En el futuro, cuando la zona central chilena tenga el clima del norte chico, unos cuantos adultos recordarán la noche que vieron su primer concierto y la banda al frente era Gorillaz, liderado por un tipo con la edad de su padres en ese entonces, corriendo sudoroso entre escenario y público, energizado como un adolescente que presiona timbres y arranca, una vieja travesura del siglo XX probablemente desarraigada. Damon Albarn (54) no congela el calendario. Envejece piola, le despreocupa la imagen, siempre con ropa trajinada a distancia del chico póster de los 90. A cambio, sigue derrochando pasión por lo que hace con intensidad y carisma.
Anoche en el Movistar Arena demostró el mismo ímpetu, sino más, que el ofrecido como solista en octubre de 2014 en el teatro Caupolicán. Por cierto, no es el espectáculo del líder de Blur en exclusiva, sino un número multimedia donde los videos animados que distinguieron al proyecto británico hace ya 22 años bajo el rótulo “banda virtual”, resultan co-protagónicos en un montaje generoso en instrumentistas, coristas y un par de MC, completando un elenco de una docena de artistas de impecable sonido y ejecución.
Musicalmente Gorillaz es un pastiche que encaja en la world music, con desviaciones hacia un pop ambicioso y resoluto a la vez, de estribillos memorables y ritmos para gozar en la pista atravesando un collage de electrónica y rock. Entraron pierna arriba con M1 A1 -fuerte, machacona, decidida-, para empalmar con Strange timez junto a la voz e imagen de Robert Smith, con su rostro inconfundible proyectado en la pantalla. Last living souls fue la primera bien coreada de la noche, como un alegre canto de tintes zombis. En Aries el bajo resonó punzante y melodioso al estilo New Order mientras niños, adolescentes y adultos saltaban por igual como si el Movistar Arena fuera una guardería.
La función karaoke se activó con Tomorrow comes today, carta de presentación de Gorillaz en su primer lanzamiento, el EP homónimo publicado en noviembre de 2000. Algo parecido al delirio se desató con el hit 19-2000 y su icónico video, una animación digital de dos décadas que envejece espléndida.
Las revoluciones cedieron un tanto en Glitter freeze, Cracker island y O green world, esta última con introducción al piano de Albarn. En Pirate jet, mediando tristes imágenes de pesca industrial y sus consecuencias, el astro británico bajó a la cancha y se acercó al público de platea cruzando un torbellino de palmoteos y saludos de mano; el rostro encendido y empapado, la mirada concentrada en avanzar entre la multitud sin dejar de cantar.
En el último tercio cedió el foco de atención a los MC Bootie Brown y Pos, tocando teclados y sumando coros en una posición secundaria.
Tras el remate en clave fiesta con ribetes de carnaval de Feel good inc. y Plastic beach, el bis fue generoso con cinco cortes incluyendo los grandes éxitos Clint Eastwood, con terminaciones urbanas hacia el final, y Demon Days como cierre definitivo.
Tal como hace ocho años en el Caupolicán, Damon Albarn usó máscaras, tocó distintos instrumentos y se entregó al público ofreciendo energía extra, proponiendo celebración para todos con música desprejuiciada y atenta a cuanto ocurre, tanteando posibles mañanas. Al mando de Gorillaz, Damon Albarn no congela el tiempo, sino que lo proyecta para distintas generaciones con grandes melodías desatando sonrisas.