Como el fútbol, la literatura es la dinámica de lo impensado. Lo primero que Javier Cercas Mena (60) decidió al comenzar su novela Terra Alta (2019), era que iba a ser un libro más. Pero luego -para su sorpresa- el volumen de ideas fue creciendo. “Cuando la terminé, pensé: ‘No. Aquí no se ha acabado esto’. Nunca me había ocurrido eso, pero fue lo que sentí. Y así planeé otros tres libros”.
O sea, ¿una tetralogía?
Sí, el plan inicial era una tetralogía. De hecho, empecé a escribir inmediatamente el segundo libro, partes del tercero y partes del cuarto. Fue un proceso muy raro, nunca había escrito de esta manera. Tomaba notas de todos los libros al mismo tiempo, porque para mí, en el fondo es un solo libro. Son tres novelas distintas, pero un solo libro verdadero.
Cercas, acaso el narrador español vivo más relevante, el autor del neoclásico Soldados de Salamina (2001), no piensa las respuestas. Tiene claridad absoluta de lo que responde. Usando unos hollywoodenses lentes de sol, habla al costado de la piscina del hotel donde se aloja en Santiago. Se encuentra de paso en nuestro país desde Buenos Aires, donde participó en la FILBA, y recibe a Culto para hablar de su última novela, El castillo de Barbazul, publicado vía Tusquets. Pese a su idea inicial de cuatro libros, finalmente fueron tres los que conforman la trilogía de la Terra alta, de la cual esta es su cierre.
“Cuando terminé este tercero me dije: ‘Bueno, esto es un final abierto, pero, ¿por qué no dejarlo así abierto?’ -añade Cercas mientras revuelve despreocupadamente un café cortado descafeinado-. Ahora mismo tengo dudas, porque uno sabe cómo empiezan las novelas pero no cómo acaban. Es como Coppola, quien no sabía que iba a hacer tres partes de El padrino, ¿no? En ese punto estoy. No pasa nada si lo dejo como está, que es el plan ahora mismo, pero tampoco pasa nada si hay una cuarta parte. Pero en cualquier caso, jamás pasó por la cabeza que esta fuera una serie policial. La gente insiste en pensar en series policiales, pero lo he dicho mil veces, nunca ha sido eso. Fue un solo libro en diversas partes”.
En El castillo de Barbazul, volvemos a encontrarnos con Melchor Marín, el protagonista de Terra alta e Independencia (2021), los anteriores volúmenes de la saga. El ahora expolicía está convertido en bibliotecario y ve a su hija Cosette hecha una adolescente. La chica se enfada con él tras enterarse de las verdaderas razones de la muerte de su madre, que Melchor siempre le ocultó, y aprovechando sus vacaciones, decide ir a Mallorca con una amiga. No vuelve a casa, su padre se preocupa y tras dimes y diretes la encuentra, pero ya no es la misma. Algo terrible la ha pasado y Melchor decide buscar la verdad, y para ello, deberá enfrentarse a una trama que involucra poder y dinero. Una temática, que por cierto, es parte de las obsesiones de Cercas.
“Tienes razón, desde el principio, desde el primer volumen, los abusos de poder, la corrupción, la violencia contra las mujeres son temas centrales -indica Cercas-. En este libro son más visibles, pero lo han sido desde el principio. No me propongo abordar temas, lo que me propongo es sincerar mis obsesiones. Esta novela surge de Melchor Marín, literalmente, un día se me apareció en dos frases. Un tipo oscuro, lleno de violencia, lleno de dolor, un tipo duro”.
Mientras da otro sorbo de café, Cercas añade: “Lo que sí entraba desde el principio, era revelarme a mí mismo como escritor, buscar en mí mismo un escritor distinto, reinventarme”. Esto último, porque en esta trilogía, el oriundo de Extremadura aborda la forma de un escritor de novelas policiales, algo que no había desarrollado de manera tan manifiesta en su carrera. Más bien, lo suyo estaba en lo testimonial, la memoria y la autoficción, antes de la autoficción (como en su hit, Soldados de Salamina).
¿Quiso –como Pessoa– convertirse en otro escritor al trabajar en el género de la novela negra?
