Al otro lado del Zoom, Fito Páez (59) se larga a hablar en extenso de sí mismo con sus gestos coreográficos habituales, revolviéndose el pelo cuando quiere acentuar una idea, agitando las manos cuando las reflexiones brotan abundantes y parecen chocar con las partículas del aire, auscultando con detención las preguntas de su interlocutor separado por una pantalla.
Todo desde una tarde bonaerense que se presume aún cálida si se detecta un rayo de sol que entra por la ventana de su departamento, comprado hace seis o siete años según él mismo precisa, la primera residencia que ha adquirido en toda su vida.
“Me recuerdo siempre una frase cuando le preguntaban a Lennon: ‘che, ¿por qué siempre hablás de vos?’ Y el tipo decía: ‘y porque es lo único que conozco’”, cuenta ahora, justificándose -como casi siempre, como cualquier otro artista sobre la Tierra- en los Beatles.
Pero como pocas veces antes, el rosarino ha debido en los últimos años y deberá en los próximos meses explayarse generoso sobre su propia vida, incluso mucho más que en otros capítulos de su trayectoria, lo que ya es bastante decir. En el claustrofóbico mundo de la pandemia, grabó una trilogía de discos que funcionan como una síntesis biográfica, una suerte de tratado personal que marcha desde su infancia hasta hoy, cuando se encamina a las seis décadas de vida que alcanzará en 2023.
En noviembre pasado editó Los años salvajes, álbum de título elocuente, con una tapa que muestra su rostro grácil de los 80 y con un sonido rockero, vital, de dientes apretados y letras verborreicas donde aparecen su padre fallecido, sus amores, sus miedos y sus amigos que ya no están, como Spinetta o Maradona. En marzo lanzó un trabajo en las antípodas, Futurología Arlt, donde guarda silencio para despachar piezas instrumentales a cargo de la Orquesta Sinfónica Nacional Checa, inspiradas en la novela Los siete locos del autor trasandino Robert Arlt. Y en mayo presentará The golden light, en que vuelve a sacar la voz, pero sin estridencias, solo junto a un piano para concluir el viaje con solemnidad.
Aunque tampoco demasiada: para junio se estima la publicación de una autobiografía que también escribió durante el confinamiento y que se extendió por más de 600 páginas de word. “Aunque reducida a libro quedó en trescientas, que igual es un número”, cifra el músico. La misma narración que se convertirá en una serie de Netflix bajo el nombre de El amor después del amor.
-¿Llegó a ese punto de la carrera de un cantautor en que empieza a mirar en retrospectiva su vida y escribe básicamente acerca de eso?
A ver, eso es inevitable, siempre. En Los años salvajes estoy basándome en la última frase de la canción que dice: “Estos son mis años salvajes/ El infinito está ahí afuera/ Ya estoy curioso del vuelo”. Entonces, si bien es un texto revisionista en un sentido, también los años salvajes son siempre, son ahora, y qué más grande que estar pensando en lo que va a pasar después, si es que va a pasar algo. La sensación de peligro, de salvajura, me parece que existe desde que nacés hasta que te morís. La existencia en sí es un delirio. Puede ser que haya algo revisionista, porque es algo inevitable, pero no es una mirada nostálgica, ni melancólica, ni muchísimo menos. De hecho, Los años salvajes es un disco con una vitalidad arrolladora.
-En la misma canción Los años salvajes, cuando se refiere a ellos, dice: “fue vivir y morir, todo a la vez”. ¿Cómo fueron esos años? ¿Los extraña?
No, porque en mi vida siempre pude ejercer una libertad total, vivir en libertad. Todo este tiempo libre que me fue brindado, que me he dado, me ha permitido tener una vida salvaje en los márgenes, en el centro, de arriba a abajo, en todos lados, e intentar plasmar mis deseos. Eso no es algo que se hace solamente con voluntad y con estudio, sino que también tenés que tener la suerte de que te hayan puesto en ese lugar. Así que no añoro nada. Tengo una vida hermosa con mis dos hijos, con mi novia, con mis amigos, con mi familia. Me salgo de aquí, me pongo a escribir, después filmo, voy al piano, hago música. Es una vida muy lujosa, no en términos económicos, pero sí en términos de plenitud.
