Ni escrito en el papel salía más dramático. El pasado domingo 17 de abril, Daniel Auster, de 44 años, fue procesado en la corte de Brooklyn, Nueva York por los cargos de homicidio involuntario, homicidio por negligencia criminal y poner en peligro el bienestar de un niño. Esto, por haber causado la muerte de su pequeña hija Ruby, de 10 meses de vida, quien se habría intoxicado con fentanilo y heroína en su cuerpo. Auster trató de salvarla administrándole Narcan, el tratamiento al que se suele recurrir cuando hay sobredosis de opioides, pero fue inútil. Los hechos ocurrieron el 1 de noviembre del 2021.
Daniel Auster, estadounidense y de ocupación jardinero, es el hijo del reconocido escritor Paul Auster, y su conducta le ha dado más de un dolor de cabeza . Todo producto del consumo de drogas, a las cuales llegó en su adolescencia. Ya con 18 años comenzó a frecuentar los bares y a los dealers de sustancias ilícitas.
De hecho, el New Yorker relata que en 1996, vio el momento en que Michael Alig, un ex promotor del club, y Robert Riggs, asesinaron a un traficante llamado Andre Melendez. A cambio de su silencio, Auster recibió tres mil dólares. Aunque otras versiones señalan que Auster robó el dinero producto del homicidio. Si bien, no fue puesto tras las rejas, cumplió una libertad condicional de cinco años, puesto que se declaró culpable de posesión de propiedad robada.
Pero esa no sería la última vez en que Auster hijo enfrentaría el pesado brazo de la ley. Los medios del país del norte apuntan que acumula dos arrestos por posesión de drogas, en 2008 y 2010. Además, en 2009 fue acusado de hurto menor y posesión de material robado.
Cuentista y traductora
Daniel Auster es además hijo de Lydia Davis. Nacida en 1947, oriunda de Northampton, Massachusetts, Estados Unidos, ella es, actualmente, una de las escritoras más relevantes de su país. Básicamente narradora, pero también ensayista, Davis ha descollado sobre todo en el campo del cuento. De hecho, solo tiene una novela, The end of the story (1995), el resto de su producción literaria son fundamentalmente volúmenes de relatos breves. De este modo, se entronca con una rica tradición del género corto en Estados Unidos, con nombres esenciales como Raymond Carver, John Cheever, Lucia Berlin o Lorrie Moore.
Ella misma explicó su relación con el formato corto en declaraciones recogidas por El País, en 2015. “Jamás me he considerado novelista. Desde que empecé a escribir me sentí cuentista…Bueno, si me remonto a los orígenes, lo primero que escribí fue poesía, aunque aquello era más bien una suerte de conjuro verbal. La novela surgió cuando llevaba más de veinte años escribiendo cuentos. Tengo un amplio espectro de registros, desde una o dos líneas hasta un párrafo, una página, dos páginas, y en algunos casos textos de una extensión algo mayor”.
Asimismo, explica cómo sus relatos fueron transformándose hasta alcanzar extensiones realmente breves, de un par de páginas. “Mi trabajo ha ido evolucionando con el tiempo, aunque me resulta difícil explicar exactamente cómo. Las primeras colecciones incluían historias más tradicionales que alcanzaban cierta extensión. Había relatos cortos pero no minúsculos, como ahora”, señaló en El País.
Incluso, sus relatos -a la usanza de la notable Lorrie Moore- tienen un cierto tono humorístico, y no es casualidad. “El humor ha ocupado un lugar central en mi vida y en mi trabajo por tanto tiempo que es difícil imaginarse que no hubiera sabido lo graciosas que eran mis historias antes. Ahora lo sé, pero repito: no escribo con el propósito de ser cómica (y por supuesto, no todas las historias son graciosas). Mi manera de escribir refleja únicamente mi manera de percibir la vida, que incluye un montón de humor, así como también la dosis apropiada de tragedia”, dijo Davis en una entrevista con el sitio Three Monkeys Online.
Inquieta, Davis también ha desplegado una interesante trayectoria como traductora. Una actividad en la que bastantes escritores suelen incursionar (ejemplos son Julio Cortázar, Victoria Ocampo, Alan Pauls o la poeta nacional Verónica Zondek). Ha traducido nombres como los franceses Maurice Blanchot, Gustave Flaubert o Marcel Proust. No se trata de escritores simples de traducir, por la complejidad de su escritura.
Davis, en la citada charla con El País recordó esos trabajos: “Me salieron al paso las dos traducciones de mayor envergadura de mi vida: el primer volumen de En busca del tiempo perdido, de Proust, y Madame Bovary, de Flaubert. El reto era mayúsculo, pero cuando me propusieron traducir a Proust no lo dudé. Llevaba toda la vida traduciendo. Había escalado cumbres muy altas y ahora me proponían escalar la más alta de todas. Acepté el reto. Tardé tres años y, cuando terminé, me propusieron que tradujera Madame Bovary. Al principio dije que no, pero al cabo de un tiempo me di cuenta de que echaba de menos traducir. Después de Proust me enfrentaba a otra empresa gigantesca, pero lo curioso es que cuando terminé no quise parar”.
En 2013, recibió nada menos que el prestigioso Premio Man Booker International. En la ocasión, el jurado destacó su obra por “la brevedad y precisión de la poesía”. Asimismo, en 1997 obtuvo la Beca Guggenheim, que suelen recibir escritores de primer orden, como Octavio Paz, Alejandra Pizarnik, Hannah Arendt, Pedro Lemebel o Nicanor Parra.
