No se trata solo de uno de los padres del modernismo literario en Hispanoamérica. José Martí, poeta, escritor y político, también es una de las figuras más importantes de la segunda etapa de la independencia de Cuba, causa a la que dedicó gran parte de su vida y que también fue la responsable de su muerte.

Corría el 19 de mayo de 1895 cuando Martí se encontraba en uno de los campamentos cubanos levantados en la zona de Dos Ríos. Cabalgaba acompañado del subteniente Ángel de la Guardia cuando fue emboscado por un grupo de soldados españoles que yacían escondidos entre la maleza.

El denominado apóstol de la independencia fue impactado por tres balas: una le penetró el pecho, fracturándole el puño esternón; otra, le atravesó la barbilla y le destrozó el labio superior en su trayectoria de salida; mientras que el último proyectil le alcanzó el muslo, quedando totalmente abatido.

José Martí, poeta, escritor y político cubano que cumplió un rol fundamental en la independencia de la isla.

Al enterarse de la noticia, Máximo Gómez, General en Jefe de las tropas revolucionarias de la isla y amigo del poeta, avanzó desesperado para intentar recuperar el cuerpo. Sin embargo, su cadáver ya había sido capturado por los españoles, que le arrebataron varias pertenencias y dinero que utilizaron para comprar tabaco y agua ardiente.

Así, la vida de Martí terminaba en el campo de batalla, defendiendo la causa a la que entregó sus años más importantes y con tan solo 42 años. Y aunque la mayor parte de su anecdotario dice relación con la causa independentista, el cubano también sembró varias historias en torno a su intimidad que con el tiempo se transformaron en verdaderos mitos.

Uno de los más conocidos es la denominada “leyenda de la Niña de Guatemala”, basada en un breve romance que el poeta tuvo con la joven María García Granados y Saborío, pianista e hija del ex presidente guatemalteco Miguel García Granados y sobrina de la periodista y poetisa María Josefa García Granados; que, según versa el mito, habría muerto por amor.

El compromiso de Martí y la llegada a Guatemala

Todo comenzó cuando Martí llegó a Guatemala en abril de 1877. Para entonces, el cubano ya había peregrinado por varios países tras su exilio de La Habana.

En octubre de 1969, durante la primera guerra de independencia en su país natal, Martí fue tildado de traidor y condenado a seis años de prisión por escribir una carta a un amigo que se había enlistado voluntariamente en las tropas del ejército español, aunque su pena fue conmutada por el destierro en la actual Isla de la Juventud. El joven Martí pudo ser deportado a España gracias a las gestiones de sus padres, país donde se licenció en Derecho Civil y Filosofía y Letras.

José Martí, poeta, escritor y político cubano que cumplió un rol fundamental en la independencia de la isla.

Luego de dos breves estadías en Francia y Estados Unidos, el cubano viajó hasta México para reencontrarse con su familia. Allí conoció a Carmen Zayas Bazán, también cubana, cuando la joven tenía 17 y él 22 años. Por esos días, Martí trabajaba en la revista Universal, cuya redacción estaba cerca de la casa del abogado Francisco Zayas Bazán, padre de Carmen.

El escritor comenzó a frecuentar la casa de los Zayas Bazán gracias a un par de amistades en común. Encontró en el abogado a un buen amigo y rival para el ajedrez. Durante su paso por México, el prócer cubano ya había tenido un par de amores fugaces con las actrices Concha Padilla y Eloísa Agüero. Pero fue a Carmen a quien le pidió su mano.

Retrato familiar de José Martí y Carmen Zayas Bazán junto a su hijo José Francisco Martí Zayas Bazán

El matrimonio no pudo llevarse a cabo inmediatamente. Las vicisitudes acarreadas por su pensamiento político lo hicieron abandonar México por desacuerdos con el gobierno que por ese entonces dirigía Porfirio Díaz. Martí había expresado su postura en una carta pública que tensó sus relaciones diplomáticas en el país. Decidió viajar a La Habana por unos días para aprovechar de solucionar algunos temas pendientes, donde ingresó de incógnito y bajo el pseudónimo de Julián Pérez (su segundo nombre y apellido).

Regresó a México sólo para emprender rumbo hacia Guatemala. Arribó en dichas tierras cruzando las montañas que separan a ambos países sólamente guiado por una pareja de arrieros. Se estableció por unos meses en la capital, donde fue muy bien recibido. Cabe destacar que, para ese entonces, Martí ya tenía buena fama de periodista y orador.

