Esta entrevista pudo nunca haber sucedido. Porque básicamente Tinta y tiempo, el último disco de Jorge Drexler estrenado el 22 de abril y justificación promocional para este diálogo, estuvo cerca de nunca haber salido.
Concebido en plena pandemia, el uruguayo -ganador de un Oscar, de siete Grammy Latinos, uno de los cantautores más inventivos de la escena hispanohablante en las últimas dos décadas- debió derrotar una sensación de adversidad casi inédita en sus 57 años de vida y 30 años de trayectoria: el encierro lo tenía bloqueado y asfixiado.
“Es un álbum que casi no sucede”, corrobora en conversación vía Zoom con Culto.
“La pandemia produjo una distorsión tan grande de la percepción de mis propias canciones que había perdido la capacidad de evaluar el material que tenía. A veces me preguntaban ‘¿qué tal has escrito?’. Y yo decía: estoy escribiendo, pero mal, porque no podía terminar las canciones. De hecho, me di cuenta que para terminar los temas necesitaba la presencia de un escucha, de alguien hacia el cual dirigir la canción en su momento. La canción es una cuerda que se tensa por los dos extremos: yo tiro un extremo y hay otra persona que la recibe, que tira del otro. Si no tiramos los dos a la vez, la cuerda no se tensa, la canción no sucede. Yo pensé que eso era así para el show en vivo, pero resulta que aprendí en esta pandemia que también era para la composición. Necesitaba la presencia del otro”.
Cuando a mediados de 2021 pudo retomar los conciertos y volvió a socializar, a mirarse con gente, a mostrar lo que había creado en días de penumbra, el disco sufrió un envión anímico que le permitió concluirlo en un par de meses. Y quizás como ese efecto arcoíris que retrata los colores que emergen luego de la tormenta, Tinta y tiempo asoma como un cancionero vital, luminoso, exuberante, atiborrado de detalles y lenguajes distintos, una suerte de celebración del amor y el contacto físico en una fiesta donde caben desde una orquesta hasta invitados como Rubén Blades, Martín Buscaglia, la superestrella española C. Tangana y la artista pop israelí Noga Erez. No hay demasiados rastros de claustrofobia. Nada de 12 segundos de oscuridad.
“La pandemia vino asociada a un estado de ánimo que en un artículo en inglés vi que se llamaba languish, como languidecer, que no es llegar a estar en una depresión conformada enteramente así, pero tampoco estás bien del todo. El aislamiento produce cosas muy raras en el ser humano”.
La pandemia produjo una distorsión tan grande de la percepción de mis propias canciones que había perdido la capacidad de evaluar el material que tenía”.
“Al principio me sentí en la obligación de hacer una crónica de lo que pasaba. Empecé a escribir canciones muy pandémicas, muy oscuras, muy de la incertidumbre, del miedo, de la distancia, de la ausencia de contacto, de las pantallas. Pero después, a medida que empezó a abrirse de a poco todo, empezaron a venir las otras canciones. Y quería que el disco fuera abundante porque vivimos en un tiempo de muchísima escasez social, de muy poco contacto, con el universo entrando en casa por una pantalla. Entonces quería reconectar con el mundo con muchas cosas, tener a disposición un montón de herramientas para poder trabajar”.
-Tocarte, la canción que hace con C. Tangana, tiene un título bastante gráfico de un concepto que ahora es posible pero durante el encierro se volvió muy difícil.
Sí, es una canción muy directa y habla de lo que habla. Habla de lo que se ve, del contacto de piel, el contacto del amor en su faceta más cutánea, más carnal. A lo largo del disco hay muchos tipos de amor estudiados. Y este es uno de ellos, importantísimo, central, y que también fue una de las cosas que echamos en falta en la pandemia. Está escrita a medias con Pucho Tangana, con mi hijo Pablo y con Víctor Martínez, que por cierto también es la primera canción que escribo con mi hijo Pablo. Martínez es un colaborador habitual de Tangana y en junio de 2020 nos juntamos y nos contó que venía de verse por primera vez con su novia en tres meses, pero que no se habían podido tocar, porque el familiar de uno de ellos era población de riesgo. Llegó al estudio muy alterado. Entonces yo le dije a Pucho: de eso tenemos que escribir, de eso que hemos experimentado todos.
-Usted ha trabajado bastante con C. Tangana. ¿Qué lo vincula a su música?
