A los 14 años, Cristhofer Álvarez tenía un sueño: quería verse y vestirse como Daddy Yankee. Pero entonces, cuando no era más que un adolescente delgado de la población 17 de septiembre en La Serena, su madre, Cristina García, no podía comprarle toda la ropa de marca que necesitaba para imitar al reguetonero más famoso del mundo. Aunque, recuerda ella, había algo en lo que siempre gastaba: sus zapatillas.
“Le compraba unas Nike, porque las zapatillas les duraba poco” relata García.
El esfuerzo no era menor. Sobre todo, por la compleja situación económica familiar.
“A veces no teníamos para comer”, señala Álvarez.
El niño había nacido en 2001 de la relación entre su madre, cajera de supermercado, y Jorge Álvarez, su pareja de entonces. Cristina García, que trabajó desde los 16 años, era conocida en el barrio por su habilidad para improvisar rimas y por el grupo de muchachos con los que se juntaba. Se llamaban a sí mismos “Los malas juntas”. Sólo que esa vida más juvenil terminó después que nació Cristhofer y su hermano menor. Sobre todo, luego de que Jorge Álvarez se fue de la casa cuando su hijo mayor sólo tenía tres años y ella tuvo que hacerse cargo de su familia.
El contexto del barrio tampoco ayudaba. Además de la precariedad de las casas de madera construidas por los mismos vecinos, se sumó la violencia. Por eso, según notas de prensa, los vecinos de ese sector sentían que era “el patio trasero de La Serena”.
Al padre de Cristhofer Álvarez, por ejemplo, le dispararon dos veces.
Una, el 2011, en que el proyectil le llegó en el codo.
La segunda, el 2014, cuando la bala terminó en su pie.
Consultado por LT Domingo, Jorge Álvarez no quiso referirse al tema.
El delegado de la Municipalidad de La Serena, Arturo Marín, describe la zona como un lugar donde se ven constantes redadas por parte de la Policía de Investigaciones y de Carabineros.
“Es un barrio difícil por las noches”, dice.
En medio de ese mundo, los estudios no eran lo más importante para Cristhofer Álvarez. Reprobó primero básico y sexto básico. Su madre recuerda que cuando regresaba del trabajo, tampoco lo veía muy interesado.
“Revisaba su cuaderno y tenía escrito dos palabras” recuerda ella.
Esos turnos largos en el supermercado obligaban a Cristina García a encargarle el cuidado de sus hijos a parientes. De todas las personas que se hicieron cargo, la favorita de Cristhofer era su tía Noemí Bravo. Ana Esquivel, otra tía de Álvarez, dice que el niño consideraba a Bravo, quien ya tenía tres hijos, como su segunda madre.
El 4 de marzo del 2015 esa tía estaba cuidándolo. En algún minuto de la noche recibió una llamada. Bravo, cuenta la familia, le dijo a Cristhofer Álvarez que tenía que salir, que volvía pronto. Pero antes de dejar la casa, le pidió algo: que le cantara y bailara.
Noemí Bravo nunca más volvió.
Esto publicó el medio local, El Observatodo:
“La joven, con antecedentes penales por delito de hurto y con domicilio en Villa La Florida de La Serena, se encontraba a esa hora en la intersección de las calles Arauco con Fresia en compañía de otras personas, cuando desde un vehículo en movimiento se efectuaron varios disparos, uno de ellos alcanzando a Bravo”.
La trasladaron al SAMU y, después, al Hospital San Juan de Dios. Pero nadie pudo hacer nada con el daño que ya le había causado la bala que le atravesó el tórax.
Murió pasada la medianoche. Tenía 23 años.
Incluso hoy, siete años después, a Cristhofer Álvarez no le gusta recordarlo:
“Más que nada igual me duele y volver a conversar del tema, y repetirlo, como que ya no va”.