Lydia Davis conoció a Paul Auster a principios de los 70, cuando ambos eran universitarios y cursaban primer año. Lydia concurría al Barnard College y Auster a la Universidad de Columbia. Davis “había sido una estudiante distraída, y ocasionalmente acompañaba a Auster a sus clases en Columbia en lugar de asistir a las suyas”, señala Dana Goodyear en un perfil sobre la escritora en el New Yorker. Ya establecidos como pareja, se fueron a vivir a Francia, inspirados por su amor por la literatura del país galo. Ahí vivieron como cuidadores de una granja de piedra del siglo XVIII. Paralelamente, escribían y escribían.
Al tiempo, y cuando se vieron sin un franco en los bolsillos y regresaron a Nueva York. El padre de Davis les ayudó a conseguir un apartamento en Riverside Drive, Manhattan, y allí se casaron en el otoño de 1974. La cosa parecía ir bien. Vivieron en Berkley, California, y luego incluso, agrega Goodyear, compraron una casa en el condado de Dutchess, cerca de Nueva York. Posteriormente tuvieron a Daniel, en 1977.
En entrevista con Télam, Davis recordó cómo fue el difícil tiempo en que dio a luz a Daniel. “Pienso en cuando nació mi primer hijo. De repente, solo disponía de una hora, o quizá dos o tres, y tenía que aprovechar al máximo ese tiempo. Tuve que aprender a ponerme a trabajar y concentrar mi atención. Mientras que antes de tener un hijo, cuando tenía muchas horas del día para pensar en lo que quería escribir, no trabajaba tan intensamente, no lograba tanto. Y ahora, me sigue gustando tener una fecha límite, para obligarme a ponerme a trabajar y terminar una tarea”.
Pero las cosas entre el joven matrimonio no anduvieron, y solo 18 meses después del nacimiento del retoño, se separaron. Entonces, Auster se fue de vuelta a Nueva York y comenzó una nueva relación, con la también escritora Siri Hustvedt, con quien se casó hasta el día de hoy. Aunque el vínculo con su exesposa no se rompió del todo. “Davis también se mudó de regreso y vivió a unas pocas cuadras de ellos en Brooklyn para que a Daniel le resultara más fácil ir y venir”, agrega Dana Goodyear. Auster y Hustvedt tuvieron una hija, Sophie. Tiempo después, Lydia también volvió a casarse, esta vez con el pintor Alan Cote, con quien tuvo otro hijo, llamado Theo.
A Lydia Davis se le puede leer en nuestro país a través de dos compilaciones: Cuentos completos, editada por Seix Barral, y Ensayos I, que editó la argentina editorial Eterna Cadencia. El segundo volumen de ensayos ya apreció en los Estados Unidos.
El hombre tras una trilogía
Cuando se conoció el arresto de su hijo, Paul Auster fue contactado por el New York Times, pero declinó hacer declaraciones. Entre ambos, ya no existe un vínculo. Al igual que Davis, también ha descollado como escritor, aunque su debut se produjo después que el de ella. Davis publicó su primera colección de relatos, The Thirteenth Woman and Other Stories en 1976, mientras que Auster publicó la novela La invención de la soledad, en 1982, basada en la muerte de su padre.
Auster, nacido en 1947 en Newark, Nueva Jersey, alcanzó pleno reconocimiento con la llamada Trilogía de Nueva York, una serie de novelas policíacas que Paul Auster publicó entre 1985 y 1987, estas son: Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada.
Desde ahí, Auster se ha consagrado como uno de los autores estadounidenses vivos fundamentales . Otros de sus trabajos son El país de las últimas cosas, La música del azar, El libro de las ilusiones, La noche del oráculo y la particular 4 3 2 1, una última novela, donde -en un interesante ejercicio- expone cuatro versiones alternativas de la vida del personaje central, Ferguson.
Su prosa ágil ha sido destacada. “Está impregnada de una magia contagiosa igualmente perceptible en sus obras de ficción y no ficción”, señala Eduardo Lago, de El País. En 2006 obtuvo el importante Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en la ocasión, el jurado lo destacó por “la renovación literaria que ha llevado a cabo al unir lo mejor de las tradiciones norteamericana y europea”. En Chile, sus libros se pueden encontrar, sobre todo el último, La llama inmortal de Stephen Crane, editado vía Seix Barral.
Daniel Auster -en un ejercicio que suelen hacer otros autores como Emmanuel Carrère- ha aparecido como personaje en libros de su padre. Esto se dio en La invención de la soledad, donde lo retrató bucólicamente en sus años como guagua (”Fue un domingo por la mañana mientras yo le preparaba el desayuno a Daniel, mi hijito”, “Ahora una imagen de Daniel dormido en su cuna. Para terminar. Me pregunto qué sacará en limpio de estas páginas cuando tenga edad para leerlas”).
Por el contrario, Lydia Davis nunca ha querido ocupar la vida de su familia como material para sus ficciones. “No quiero ofender a la gente, así que intento no hacerlo. Es incómodo cuando te ves descrito en la obra de otra persona, aunque no sea de forma negativa. Lo malo es que te sientes utilizado”, dijo al New Yorker. Son páginas de un libro que aún se está escribiendo.