-También en ese tema alude a la muerte de su padre. Su madre ya había fallecido mucho antes, cuando usted tenía ocho meses de vida. “La noche que murió mi padre bebí hasta perder la noción. Muerto tu padre, ya no sabes dónde estás”, dice. Eso fue en 1985 y después empezó la fase más exitosa de su carrera en solitario. ¿Cómo logró seguir?
Es que...no sé. Ojalá no te haya pasado todavía, pero cuando muere tu padre, tu familia o lo que sea que tengas allí al lado, quedás a la intemperie y se te va la tierra de los pies y ahí aparece una nueva forma de la existencia. No sé si para todos, pero por lo menos a mí me sucedió eso. Y es una ilusión pensar que uno, porque tiene los padres vivos, está protegido. Uno está siempre a la intemperie, la existencia es intemperie. Entonces, sucedió de esa manera. Creo que todo el amor que me fue inyectado en la infancia, que fue muchísimo, fue lo que me permitió sobrevivir un montón de veces a mis propios excesos, al dolor que te da el mundo o a la situaciones horrorosas que vivís. Y ese es el motor que me ha permitido también llegar hasta aquí.
“Pero pasó de todo. Generalmente son mas mesetas y más fracasos. Se ve como éxito todo, pero, por ejemplo, el disco El amor después del amor (1992) fue un suceso monumental. Y yo simplemente estaba haciendo lo de siempre. Yo tomo todo como un transitar también, que es como mejor funcionan las cosas, cuando uno no pone expectativas en el resultado, sino que es más hermoso lo que pasa en el camino”.
-¿Cómo es su relación con el alcohol? Dice que perdió la noción bebiendo cuando murió su padre, pero también dijo hace un tiempo que durante la pandemia había bebido mucho para desconectarse.
A ver, sí, cada uno tiene la suya. Yo una vez a la semana necesito desconectar y me va muy bien, me lo paso bien y me relajo totalmente. Después, por supuesto, cuando estás adelante de una máquina de escribir, de una computadora , de un lápiz o al piano, me gusta estar sobrio y disfrutar de la tarea. En general, cuando estás ahí volando en los mares alcohólicos, estás más en tu viaje personal y sobre todo, cuando trabajás con gente, tenés que estar muy atento, muy sobrio, porque hace falta dirigir la orquesta o dirigir el equipo en muchos casos. Y los momentos de soledad también son hermosos y prefiero la sobriedad para conectarme con la materia que estoy manejando en este momento, ya sea de escritura o la música.
-En esos años salvajes, ¿se imaginaba llegando hasta acá, cumpliendo ya casi 60 años?
No, no, por supuesto que no. Y aparte, en aquellos años, cuando era niño, los 40 años era como una edad delirante. La gente se moría entre los 40 y los 50, ya eran viejos. Así que no, en ningún momento. Siempre tuve una idea muy trágica de las cosas. Entonces nunca pensé que iba a llegar tan lejos. De alguna forma, todo va ganando humor y se va diluyendo el dramatismo de la adolescencia y la juventud, más allá de las cosas que uno ha vivido, cada uno tendrá su cruz, pero siempre te das cuenta que un día más es maravilloso. Cada día, yo por lo menos, tengo la suerte de apreciar y disfrutar mucho cada minuto de vida.
“Yo no soy un hombre nostálgico por naturaleza, estoy hoy, básicamente, que ya es bastante duro estar hoy. ‘Yo vivo el presente’ (pone una voz solemne). ¡También es tremendo el presente!”.
-También en la pandemia escribió su autobiografía...
Es un autobiografía hasta los 30 años.
-¿Por qué hasta los 30?