Cristina García hizo todo lo posible por sacar a sus niños de esa población. Postuló a un subsidio habitacional, se lo ganó y, con eso, los llevó al sector de Las Compañías. Alejarse de ese mundo no fue suficiente para subirle el ánimo a su hijo mayor. Más aún cuando, a los 14 años, veía que nunca tendría las cosas con las que soñaba. Un día de ese mismo 2015, su madre lo encontró intentando quitarse la vida.
Cristhofer Álvarez no dice mucho sobre eso. Pero sí cuenta esto:
“Yo veía todo difícil. Veía que no iba a lograr mis cosas, veía que no me podría comprar unas zapatillas Gucci. La veía difícil”.
Malas Juntas
Cristina García sabía que tenía que hacer algo por su hijo. Lo llevó a la clínica psiquiátrica infanto juvenil Los Tiempos, en La Reina, aprovechando que tenía parientes en Santiago y podía quedarse con ellos. Entonces, todos los días, lo acompañó desde Colina hasta ese centro. Luego de dos meses de tratamiento, Cristhofer Álvarez fue dado de alta.
Ya de regreso en La Serena, el adolescente comenzó a aparecer con más frecuencia en la casa de su tía Ana Esquivel, durante las horas en que su madre trabajaba.
“Venía para acá para dejar de pensar y de sentirse solo”, recuerda Esquivel.
En este momento Álvarez utilizó la música como su refugio. Cristina García señala que su hijo le contó que escribía canciones porque se “desahogaba”. Ella, también, veía que él iba para todos lados con un cuaderno y un lápiz.
Por lo mismo, Álvarez comenzó a visitar a unos amigos de García. Eran músicos y, además, las únicas personas que tenían un estudio de grabación en el barrio: el grupo de rap Pasta Nostra. En el límite de las poblaciones 17 de septiembre y Juan XXlll, se encontraba la casa de Daniel Carvajal, productor del grupo.
Carvajal tenía su estudio en el patio de su casa. Si bien no le pudo enseñar a Álvarez a componer, le pidió a su amigo, Guillermo Meléndez, que lo orientara. Por lo tanto, Meléndez fue quien le enseñó a Álvarez a cantar con un estilo propio.
“(Daniel Carvajal) me dijo un día que había un cabro que cantaba y que quería tirar para arriba y que iba a venir al estudio”, dice Meléndez. El mismo cantante cuenta cómo fue cuando lo vio:
“Cuando llegó me mostró un papel con unas canciones escritas. Me mostraba sus letras y yo le decía que intentara rimar la primera frase con la segunda, para que no se perdiera en los compases”
Un año después salió el fruto de esa mentoría. Cristhofer Álvarez publicó su primera canción en la plataforma SoundCloud, bajo el nombre artístico de Floyd Menor. Era un hip hop en el que le hacía frente a quienes veía como sus enemigos. Se llamaba Apunta.
El problema es que esos logros, en el estudio de música, terminaban siendo eclipsados por la vida que mantenía en la calle. El 27 de julio de 2017, Álvarez, de 16 años, fue detenido por causarle lesiones leves a un tercero. Pasó la noche en la 1° comisaría de La Serena. A la mañana siguiente su madre tuvo que ir a buscarlo.
Ese mismo año Cristina García revivió un momento que pensó haber dejado atrás. Un día, revisando su Whatsapp, se dio cuenta que su hijo mayor no tenía su foto de perfil. En su estado sólo podía verse un emoji con una cara triste. García, recuerda, le preguntó a Cristhofer qué la pasaba.
“Me respondió: ‘Te amo, siempre te voy a recordar’”.
García corrió a su casa. Cuando entró, encontró a su hijo inconsciente.
Había intentado suicidarse de nuevo.
Llamó a una ambulancia y lo trasladaron al Hospital de La Serena. Ahí, admite, su hijo despertó llorando:
“Me dijo ‘Mamá, voy a ser cantante, seré famoso. Estaré en La Quinta Vergara y en la Palmilla de Coquimbo, en los canales de YouTube. Voy a salir en la tele y en radios. Voy a tener un Mercedes Benz”.
