Aunque venían con viento de cola, al iniciar la década del 80 Rush optó por una nueva ruta: atrás comenzaba a quedar la era de las suites de 20 minutos (2112), de rock progresivo puro y duro (Hemispheres) y de largos instrumentales (La Villa Strangiato), para dar paso al sonido con el que alcanzaron la gloria. Aunque la banda canadiense comenzó a fraguar su nueva fórmula musical con Permanent Waves (enero 1980), su álbum definitivo llegó al año siguiente: Moving Pictures. En la larga discografía de Geddy Lee, Alex Lifeson y Neil Peart, esta placa figura a una altura difícil de igualar en cuanto a composición musical, letras y algo que les había sido esquivo: popularidad.

Por estos días Rush conmemora precisamente este disco, con la publicación de una edición especial 40 aniversario remasterizada, que además contiene por primera vez un registro en vivo íntegro de las presentaciones que hicieron en el Maple Leaf Gardens de Toronto, en marzo de 1981, en el peak de una larga y exitosa carrera que vio su fin en 2015. Si bien en estricto rigor han transcurrido 41 años desde que el Moving Pictures vio la luz, la muerte de Peart en enero de 2020 retrasó los planes.

El octavo álbum de Rush contiene, en su Lado A, sus piezas más conocidas y celebradas: Tom Sawyer, tema de letra existencialista y favorito de las FM pese a su compleja estructura; Red Barchetta, de ritmo vertiginoso y que cuenta una historia distópica ambientada en un universo automovilístico; YYZ, instrumental nominado al Grammy que hace referencia al código de identificación del aeropuerto de Toronto y Limelight, de riffs vibrantes, con uno de los mejores solos de Lifeson y que es una mirada atemporal sobre cómo los artistas introvertidos lidian con la exposición pública. Aquello de “no puedo pretender que un extraño sea el amigo que he esperado por tanto tiempo”.

Neil Peart, reacio hasta el final con la fama, traspasó su propia experiencia en Limelight y a la larga su letra sería profética: Moving Pictures vendió nada menos que cuatro millones de copias en Estados Unidos, donde obtuvieron cuádruple disco de platino. Grabado en Le Studio -el “Abbey Road” de Rush en Quebec-, esta placa en realidad es un “dos en uno”. Si en la primera parte los temas son luminosos y en promedio no superan los cinco minutos, en el Lado B aparecen cortes más oscuros, como The Camera Eye, un diario de viaje de casi 11 minutos con Geddy Lee soberbio en bajo y teclados; Witch Hunt, con efectos especiales de percusión elaborados por Peart, y la “popera” Vital Signs.

Moving Pictures es el giro definitivo de Rush y el resto de su rica discografía no se entiende sin este álbum. Si se hiciera un paralelo, es lo que significó Paranoid para Black Sabbath o The Dark Side of the Moon para Pink Floyd. Incluso su carátula, diseñada por Hugh Syme, dio que hablar y hasta hoy los fans de la banda se fotografían en el frontis del Edificio Legislativo de Ontario -en el Queen’s Park de Toronto-, donde fue tomada la icónica imagen junto a una serie de “cuadros en movimiento”, incluida una representación de Juana de Arco en llamas y un cuadro de Cassius Coolidge con perros jugando póker.

En su momento le preguntaron a Geddy Lee por el sonido de este disco. “Siempre he pensado en nosotros como un grupo de hard rock progresivo, en línea con bandas como The Who o Led Zeppelin, y no tanto Black Sabbath. Para mí Black Sabbath es metal, The Who es rock y Zeppelin otra cosa. Así que diría que nosotros somos una mezcla de todo eso”, señaló el bajista, citado en Contents Under Pressure: 30 years of Rush at Home & Away (2004), de Martin Popoff.

Para promocionar el Moving Pictures Rush se embarcó en una gira de casi seis meses, en su gran mayoría por arenas y auditorios, que los catapultaron al mainstream. Según el libro Rush, Wandering the Face of the Earth: The Oficial Touring History (2019), fueron 79 fechas a tablero vuelto a lo largo y ancho de EE.UU. Fue en este tour en el que Peart comenzó a llevar un diario de viaje, que bautizó como “For Whom the Bus Rolls”, en referencia a la novela de Ernest Hemingway. Aquel viaje se convertiría a la larga en el despegue definitivo de una de las bandas más icónicas, aunque no siempre valorada, de la historia del rock.