El estrecho tiro de cámara que permite un Zoom, no lo oculta de la vista. Diríamos que su objetivo es que llame la atención del espectador del living con una voz sinousa, como la que ella ocupaba para inmortalizar sus canciones. Es un cuadro en blanco y negro que muestra a Billie Holiday, Lady Day, la cantante afroamericana que pasó a la inmortalidad con canciones como Strange Fruit, Gloomy sunday o My man. Es, sin duda, el objeto que se roba la atención de esa sala.
Frente a la cámara, con una blusa negra con lunares blancos, desde su natal Córdoba, está sentada Camila Sosa Villada. La escritora argentina es la última estrella literaria allende Los Andes. Obtuvo el prestigioso Premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela Las Malas (2019), donde dirigió una mirada descarnada al mundo travesti callejero, que la consagró como una escritora de moda. Incluso en Chile, Las Malas es una novela que todavía tiene una constante demanda.
Hoy estamos frente a frente para hablar de Soy una tonta por quererte, su más reciente libro de cuentos publicado vía Tusquets, el primero de su carrera en esta especie, y donde retoma el universo travesti y marginal. Toma el título de uno de los relatos que se basa justamente en la vida de Billie Holiday, su ídola. Ni más ni menos.
“¡Es mi cantante preferida!, ¡mi diva mayor! -reconoce entre risas a Culto con su particular acento que combina el lunfardo con toques mexicanos-. No hay otra como Billie Holiday. Tengo un fanatismo por su música, me enloquece lo que hace con su voz, sobre todo después de 1940 y pico, cuando se le baja una octava la voz. Esa voz rota me parece enorme. Me hubiera gustado tener su talento para cantar. Tengo otro cuadro en el cuarto, pero no te lo muestro porque está muy desordenado”.
De hecho, en 2011 y en su faceta como actriz, Sosa rescató la figura de Holiday con la obra de teatro Llórame un río, para la cual realizó una acuciosa investigación sobre la figura de la cantante. En su autobiografía, Lady sings the blues, se topó con una historia que le llamó la atención. “Ella cuenta que tenía dos amigos maricones que le pedían ropa prestada para salir a la calle. Me parecía una anécdota muy bonita y se me ocurrió toda esa historia. En el libro no se especificaba de dónde eran, pero yo quería hacer algo mexicano”.
Escribir tras un hit
Tras el éxito de Las Malas, a su editorial, Tusquets, le entró el apetito y le pidieron a Sosa un nuevo libro. “Me propusieron hacer lo que tuviera ganas, yo dije que quería contar cuentos. Lo que tiene este formato es que admite una proliferación que las novelas no. Es como si robaran tiempo a otras ideas que puedan ir apareciendo en la vida. En cambio, los cuentos admiten que no sea siempre la misma persona la que narre. Para hacer una novela a varias voces yo creo que me falta inteligencia”.
¿Le acomoda el formato cuento?
Ni más ni menos que una novela. Tiene otras cosas que la novela no tiene y la novela tiene cosas que los cuentos no admiten. Puede resultar agotador en las novelas tener una anécdota. Pero la verdad es que en ese momento tenía ganas de escribir cuentos.
¿Considera que en Latinoamérica hay un cierto revival por el formato cuento?
En Argentina está el caso maravilloso de Mariana Enriquez, ella es una enorme cuentista y a mí me gusta mucho como escribe, pero fíjate que sacó una novela enorme, Nuestra parte de noche. Aunque también es cierto que en las tratativas editoriales para traducciones se les tiene miedo a los cuentos. Para traducir Soy una tonta por quererte a otros países, muchas editoriales hablan de que hay menos lectores de cuentos que de novelas. Aunque al libro le está yendo muy bien.
Las Malas fue un hit, ¿sintió la presión por repetir el mismo éxito con este libro?
Soy consciente de que eso fue un caso muy particular. El hecho de vender libros no significa que un libro sea exitoso, hay tantos escritores tan buenos, grandes libros, que venden mucho menos que los que yo vendí y me parecen tanto mejores. De alguna manera, la responsabilidad era con mis editores, ¿sabés? con Liliana Viola, con Paola Lucanti. La idea era hacer un libro que si no se vendía tan bien la gente dijera “pero es tan bueno o mejor que Las Malas”.
¿Cómo se sigue escribiendo tras tener un libro de éxito?
Tuve la suerte que después de Las Malas salió Tesis sobre una domesticación, en diciembre de 2019. Sí sentía miedo, sí sentía terror, pero fue una tirada pequeña en un diario. Entonces, la edición estuvo protegida por su pequeñez, y lo que me devolvieron los lectores fue muy satisfactorio, y lo que me devolví a mí misma también. Hay mucho público que disfruta muchísimo de la tristeza travesti, de la miseria travesti, y es un riesgo no apelar a la empatía. Las Malas no apela a ninguna empatía, estos cuentos tampoco, no apelan a relamerse con nuestra miseria, con la historia de nuestras vidas.
Al leer tanto Las Malas como estos cuentos, uno nota que hay mucho del universo travesti y de gente que está en los márgenes. ¿Considera ese universo como el centro de tu literatura?