A partir de este momento, Cristina García entendió algo. La autoestima de su hijo estaba demasiado amarrada a cómo él quería verse frente a los demás. Entonces, además de irlo a dejar en auto al estudio de grabación, comenzó a gastar más en ropa para él:
“Cada quincena le traía algo. Le compré una camisita, una chaquetita, un pantalón, para que se creyera el cuento”.
La relación entre música urbana y consumo no era nueva ni un interés excepcional de Cristhofer Álvarez, como explica Ignacio Molina, autor del libro Historia del trap en Chile. El auge de la tendencia, dice el periodista, surgió a principios de siglo: justo durante la infancia de Álvarez. Por esos años la propuesta estética de raperos como 50 cent, que dominaba los rankings con canciones en las que ligaba el éxito al consumo de marcas como Gucci, Fendi, Dolce & Gabanna, se convirtió en tendencia y, luego, en norma.
“Se estableció un código estético nombrando la serie de marcas que hasta ahora los jóvenes cantan. En sus canciones las mencionan, porque son una suerte de validación” opina Molina.
En Chile el discurso encajó perfecto. Incluso en niños de poblaciones pobres como la 17 de septiembre, en La Serena.
“Nos hemos ido acostumbrando a evaluar todo en términos monetarios y éxitos materiales, como tener una casa, auto, o buena ropa”, argumenta Felipe Espinosa, sociólogo del Instituto ICEI de la Universidad de Chile.
Álvarez tuvo primer show en vivo en 2017. Fue en el Parque Espejo del Sol, en el sector de Las Compañías, frente a trescientas personas. Sólo que ahí no actuó como Floyd Menor. Cuando se subió a ese escenario, Cristhofer Álvarez se presentó por primera vez como Cris Mj. El nombre era, sobre todo, un tributo a su madre y al grupo con el que ella rimaba en su juventud: Mj era una sigla para los Malas Juntas.
Sólo que ese tipo de gestos se perdían cuando Álvarez volvía a equivocarse.
El 18 de octubre del 2018, García recuerda que su hijo le dijo que iba a ir al Mall de La Serena con unos amigos. Horas después la llamaron de Carabineros para informarle que Cristhofer, que aún tenía 17 años, había sido detenido luego de que lo sorprendieran robando ropa. Entonces, la mujer tuvo que volver a buscarlo a la 1° Comisaría de la ciudad.
No fue lo único.
Cristhofer Álvarez nunca terminó sus estudios. Su último intento fue en 2019, cuando probó sacar su primero y segundo medio en un centro para adultos en La Serena.
Esa vez reprobó con un 2,8.
Los herederos de Tommy
Cris Mj no fue el primer ídolo chileno de la música urbana. Tampoco fue el segundo. El fenómeno musical partió hace 16 años con grupos como los haitianos Reggaeton Boys y los nacionales Cróni-K. Todos ellos, que giraron y agarraron cierta notoriedad en los años más pujantes del reggaetón, según el periodista Ignacio Molina, nunca lograron conectar con públicos masivos de la forma en que Tommy Boysen, un santiaguino nacido en 1996, sí pudo.
“Fue el primer artista de esta nueva generación que sonó a nivel internacional, con un tema que puso a muchos sellos mirando a Chile”, explica Molina.
El hito fue el sencillo Hookah & Sheridan’s, lanzado en septiembre de 2017, y que al día de hoy ha sido reproducida más de 154 millones de veces en Spotify.
“Con esa canción a Tommy le llegaron propuestas de sellos internacionales, como Sony Latin, Warner Latin y Universal Latin. Tommy fue el pionero”.
