“Ahí donde otros proponen obras yo no pretendo otra cosa que mostrar mi espíritu”, fue lo que anotó Antonin Artaud al inicio del poema que abre su célebre libro El ombligo de los limbos (1925), como una especie de declaración de intenciones de su trabajo creativo, amén de su espíritu inquieto y exploratorio.
Nacido en Marsella, en 1896, Artaud fue uno de los escritores franceses relevantes de la primera parte del siglo XX. Poeta, sí, pero también ensayista, dramaturgo y escritor de interesantes cartas. Pero con él, pasa lo mismo que con otros escritores de antaño: su obra es difícil de rastrear debido a una dispersión editorial.
Hoy, la chilena editorial Alquimia Ediciones acaba de sacar a las librerías un volumen que contribuye a subsanar esa situación. Deriva Artaud, se llama, y compila poemas, cartas inéditas en castellano, manifiestos, ensayos, fotografías y otros escritos del francés, el mismo que inspiró el nombre del célebre álbum de Pescado Rabioso, de 1973. Los textos fueron traducidos por el destacado escritor chileno Galo Ghigliotto, quien además hizo el prólogo.
“La gracia particular de este libro radica en tres zonas: primero, la selección y el montaje de textos propuestos, se eligió una suerte de misceláneos de la obra de Artaud, desde sus poemas más comunes a cartas, manifiestos. Es un viaje. Otro rasgo es la traducción de Galo Ghigliotto, es muy distinto cuando un autor es traducido por otro escritor, por la sensibilidad estética de la traducción, en ese sentido, es un libro que fluye muchísimo en términos rítmicos”, señala a Culto el poeta Guido Arroyo, director de Alquimia Ediciones.
“Por último, este libro está acompañado de una serie de fotografías, está el pasaporte, los padres, la hermana, retratos, autorretratos -agrega Arroyo-. Pensamos un montaje visual que permite a los lectores y lectoras acercarse a la biografía de Artaud para potenciar este efecto de deriva. Es ideal tanto para la gente que quiera profundizar en algunas zonas de Artaud, como para lectores que lo quieran leer por primera vez”.
Consultado por Culto, Galo Ghigliotto -también director de Ediciones USACH- comenta qué fue lo más complejo de traducir de Antonin Artaud: “Es un escritor de gran profundidad, lo que le lleva a producir versos y frases medio espirales que giran muchas veces sobre sí mismas, haciendo que el sentido esté a punto de perderse. Pero no lo pierde. Ser fiel a esa velocidad de la idea en la frase, es un asunto no sé si complejo, pero al menos desafiante”.
Superchería
Artaud fue un autor bastante arrojado. “Mi rabia no cambiará las cosas por completo / sí, las cambiará por completo / lo cual significa que vendré a ser lo que no dejo de lamentarme / de no haber sido”, anotó en su poema Mi rabia (1946); o en su manifiesto llamado ¡La revolución primero y siempre! (1925) donde alabó a la Rusia de Lenin y criticó a los países occidentales, recientes vencedores de la Primera Guerra Mundial. Aunque sus dardos apuntaban a la superestructura sociopolítica. “Queremos proclamar, antes incluso de contarnos y ponernos a trabajar, nuestro desapego absoluto, y en cierto modo nuestra purificación, de las ideas todavía muy frescas que están en la base de la civilización europea e incluso de toda civilización basada en los insoportables principios de necesidad y deber”.
Ese rasgo de constante inquisición a su tiempo es algo que destaca Galo Ghigliotto: “Creo que Artaud presenta una escritura del ‘respondimiento’, es decir, nos presenta respuestas a una serie de preguntas que no podemos ver o que ya ha ‘calcinado’. En El ombligo de los limbos declara: ‘la vida se trata de quemar las preguntas’. Artaud viene a romper estructuras y luego explicar porqué lo hizo. Todo ese ejercicio de golpe y desintegración da como resultado una escritura llena de partículas diversas, polvo y fragmentos, que hacen tan valiosa su poesía, su dramaturgia, etc”.
Por su lado, Guido Arroyo opina: “Es una obra que carece de límites, tanto estéticos como temáticos. A la vez, es una escritura que siempre abordó áreas muy visitadas por la literatura occidental, tópicos como la muerte, el sentido de la existencia, los límites de las adicciones, pero siempre lo hizo desde una forma luminosa y profundamente original. Es una de las obras en que si uno logra ingresar y develar las capas estéticas que propone, el lector se vuelve un seguidor inapelable de la obra y eso lo vuelve muy atemporal”.
Las habladurías del mundo
Entre los interesantes materiales que incluye Deriva Artaud, hay una carta que el francés le escribió al mismísimo Adolf Hitler, “posiblemente en septiembre de 1939″, se indica en el libro. La redactó a mano, en una época en que el Führer llevaba 6 años como canciller, ya había desplegado todo su poder para establecer el Tercer Reich, y además, son los días en que Alemania invadió Polonia, hecho que hizo estallar la Segunda Guerra Mundial.
La carta se quedó en los papeles que Artaud escribió durante su paso por el hospital siquiátrico Villa Evrard y nunca fue remitida a su destinatario. De hecho, el tono es bastante ambiguo, parte de ella señala:
“Naturalmente, querido señor, esto es más que una invitación: es sobre todo una advertencia. Por favor, siéntase a gusto de hacer como todo Iniciado de no tener en cuenta o de hacer como que no tiene en cuenta. Yo me guardo. ¡Guárdese!”.
También hay una carta a los rectores de universidades europeas, en 1925, publicada en la revista La Révolution surréaliste, en un modo emplazatorio. “Europa se cristaliza, se momifica lentamente bajo las bandas de sus fronteras, sus fábricas, sus tribunales, sus universidades...La culpa es sus sistemas mohosos, de su lógica de dos más dos igual cuatro, la culpa es de ustedes: Rectores, presos en la red de los silogismos. Ustedes fabrican ingenieros, magistrados, médicos a quienes se les escapan los verdaderos misterios del cuerpo, las leyes cósmicas del ser, falsos eruditos ciegos en la ultratierra, filósofos con la pretensión de reconstruir el espíritu”.
Bajan
¿Por qué trascendió Antonin Artaud? responde Galo Ghigliotto: “Hay un verso de El ombligo de los limbos que me llamó mucho la atención y por eso va de epígrafe en el prólogo: ‘Ahí donde otros proponen obras, yo no pretendo otra cosa que mostrar mi espíritu’. Creo que si el espíritu de un creador logra llegar al público de manera contumaz, ya sea a fanáticos o detractores, no podemos más que asimilar una parte de él. Artaud vivió en base a mostrar ese espíritu de todas las maneras posibles y consiguió traspasar su época, continuar creando a través de otros”.
Desde su verja, Guido Arroyo opina: “La obra de Artaud terminó siendo trascendente porque apelaba a una suerte de giro radical o de cambio de paradigma en términos de como llevar una estética a zonas más reflexivas. En su escritura uno no puede encontrar respuestas, sino senderos que se van ampliando y que permiten mirar desde otra óptica la relación con la temporalidad, los límites del sujeto, las percepciones tan moralmente chicas que manejamos en torno a temas como la locura, el uso no recreativo sino funcional de las drogas. Esa escritura proyectó un punto de inflexión siempre vigente”.