Columna de Marcelo Contreras: Los Bunkers, canciones de frente
Los Bunkers anuncian el regreso hace menos de una semana y agotan el estadio Santa Laura en horas. Todo indica una nueva fecha y un correspondiente lleno total sin necesidad de entrevistas ni anuncios estridentes, en consonancia con la honestidad de su trayecto. Este no es un retorno para pasar el sombrero con el fin de apuntalar finanzas como razón central, ni abrazos ante las cámaras que a puertas cerradas se transforman en gruñidos.
Cuando llegaron a Santiago hace más de 20 años, los periodistas hicimos nuestro trabajo rotulando, encasillando, empacando en pos de la síntesis para eterno desagrado del gremio artístico: a) esta era una banda de Concepción y como tal, resonaban a estandartes de la Invasión Británica como The Beatles, The Rolling Stones y The Kinks, maridando vetas del pop romántico en español b) el barniz final recordaba a Los Tres. Los Bunkers sonreían a regañadientes mientras sus respuestas revelaban sinceridad a borbotones y conocimientos melómanos específicos. Eran tipos preocupados de detalles capaces de batallar aparentes minucias, con tal de conseguir las cosas a su pinta.
El batero Mauricio Basualto no se complicaba si debía discutir acalorado con sonidistas de polera metalera, para que sus tambores y platillos sonaran como Ginger Baker o Charlie Watts y no como Pantera. Para ellos importaban las marcas de las guitarras y los modelos vintage, pero también los peinados, la ropa, las buenas fotos y, por supuesto, los discos trabajados y los shows impecables. El quinteto de Concepción pensó en grande desde el minuto uno.
Los Bunkers podían traslucir referentes notorios y abrazar ídolos sin disimulo liberando su propio fan interior -trabajaron con Álvaro Henríquez, Carlos Cabezas, homenajearon a Silvio Rodríguez-, pero el mismo ímpetu se imponía en busca de un fin superior: un sonido propio, una forma de hacer, un afán mayúsculo por avanzar explorando la historia para moldear canciones memorables. Cada placa y su respectivo lanzamiento en vivo implicaban progresos. Si una foto de los fab four de 1964 no tiene nada que ver con un retrato de 1966, sucedía lo mismo con ellos. Dejaban la piel de una etapa para emprender una metamorfosis, como actor al abordaje de un nuevo papel.
Sin necesidad de acariciar el folclor de manera literal, sus canciones se chilenizaron orgullosas, atemporales, melódicas y melancólicas, atentos también a otras raíces del barrio latino. Los contornos épicos de La Nueva Canción Chilena, la influencia de la trova, la balada eléctrica a la sombra de Los Ángeles Negros -la segunda mitad del siglo XX con filtro AM y radio casetera-, se condensó magníficamente en su obra. La banda sonora del país corrió a cuenta de los penquistas por más de una década, proyectando un cancionero popular ansioso del pasado reinterpretando el presente.
Se marcharon a México en el momento necesario, triunfaron como pocos lo han hecho allá, y cerraron por fuera cuando los intereses bifurcaron. No hubo peleas, al menos no públicamente, y cada uno quedó con clave de acceso para reiniciar la travesía si era necesario.
Los Bunkers anuncian el regreso hace menos de una semana y agotan el estadio Santa Laura en horas. Todo indica una nueva fecha y un correspondiente lleno total sin necesidad de entrevistas ni anuncios estridentes, en consonancia con la honestidad de su trayecto. Este no es un retorno para pasar el sombrero con el fin de apuntalar finanzas como razón central, ni abrazos ante las cámaras que a puertas cerradas se transforman en gruñidos. Dejaron pasar el estallido, aún cuando constataron en directo en el sorpresivo show de Plaza Italia en diciembre de 2019, que podrían haber girado todo aquel verano levantado el puño y proclamando consignas para llenar los bolsillos de paso.
La historia del rock está colmada de vueltas sin mística alguna, entre músicos con demasiadas rencillas a cuestas, desde Pixies a La Ley. Los de Concepción se respetan a sí mismos, a su público y el origen provinciano, sin dobleces ni cálculos.
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