Yo evidentemente soy de otra generación y tengo otra edad. Mucha música de esa puede que me entre a través de mi hijo, pero la verdad es que yo siempre he estado muy abierto a la música contemporánea. Mi vinculación con ellos parte de algo en lo que no me gusta caer, que es pensar que la música buena ya fue hecha. Esa nostalgia de pensar que lo bueno ya está hecho y que esta época es inferior en calidad creativa a las anteriores, es algo que todas las generaciones hemos repetido en determinado momento. Yo ya lo vi decir tantas veces, lo vi a decir del candombe, de la cumbia, de la samba. Y lo he escuchado decir tantas veces que cuando alguien lo dice de la música urbana, me aburre, sinceramente. Me parece que tiene más que ver con un miedo de una generación que se aleja de ese contacto con el eros, digamos, y que ve que hay una generación nueva que se apropia del eros y entonces no le queda otra cosa que quejarse.
“Yo quiero participar del mundo. Quiero vivir mi momento, aunque tenga muchos más años que ellos, aunque ya pueda ser el padre de todos ellos, igual quiero vivir el momento de la música que escuchan mis hijos. Intento estar al tanto de lo que está pasando ahora, porque vivir en la nostalgia me parece aburridísimo y un poco deprimente, la verdad”.
-Y en ese participar de la música de hoy cómo aparecen en usted los algoritmos, que muchas veces definen lo que escuchamos. En su último álbum aparece el tema ¡Oh algoritmo!
El algoritmo es una herramienta. Prefiero no enfrentarme, no tenerlo realmente en cuenta. A veces le hago caso porque sugiere cosas, pero estoy tan acostumbrado a elegir mi música por mí mismo que ya el algoritmo puede decir un poco lo que quiera; yo voy a elegir lo que yo tenga ganas de elegir. Pero la canción va un poco más allá. Al hablar del algoritmo, en realidad empieza a cuestionar una cosa que yo había leído en el libro Homo Deus de Yuval Harari, en el cual cuestiona la idea de libre albedrío, de quién decide cuando uno decide. Yo quiero esto... a ver, perdón, yo creo que quiero esto... no, perdón, quién quiere que yo crea que quiero esto. Es decir, hay alguien que tiene interés en lo que yo quiera porque, claro, evidentemente, el algoritmo nos dirige a consumir cosas, nos elige hasta con quién meternos en la cama, porque hay un montón de aplicaciones. Te elige la ruta, el compañero, la compañera, la comida, lo que quieres comprar y, bueno, el límite lo tienes que poner tú.
-¿Hoy se siente un creador libre? Las redes sociales juzgan hoy de forma inmediata a los artistas y también existe la llamada cultura de la cancelación en torno a muchas creaciones musicales.
Es muy difícil de responder. Hay veces, hay aspectos en los que me siento completamente libre; en las casas discográficas que trabajé nunca nadie me tuvo que decir lo que tenía qué hacer. Siempre he mantenido el máximo respeto, quizás porque siempre he sido un pésimo vendedor de discos, entonces eso te da la libertad de poder equivocarte por tus propios medios. Mis casas de discos no han vivido de mí, siempre hay algún artista que les generaba más ganancias y que por lo tanto les generaba más responsabilidades y, por lo tanto, al que presionaban más que a mí. Yo siempre tuve, en ese grado, toda la libertad del mundo.
“Pero sí, es cierto que es un mundo donde el concepto de libertad está muy restringido por la opinión salvaje que hay en lugares como Twitter, por ejemplo, y uno tiene cuidado, pero no sólo por lo que puedan decirle a uno y que te puedan herir, sino también porque la definición de libertad es una de las más bonitas”.
-¿Y se cuida también cuando escribe?
Tengo la suerte o el mérito, no sé qué decirte, que no tengo ninguna canción de mi repertorio que no pueda cantar porque me avergüence con el paso del tiempo por algo que haya dicho que no procede. Yo cuando tenía 16 años y escribí mi primera canción, y la presenté en un festival, una chica me vino a decir que tenía un comentario un poco torpe. Esas cosas que uno no maneja tipo “tú eres mi dueña, yo soy tu dueño”. Y me lo marcó muy tempranamente y me dio una vergüenza tan grande con 16 años que creo que quedé vacunado. No he vuelto a encontrar algo que yo diga, no, no estoy cómodo con esto. Yo puedo cantar cualquier canción de mi repertorio, de eso estoy contento.
*Jorge Drexler tiene agendados tres shows en el Teatro Caupolicán: los días 19, 20 y 21 de mayo. Las entradas se pueden conseguir a través de Puntoticket.