El éxito de Boysen empujó a varios cantantes urbanos que venían, como Pablo Chill-E y Marcianeke, que pasaron de ser escuchados solamente en audiencias más familiares con los arreglos poco pulidos y las letras más barriales de su vertiente melódica, a encabezar conciertos en festivales masivos como Lollapalooza o a, por ejemplo, protagonizar La Junta: una serie estrenada en YouTube, donde Julio César Rodríguez entrevistó a los nombres más relevantes del trap y reguetón local. Lo urbano, toda su estética cruda y callejera, comenzó a ser popular no sólo en los jóvenes viviendo en los márgenes de Santiago, sino que en la juventud de todo el país.
Las redes sociales, cree Martina Orrego, conductora de la radio Los 40, fueron vitales en eso:
“Muchas veces estas canciones se convertían en un éxito en plataformas como Spotify y YouTube, pero eso no quería decir que sus autores tuviesen millones de seguidores en Instagram”.
Rotar en radios o medios tradicionales, ni siquiera era parte del circuito para llegar al estrellato. Lo que sí era necesario en cambio, estima Orrego, era la ayuda mutua:
“Hay un espíritu colaborativo entre todos los chicos. Esto ayuda a que se arme un circuito”.
Álvarez se benefició de esa ola colaborativa. Antes de ser un nombre propio en la escena local, grabó canciones con Marcianeke, que también comenzaba a dar que hablar. Ese tipo de artistas llamaron la atención del manager Franco Aguirre, dueño del sello discográfico Valle de los Reyes. Estando en La Serena, grabando un videoclip, parte de su equipo técnico le habló de alguien a quien no tenía en su radar: se llamaba Cris Mj.
Cuando regresó a Santiago, Aguirre revisó el perfil de Instagram de Álvarez. Vio que sólo tenía 6.900 seguidores y pensó, luego de escuchar algunas de sus canciones, que era un diamante en bruto.
“Ahí les dije a mi equipo que lo traigan y yo le pago todo”, añade Aguirre.
El manager también le arrendó un departamento pequeño en Providencia para que pudiesen trabajar juntos. Conversando con él entendió y descubrió algo que no intuía sobre el muchacho: también le gustaban las canciones románticas. Así fue como nació el tema Como Tú Ninguna, un sencillo que superó los diecisiete millones de reproducciones en YouTube y que fue el hito necesario para que decidiera dedicarse completamente a su música. Con el dinero que le llegó de la plataforma, Cristhofer Álvarez cumplió el primero de sus deseos postergados.
Dos años después haber sido sorprendido robando en el Mall de La Serena, entró a otro mall. Esta vez con el dinero suficiente para comprar algo que siempre había querido.
“Me acuerdo que me llamó llorando, para decirme que se había comprado las zapatillas Gucci”, cuenta Cristina García.
El nuevo estatus de Cris Mj le dio posibilidades impensadas. Una de ellas fue que se le acercaran productores con más conexiones en la música urbana, como Francisco Burgos. Él junto a un socio, Cristián Vergara, tenían la base musical de una canción que, pensaban, sería potencial para convertirse en un éxito más allá de las fronteras chilenas.
“Queríamos hacer algo diferente. Algo más comercial y transversal, que más gente lo escuchara” confiesa Burgos.
El problema es que necesitaban a alguien que le pusiese voz y letras. En esa búsqueda, Cris Mj fue su elegido. El 20 de enero del 2022 se publicó el resultado de esa colaboración. Se llamó Una noche en Medellín. Meses después, el 11 de abril, la canción quedó entre las diez más escuchadas del mundo en Spotify. Algo que, según medios especializados, ningún otro artista chileno había conseguido y que, además, lo puso en una posición donde podía conseguir lo que quisiese.
Cristhofer Álvarez no sólo se compró un Mercedes Benz, como le había prometido a su madre en el Hospital de La Serena. Sino que se dio el lujo de cambiarlo porque a ella no le gustaba.
Ahora, dice ella, su hijo maneja un Porsche.
*Esta nota fue publicada originalmente el 14 de mayo de 2022.