Ese mes comenzó a trabajar como profesor de literatura e historia de la filosofía en la Escuela Normal Central. El director de la institución era José María Izaguirre, un cubano exiliado que no dudó en ayudar al poeta a conseguir un puesto en la Escuela. Además de sus labores directivos, Izaguirre solía organizar tertulias y veladas artísticas y literarias a las que acudía gran parte de la alta sociedad guatemalteca.

Y según cuenta la historia, fue en una de esas reuniones donde Martí conoció a María García Granados, específicamente un 21 de abril de 1877, cuando la joven tenía 16 años y el poeta 24. Algunas versiones dicen que él quedó prendado de ella inmediatamente, mientras que otras señalan que el prócer nunca pudo corresponder a su amor. También se cree que el cubano, consciente de los sentimientos de la joven, simplemente se dejó querer. Lo que sí es seguro es que fueron muy cercanos durante los meses en que el cubano estuvo en el país centroamericano.

Si bien se conocieron en aquellas tertulias, pronto comenzarían a verse con bastante periodicidad. María era hija de Miguel García Granados, ex presidente Guatemala y militar muy culto que era admirado por Martí (se refería a él como “un hombre de libros y de espada”). Rápidamente se hizo cercano a García Granados y, por consecuencia, un habitual en la casa familiar, donde también concurría a jugar ajedrez.

María García Granados, joven pianista que inspiró la leyenda de la niña de Guatemala

Allí comenzó a toparse cada vez más con la joven. Para entonces, Martí había criticado con bastante dureza los cánones que la sociedad guatemalteca imponía a las mujeres como herencia directa de la colonización española. En un artículo publicado en el diario El Progreso cuestionó lo que él mismo describió como el “poder omnímodo del señor bestial sobre la esposa venerable”.

En otro texto, describía a las damas de aquel país como mujeres de “andar indolente, de miradas castas, vestidas como las mujeres del pueblo, con las trenzas tendidas sobre el manto, que ellas llaman pañolón; la mano ociosa contando a las puntas flotantes del manto los goces infantiles o las primeras penas de su dueña”. Sin embargo, María era distinta.

En efecto, se trataba de una joven muy culta, sensible y letrada que se manejaba a la perfección en las técnicas del piano. Manuel José Izaguirre, hermano del director de la Escuela donde Martí ejercía la docencia, describió en una carta dirigida a Gonzalo de Quesada y Aróstegui –amigo del poeta que también participó en la independencia de la isla– cómo fue el primer encuentro del cubano con la joven.

En la carta fechada en 1909, Izaguirre escribió: “Era una joven interesantísima. Llevé a Martí a un baile de trajes, que se daba en casa de García Granados, a los dos días de haber llegado (por primera vez) a Guatemala; estábamos los dos de pie, en uno de los hermosos salones, viendo desfilar las parejas (cuando vimos venir) del brazo dos hermanas señoritas. Me preguntó Martí, ‘¿Quién es esa niña vestida de egipcia?’—'Es María, hija de la casa’ (le contesté). La detuve y le presenté a mi amigo y paisano Martí, y se encendió la chispa eléctrica”.

María García Granados, joven pianista que inspiró la leyenda de la niña de Guatemala

Por su parte, José María Izaguirre la delineó con las siguientes palabras: “Era alta, esbelta y airosa: su cabello negro como el ébano, abundante, crespo y suave como la seda; su rostro, sin ser soberanamente bello, era dulce y simpático; sus ojos profundamente negros y melancólicos, velados por pestañas largas, revelaban una exquisita sensibilidad. Su voz era apacible y armoniosa, y sus maneras tan afables, que no era posible tratarla sin amarla. Tocaba el piano admirablemente, y cuando su mano resbalaba con cierto abandono por el teclado, sabía sacar de él notas que parecían salir de su alma y pasaban a impresionar el alma de sus oyentes”.

María y el cubano habían congeniado a la perfección y quedado maravillados el uno con el otro. Mientras que Martí se sintió cautivado por su belleza, dulzura e inteligencia, la joven quedó maravillada con la delicadeza y sensibilidad del poeta.