El centro de mi literatura soy yo como escritora, la voz que tengo como escritora, algunos pueden decir que es el estilo, la marca de una escritora, de un animal que se sienta a escribir. Cuando me hablan de los márgenes, lo que me sucede es ver que en el otro hay una aceptación de que están en el centro de algo, que están protegidos por un límite, que a veces admite que entren personajes como los de estos cuentos y a veces, no. Para mí, ninguno de esos personajes es marginal. Ninguno. Que hayan silenciados por la literatura, olvidados por los escritores no significa que sean marginales. Hay un montón de gente allá afuera que los reconoce como propios. Lo de los márgenes y la escritura de las travestis me parece que es una reflexión un tanto corta.
El cuento Cotita de la Encarnación es una historia verídica, del México de 1657, cuando un grupo de homosexuales fueron quemados en la hoguera. ¿Tiene alguna fascinación con México?
Yo creo que soy mexicana (risas). Nací acá, pero tengo algo de mexicana adentro, aunque no fue sencillo. Cuando fui a México por primera vez en 2011, me sentí completamente expulsada: por el sabor picante de la comida, los colores, el ruido, el olor de las tortillas en la calle. Después volví en el 2012 al Festival de Cine de Guadalajara y de a poco empecé a dejar que México entrara en mí. Desde ese momento hasta ahora, México siempre me ha pedido volver, casi todos los años. Y siempre que voy la paso muy bien, conozco gente maravillosa. Tengo el libro de un taxista que me llevó de una fiesta al hotel, imagínate, eso no me ha pasado jamás acá en la Argentina.
Travesti, no transgénero
De alguna forma, el tema de la persecución a los travestis lo aborda no solo en Las Malas, también en el cuento La casa de la compasión. Pese a que ahora es una escritora y actriz reconocida, ¿aún se siente perseguida?
Yo sí siento transfobia, la huelo muchas veces, no tanto aquí en Argentina en los círculos donde me muevo. Pero cuando viajo a otros países, activo algo antiguo que está adentro mío, y afortunadamente no lo he perdido, que es un séptimo u octavo sentido que hace que yo registre cierto peligro, que no me conduzca como me conduzco aquí en mi país. Veo las cosas que ponen en Twitter, los comentarios a las entrevistas que me hacen, y seguimos como hace 20 años. A veces, en la calle, cuando voy vestida muy putona los taxis no me paran, o cuando ven que soy travesti siguen de largo. Pero yo tengo una vida mucho mejor que la de esos taxistas que no me frenan, tengo muchísimo dinero, salud, belleza, amigos, amigas, mis padres con vida, tengo mis amantes. Yo ya soy una privilegiada, lo que me asusta es perder a la travesti que yo fui, ¿sabes? Esa niña que andaba por los parques de noche sola buscando clientes, con su inteligencia, su manera de leer el mundo, con su espíritu, su honestidad, su ingenuidad. Perder eso me preocupa más de lo que me puedan hacer.
¿Qué le parece cuando en la prensa se refieren a usted como “actriz y escritora transgénero”, en circunstancias de que se define como travesti?
No me pasa nada en particular, entiendo que las personas tienen que nombrarte de alguna manera y te nombran como pueden. He sido travesti más años de los que viví como varón. A veces, todavía a mis padres se les escapa algún adjetivo, algún pronombre. Que me nombren como quieran, yo ya estoy configurada, ya me di mi baño de barniz, ya estoy terminada, no necesito de la construcción de otros ¿Sabes qué me preocupa más? Que digan que Las Malas es autobiográfico o que este libro de cuentos es autobiográfico. ¡Como siguen insistiendo con eso!
¿Por qué le preocupa tanto?
Porque no admiten que las travestis podamos escribir, hacer ficción. Eso es muy importante para la vida espiritual. A las travestis siempre se nos va a reclamar que hablemos de nuestra tristeza, que hablemos de nuestra historia, que digamos lo discriminadas que somos, cuánto hemos sufrido por la persecución de la policía. Hay una operación para lavarse la vida, por eso insisten tanto en que sea otro el que sufre.
El tema para Camila es importante. Tras decir lo último, se queda en silencio unos momentos y retoma: “La operación que yo hago es utilizar esas circunstancias arbitrariamente como un recurso literario. Lo que pasa es que mi mundo es muchísimo más interesante que el del status quo y el establishment. Acá, hace 20, 30 años éramos putos, perdidos, maricones, éramos travestis y nada más que eso. Nadie nos decía mujeres transgénero en la calle, ni con dulzura ni con oprobio. Las sociedades todavía no están listas para tener esta discusión (ríe). Entonces, utilizan estos términos como transgénero para lavarnos a nosotras, para higienizarnos porque claro, venimos muy sucias”.
¿Conoce autoras y autores chilenos?
Gabriela Mistral, por supuesto. Raúl Zurita, Claudia Rodríguez, Pedro Lemebel, Roberto Bolaño. También me gusta mucho el cine de Pablo Larraín, me parece un cineasta maravilloso.