Sí, solo que Pessoa encontró como 50 y tantos heterónimos, aunque es verdad que en realidad los fundamentales son cuatro. Pessoa no descubrió, pero sí mostró que no somos uno, somos multitud. Que dentro de cada ser humano habita una multitud de seres humanos distintos, somos una pluralidad. Eso vale para los escritores también. Yo aspiro a encontrar todos los escritores que hay en mí. Antes de Soldados de Salamina yo era un escritor distinto, pero después de El monarca de las sombras (2017) dije aquí se acabó este escritor, ya ha dicho todo lo que podía decir. Y busqué otro. Desde este punto de vista, me considero un escritor experimental de verdad, no de los que dicen que son experimentales y siempre escriben el mismo libro. Eso no es ser experimental, es ser totalmente conformista. Cuando escribí Soldados de Salamina hace más de 20 años, la palabra autoficción ni siquiera existía, eso es un ejemplo flagrante de autoficción y hoy todo el mundo hace autoficción.
Usted en una entrevista dijo: “Literatura no es lo que se lee sino lo que se relee”. Este es un libro bastante fluido, pero con un trasfondo complejo. ¿Cómo logra ese equilibrio?
Trabajando mucho para que no se note todo lo que has trabajado. Ese es mi objetivo, que el lector lea el libro con suma facilidad, que crea que aquello se ha escrito casi sin corregirse. Eso es lo más difícil. Trabajo para ocultar el artificio. Detesto a esos escritores que parecen hacerte pagar en cada página el esfuerzo que les ha costado escribir su novela, yo quiero que el lector no note absolutamente nada. Aspiro a esa transparencia engañosa. Así es la literatura que más me gusta, Kafka por ejemplo, se entiende todo, a la primera, pero nunca acabas de entenderlo todo. Nunca. Si lees El Quijote, de Cervantes, es un libro de entretenimiento, así se leyó entonces y así debiera leerse ahora. Aspiro a esa transparencia y ojalá a esa popularidad. Yo no estoy en contra de la popularidad, estoy totalmente a favor de la popularidad de la literatura. La literatura tiene que volver a serlo, pero para eso debe decir cosas importantes a la gente. Pero ojalá esos libros tengan lectores, el escritor que dice que no busca lectores, miente. Yo no digo que solo la literatura popular sea buena literatura, lo que estoy diciendo es que lo mejor le puede pasar a la literatura es ser popular. Es un error asociar lo minoritario a lo bueno y lo mayoritario a lo malo.
Novelas negras y Rusia
El personaje antagónico es Rafael Mattson, el millonario que hace lo que quiere, con total impunidad. Como Emma Cline en Harvey, ¿estaba pensando en algún millonario o poderoso en particular cuando construyó al personaje?
Me dicen que tiene paralelismos con casos muy famosos, aunque no hace falta tener modelos porque ese tipo de personas han existido siempre. Gente poderosa y rica que usan su poder y su riqueza para satisfacer sus pasiones con impunidad, han existido desde que el mundo es mundo, solo que en los últimos años han habido casos en que han sido desenmascarados y entregados a la justicia, ¿por qué? Porque la democracia avanza, ahora toleramos peor la violencia contra las mujeres, y han habido casos como los de Jeffrey Epstein o Harvey Weinstein. Pero han existido siempre. No hace falta basarse en nadie.
¿Por qué le gusta la novela negra?
No me gusta especialmente, si te digo la verdad (ríe), no soy lector de novela negra, como lo era Borges. ¿Sabes lo que me gusta? Algunas novelas, sean negras, blancas, azules, da igual. Y resulta que hay autores que parecen especializados en novelas negras que me gustan, como (Robert William) Chambers, James Ellroy o Don Winslow. Yo siempre he escrito novelas policiales. Borges decía que toda novela una es novela policial, y estoy de acuerdo casi siempre con Borges. Las mías lo son, y las que me importan lo son, porque siempre hay un enigma y alguien que intenta desentrañarlo. Esa es la esencia del género policial.
¿Le han comentado que es un género menor?
Me llena de asombro, pero es así. Hay gente en particular, críticos, gente del medio literario, que me han dicho que el género policial es un género menor. Tú me dirás no puede ser, ¡y sí! Te puedo poner un ejemplo de ayer mismo. Quien dice eso, no sabe lo que es la literatura. No hay géneros mayores ni menores, solo hay formas mayores o menores de usar los géneros, formas mejores o peores. Es un género tremendamente popular, tiene cosas malísimas y cosas buenísimas, como Edgar Allan Poe, el mismo Borges. Lo que pasa es que hay un prejuicio contra lo popular, es una de las grandes supersticiones de nuestra época.
