofreció casarse con una mujer, Beatriz de Cárdenas. Pero Erauso no quiso saber nada, y arrancó.

De Saña, llegó a Trujillo, donde en una reyerta volvió a matar a otro hombre, huyó a Lima. Ahí trabajó en la tienda de un mercader, Diego de Solarta, quien 9 meses después expulsa a Erauso porque no aprobaba que le coqueteara a la hermana de su mujer. Así lo narró la misma Catalina. “Me dijo que buscase mi vida en otra parte; y fue la causa que tenía en casa dos doncellas hermanas de su mujer, con las cuales y sobre todo una que más se me inclinó, solía yo más jugar y triscar”.

Con la sombra de la muerte

De Lima, hacia 1615, su próximo destino fue Chile. Para ello, se enroló como soldado en la hueste del capitán Gonzalo Rodríguez, que con 1.600 hombres se dirigió a Concepción. La guerra de Arauco, el territorio indómito, el “Flandes Indiano”, era su destino.

Una vez llegada a la ciudad del Biobío, conoció al capitán Miguel de Erauso, su propio hermano. “Luego que oí su nombre me alegré, y vi que era mi hermano: porque aún no le conocía, ni había visto, porque partió de San Sebastián para estas partes siendo yo de dos años, tenía noticia de él y no de su residencia”, relató ella misma.

Y la acción llegó pronto. Fue destinada a Paicaví, en la actual región de La Araucanía, donde por tres años luchó contra los mapuches, destacando en su despliegue bélico. Incluso, en una escaramuza en Valdivia recuperó una bandera que había sido robada por un cacique, matando a este. Por eso, Catalina de Erauso fue ascendida al rango de alférez de la compañía del capitán Gonzalo Rodríguez, puesto que ocupó durante cinco años. Incluso, tras la muerte de este, fue Erauso quien asumió el mando.

Pero sus aventuras en Chile le depararían algo inesperado. Acompañando a un amigo que había sido desafiado a duelo, en Concepción Erauso terminó enfrentándose con otro sujeto al cual hirió de muerte. Solo cuando el sujeto agonizaba se dio cuenta que era su propio hermano, Miguel.

Desde ahí, pasó a Tucumán y a la provincia de Charcas, en la actual Bolivia. Ahí, en un confuso incidente mata a otro hombre, un portugués llamado Fernando de Acosta. Por este crimen, Erauso fue condenada a muerte. Sin embargo, los testigos del hecho cayeron en prisión por otros delitos y también fueron condenados a muerte. Con la amenaza de la horca, declararon haber jurado en falso contra Erauso, y eso le permitió salir libre.

De ahí pasó a La Paz, donde nuevamente asesinó a un hombre, y volvió a recibir la sentencia de muerte, aunque gracias a un clérigo quien le entregó dinero y una mula, pudo huir de la horca. Desde ahí, al Cuzco, donde nuevamente asesina a un hombre, temiendo represalias, huye, pero es detenida en Huamanga, en Perú.

Allí ocurrió algo crucial: confiesa su verdad ante el obispo local, Agustín de Carvajal. A él le revela que en realidad es una mujer, y eso se corroboró al ser examinada por dos matronas, quienes además dieron cuenta de su virginidad. Carvajal la protegió y la mandó a un convento, esta vez, al de Santa Clara de Huamanga, luego pasó a otro, el de la Santísima Trinidad.

Pero la sangre tira, y tras dos años y cinco meses, Erauso decidió que ya había tenido suficiente y salió del convento rumbo a España. Ahí, en 1626, se presentó ante el rey Felipe IV, a quien le pide premio por sus servicios militares en América. Le fue bien, pues gracias a los testimonios favorables que dieron cuenta de su valía, el monarca le asignó una pensión. Posteriormente, logró entrevistarse brevemente con el Papa Urbano VIII, a quien le refirió su historia, su sexo y su virginidad. Asombrado, el Pontífice la autorizó formalmente a vestir de hombre, encargándole “honestidad” y “abstinencia en ofender al prójimo”.

Poco después, se establece en Nápoles, que es lo último que ella dejó referido en su texto. Hacia 1635 se le pierde el rastro, y según sus biógrafos, Catalina de Erauso falleció en 1650.

Monumento a la Monja Alférez en Orizaba, Veracruz, México.

¿Qué es lo más sorprendente de esta historia? Responde la escritora Lina Meruane, quien decíamos, prologó esta nueva edición: “Leí este libro, la primerísima vez, hace mas de 20 años, y sin saber nada de Erauso lo leí como ficción. Pensé que su autoría, esa ‘historia contada por ella misma’, era un artificio de la época. Me sorprendió que en ese periodo, tan conservador en la configuración del género, a alguien se le hubiera ocurrido la historia de una joven monja española que se traviste para sumarse a la conquista de América. No sabía, por ejemplo, que en el temprano periodo moderno así como en el medioevo había semejante interés por la rareza y lo que entonces se consideraba monstruosidad”.

“Cuando volví a leer el libro, con ocasión del prólogo, y a estudiar el contexto de producción del libro, que por cierto es apasionante, comprendí que se trataba en una situación de transición de género muy adelantada, y muy determinada, algo que nos habla de una realidad que se nos ha hecho explícita hoy y que reclaman su lugar en el presente”, añade la autora de Zona ciega.

Por su lado, Lorena Fuentes explica: “La vida de la Monja Alférez es sumamente sorprendente y fascinante, porque estamos hablando de una joven destinada a vivir en un claustro, que se escapa del convento, se trasviste de hombre, lucha por mantener esa identidad de género, se integra al ejército, viaja a América, etcétera, y todo eso sucede a inicios del siglo XVII. Pero además, en el terreno literario, nos encantó la posibilidad de leer una autobiografía colonial como una novela de aventuras, y de integrar una escritura impura, colonial, que desafía las genealogías más clásicas de las escrituras de mujeres y las disidencias, porque la Monja Alférez es sin duda una figura conflictiva”.