Hasta donde aguante. No, no podía más. Fueron ocho meses delirantes, hermosos por un lado, y una montaña rusa. Le tomé mucho respeto a las obras autobiográficas porque lo que sucede es que, por supuesto, uno se divierte, inventa, recrea cosas que no fueron de esa manera, juega, pero a la vez hay momentos donde te afecta muchísimo. O sea, tenés que revisar la vida de tu familia, tus amigos, tu pasado, la infancia, las primeras veces de todo. Entonces es una montaña rusa. Te reís, te descomponés, te angustiás, te pasa de todo.
-¿Qué fue lo que más le afectó al escribir?
Posiblemente revisar la muerte de mi padre y el asesinato de mis abuelas (en 1986) fueron los momentos más duros, porque no podía tener mucha poesía eso ni se podía inventar mucho. Lo conté de una manera muy seca. Utilicé las crónicas policiales, en el caso del asesinato de mis abuelas y de Fermina embarazada, quien trabajaba en la casa. Me centré en los hechos reales. No inventé nada. Ahí se transformó en una crónica in situ. Si bien yo no estaba allí, pero bueno, tuve que reconstruir los hechos con las crónicas y los expedientes policiales.
-O sea, tomó un rol casi periodístico.
Por supuesto, fueron momentos duros, muy duros. Entonces eso fue lo más difícil, te diría. Después lo otro, por supuesto, es el trámite del dolor, el trámite de la risa, las primeras veces, la primera vez que tenés sexo, que conocés el cuerpo, la primera vez que tomás drogas, la primera vez que te metés en la vida política, la primera vez que llegas a la sala de Charly García, las primeras veces de todo. Y entonces todo eso también fue más divertido y más simpático.
-¿Cómo se escribe una autobiografia? Digo: conciliar la imagen que tiene el público de ti mismo, tus cercanos de ti mismo, y también lo que dicta tu propio ego de querer remarcar ciertas cosas. Es un rompecabezas.
Lo mas lindo es cómo hay máscaras sobre máscaras. Entonces, en realidad, más que construirte, te está desarmando, te está deconstruyendo. O sea, te haces un polvito invisible. Eso me parece lo mas divertido de ponerse ahí, un antihéroe total donde pasan las cosas más insólitas y siempre salís perdiendo, por supuesto. Y eso también hace que sea entretenido. No andar por el mundo pensando que sos algo muy especial, creo que eso también es la onda que tiene el libro. Te diría que nunca terminas de saber quién sos. Eso es lo mejor, lo más honesto. No venderle a nadie nada porque no podés, sería deshonesto.
Revisar la muerte de mi padre y el asesinato de mis abuelas (en 1986) fueron los momentos más duros, porque no podía tener mucha poesía eso ni se podía inventar mucho.
-¿Vio alguna serie de Netflix biográfica que le haya servido de radar para lo que será la suya?
Vi la película de Elton John, que me pareció preciosa, arrancando él con las plumas, llegando a alcohólicos anónimos. Después vi algunos tramos de la de Luis Miguel, que me pareció fabulosa, sobre todo el pibe que hace de él, es extraordinario, canta como los dioses y un gran actor. Y el otro pibe, que hacía de papá, de Luisito Rey, que es un genio. Me hice fan de él. No me olvido más la escena de Luis bajando del escenario y él con la con la pata de jamón esperándolo y el hijo pasa de largo. Me da una ternura su personaje, tan polémico. Así que sí, esa la vi y me interesó muchísimo.
-¿Cómo ha cambiado su manera de escribir canciones? Hoy todos pueden juzgar con mucha más facilidad que antes el trabajo de un músico, a través de las redes sociales por ejemplo. Existe la llamada cultura de la cancelación. Este nuevo escenario, ¿le ha influido en algo como autor?
Yo creo que como persona, a todos. Nadie escapa del mundo que nos rodea y con el que nos conectamos, estamos con el teléfono todo el día. Esto (lo dice tomando su celular) es un delirio, esto es una cosa que nos tiene atrapados. Sí, condiciona, no sé de qué manera. Lo que sí sé es que me tengo que escapar de ahí, que necesito tiempo para leer, tengo que apagar el teléfono, quiero volver a ver las películas que me gustaban, quiero hacer cine. Para eso necesito que todo el mundo apague el teléfono cuando estamos ensayando.