Melchor Marín es muy lector y entre otros, lee a Turgenev, que es ruso. ¿Qué le parece el boicot cultural que se le ha hecho a Rusia debido a la guerra?
Me parece muy mal, porque una cosa es Putin, y otra cosa es la literatura. ¿Qué culpa tienen Turgenev, Dostoieveski o Tolstoi de lo que ha hecho Putin? Que es una salvajada inaceptable. Cancelar la cultura rusa es exactamente lo que quiere Putin, mostrar a los occidentales que no queremos a los rusos, ¡pero lo que no queremos es que invadan Ucrania! Pero, al menos yo, sí quiero a Tolstoi, a Dostoievski, a Chejov. Hay que cancelar a Putin, pero no a los rusos ni menos a la cultura rusa. Lo de Putin viene hace muchos años, como Hitler, lo que pasa es que no le hicimos caso. No ha engañado a nadie, dijo del principio lo que ha hecho. Eso de que las palabras se las lleva el viento es una estupidez, hay que tomárselas en serio. Si nos hubiésemos tomado en serio Mein kampf, no hubiera ocurrido lo que ocurrió. Turgenev representa la posibilidad de una Rusia europea. Es el más europeo de los escritores rusos del XIX. Era amigo de Flaubert, viajaba por Europa. Rusia ha estado ahí siempre, en esa disyuntiva entre Europa y Asia, pero Occidente no ha bien su trabajo.
Si vas para Chile
Ya que está en Chile, me gustaría consultarle acerca de la relación que tuvo con un escritor chileno, Roberto Bolaño. ¿Qué recuerda de él?
Fuimos amigos, muy amigos, nos conocimos cuando yo tenía 18 años, pero nuestra amistad empezó mucho más tarde, en el 97. Él vivía cerca de mi casa, fue una amistad que duró poco tiempo pero fue muy intensa, nos veíamos con las familias. Era conocido en un círculo muy reducido. De hecho, cuando murió no era un escritor muy conocido. Él estaba en un momento de gran creatividad, y yo en un momento de crisis y él me animó, estaba muy eufórico, muy enérgico. Eso se refleja en Soldados de Salamina donde él aparece como personaje, es el amigo que estimula al personaje Javier Cercas a concluir su novela. Lo que cuento ahí nunca pasó, ¡y al Bolaño real le atribuyen cosas del Bolaño de la ficción! (ríe).
¿Conoce algo de literatura chilena aparte de Bolaño?
Alejandro Zambra, Nona Fernández, Lina Meruane. Muchos poetas, porque descubrí la poesía chilena gracias a un amigo en Estados Unidos, que se llamaba Enrique Valdés, discípulo de Jorge Teillier. Él me introdujo a la poesía chilena, aparte de Neruda, he leído a (Nicanor) Parra, (Enrique) Lihn, Teillier, a (Raúl) Zurita lo descubrí más tarde, porque los chilenos se me han dado bien. Siempre he dicho que Chile es como Polonia, pegas una patada a una piedra y salen cuatro poetas y todos son buenos. Chile es un país de poetas, es lo que dice Zambra en su novela.
A propósito de su libro El impostor, fue bastante recordado en nuestro país a raíz del caso del convencional Rodrigo Rojas Vade, quien simuló tener un cáncer, pero se descubrió que nunca lo tuvo ¿Qué le parecen los impostores en el ámbito político?
Hay muchísimos (ríe), pero ninguno como Enric Marco, el protagonista de El impostor. Vargas Llosa dijo que era el mayor impostor de la historia, estoy de acuerdo con él. Es el Messi de la impostura (ríe), Marco es una hipérbole monstruosa, de algo que de alguna manera está en todos nosotros. La vida social consiste en luchar contra la propia impostura, eso es muy habitual en el mundo político. El mundo político es una representación, y de la representación a la impostura hay un paso muy cortito. El impostor fue un libro terriblemente polémico en España, pero ha sido ha sido muy premiado fuera del país, hasta en China, porque es un fenómeno universal, se da en todas partes. Eso es lo que hace la literatura, convertir lo particular en universal. Marco fue desenmascarado, pero hay infinidad de impostores sin desenmascarar. Ese fue un libro muy incómodo, porque decía que ese hombre era un emblema de lo que estábamos haciendo con el pasado, mentirnos a nosotros mismos acerca del pasado, que es otra cosa que hacemos los seres humanos a menudo, porque no nos gusta la verdad, porque es dura, compleja y difícil.