“No creo en la cultura de la cancelación ni nada de eso. No me parece que funcione y no es real tampoco. Hay que estar conectado con la vibración y la energía de estar vivos y el teléfono, la compu, todas estas cosas, anulan, están dedicadas a cerrar la sensualidad. Me parece que por supuesto que uno disfruta las mieles de la tecnología. Por ejemplo, en Futurología Arlt estábamos los productores en Los Angeles, la orquesta en Praga y uno de los directores en Buenos Aires, entonces, bueno, qué lindo, sirve. En pandemia había que hacer eso, claramente, sino no se hacía. Pero por otro lado, la tecnología no es un arma de doble filo, sino que de doce mil filos. Entonces, me parece que siempre el norte es el beso, el abrazo, el polvo, la comunión, ahí está lo más lindo de la vida, en el amor. Y después bueno, nos pasa de todo, tampoco somos santos ni gente que se pretenda pura, porque tampoco nos interesa la pureza. Así que nada, hay que vivir con eso y ver cómo eso se va colando también dentro de lo que uno escribe.
“Estoy atento a eso y he tomado una decisión: cuestiones importantes por WhatsApp, ni a palos. Cuestiones importantes en el Instagram, ni a palos. En todo caso, al no estar la carta, ahora el sistema epistolar podría ser el mail. Así que son pequeñas decisiones que uno va tomando que tampoco sabes si son las correctas, pero que te hacen la vida más parecida a como uno la desea”.
-Lo preguntaba también porque muchos artistas han empezado a revisar su obra, sus canciones, para ver si acomoda con los tiempos actuales.
A mí no me pasa. Mirá, ayer estábamos en con mi hija, que está estudiando piano, ella está tocando Salir de la melancolía, un tema Charly de Serú Girán y donde él habla allí de su vinculo con las mujeres de una manera tan hermosa. Revisa la letra, vas a ver: “No la cuides de lejos/ ni le digas lo que tiene que hacer/ Ella debe ser como quiere ser/ y eso ya lo tienes que ver/ Rompe las cadenas que te atan/ a la eterna pena de ser hombre/ y de poseer/ Es un paso grande la lucha por crecer”, dice Charly en año 78. Entonces yo crecí con eso y crecí en un matriarcado de mi madre, de mis tías, de mis abuelas. No hay que ser tan policía en ese sentido. Nadie quiere la violencia, nadie quiere las libertades acotadas, igualdades para todos. Eso es la búsqueda de la libertad desde todos los tiempos. Entonces yo adhiero siempre a eso. Yo nací con esa marca. Todas las luchas por la libertad son bienvenidas siempre. Y bueno, después, habrá cosas más afortunadas, más desafortunadas. No hay que condenar a nadie por eso, en todo caso.
-Tú también sigues teniendo una relación muy cercana con las musas que te inspiraron en tu carrera. De hecho, la propia Fabiana Cantilo aparece en Los años salvajes.
Sí, eso es permanente, pero también hombres me han inspirado, un montón de personas que he conocido en mi vida, quiero decir, no sé... yo no miro eso. Me acuerdo una noche que llegamos a Buenos Aires y entramos a un bar, antes del 83, que llega la democracia, con Fernando Noy, un poeta extraordinario. Éramos los dos muy fan de Pedro Lemebel, recuerdo. Somos. Yo soy fan radical. Y me acuerdo que entramos a un bar y había gente de todo tipo y en un momento se armó un círculo, éramos como diez o quince personas, todos nos besamos de lengua y nos abrazamos. Fue una especie de mini orgía dentro de un bar tan hermoso, en búsqueda de esa libertad también, de plasmarla; estaba todavía el yugo de la dictadura, y vivimos eso con absoluta naturalidad, como debe ser, sino no es libertad.