A un par de meses de haberse conocido, el cubano le escribió el poema María, donde una de sus estrofas versa: “Siento una luz que me parece estrella, / Oigo una voz que suena a melodía, / Y alzarse miro a una gentil doncella, / Tan púdica, tan bella que se llama ¡María!”.

Varios documentos de la época -como cartas y textos posteriores de Martí- sugieren que lo suyo fue más que una amistad. Sin embargo, el cubano habría sido claro con ella respecto a su compromiso previo con Carmen y sus deseos de hacer valer su palabra.

En la misma carta enviada a Gonzalo de Quesada y Aróstegui, Manuel José Izaguirre describió así la dinámica que veía en la relación de ambos: “María García Granados (…) se enamoró apasionadamente de nuestro Martí (…) María, viendo que Martí no se daba por enterado de las insinuaciones, se le declaró ella misma, y él le contestaba con franqueza ruda: ‘No puedo, estoy comprometido con Carmen’”.

Una muerte difusa: el pilar fundamental del mito de la niña

Esos ocho meses fueron breves pero intensos. En diciembre de 1877, José Martí regresó a México para, finalmente, oficializar su matrimonio con Carmen Zayas Bazán el día 20 de ese mes. En enero del año siguiente, el cubano volvió a Guatemala. Esta vez, regresaba casado y acompañado de su esposa.

No volvió a concurrir a la casa de los García Granados. Los días pasaban y María no tenía ninguna señal de Martí. En una breve nota que le envió al escritor, la joven le reprochaba: “Hace días que llegaste a Guatemala, y no has venido a verme. ¿Por qué eludes tu visita? Yo no tengo resentimiento contigo, porque tú siempre me hablaste con sinceridad respecto a tu situación moral de compromiso de matrimonio con la señorita Zayas Bazán. Te suplico que vengas pronto”.

Aun así, Martí nunca volvió a verla. El 10 de mayo, y con sólo 17 años, María falleció. Durante la época se dijo que la joven había muerto a raíz de una enfermedad respiratoria pre existente. La historia oral difundida en la familia cuenta que la adolescente aceptó la invitación de una prima para ir a nadar a un río cercano a su casa, aunque por esos días se encontraba un poco constipada. Al volver, la exposición al frío habría empeorado su condición, causando así su muerte prematura.

María García Granados, joven pianista que inspiró la leyenda de la niña de Guatemala

Su deceso causó conmoción en la comunidad, pues se trataba de una joven reconocida por su talento y respetada en los círculos intelectuales de la ciudad. Y aunque no llegó a verla en vida, Martí sí llegó a presenciar el sepulcro.

Sin embargo, la versión que más trascendió sobre la muerte de María se aleja de las razones médicas. La leyenda cuenta que la joven guatemalteca “murió de amor”, y el mismo Martí fue uno de los mayores impulsores de esta teoría. Varios años después del suceso, en agosto de 1891, el poeta publicó en Nueva York el libro Versos sencillos. En él se encuentra el famoso Poema IX, donde el cubano narra su visión de la muerte de la muchacha.

El texto, conocido popularmente como La niña de Guatemala, dice: “Ella, por volverlo a ver, / Salió a verlo al mirador: / Él volvió con su mujer: / Ella se murió de amor. / Se entró de tarde en el río, / La sacó muerta el doctor: / Dicen que murió de frío: / Yo sé que murió de amor”.

Fotografía del Poema IX, conocido popularmente como La niña de Guatemala, presente en el libro Versos sencillos del cubano José Martí

Por su parte, el testimonio que José María Izaguirre dejó de los hechos también hizo lo suyo. El otrora director de la Escuela Normal Central escribió: “Cuando Martí regresó con Carmen no fue más a casa del general, pero el sentimiento se había arraigado profundamente en el alma de María, y no era ella del temple de las que olvidan. Su pasión se encerraba en este dilema: verse satisfecha, o morir. No pudiendo verificarse lo primero, le quedaba el otro recurso. En efecto, su naturaleza se resintió del golpe, fue decayendo paulatinamente, un suspiro continuo la consumía y, a pesar de los cuidados de la familia y los esfuerzos de la ciencia, después de estar algunos días en cama sin exhalar una queja, su vida se extinguió como el perfume de un lirio”.

Ciertamente, no existen pruebas suficientes como para acreditar que la joven se suicidó o que haya fallecido como consecuencia de un estado depresivo profundo. La poesía de Martí contribuyó a alimentar la leyenda, que tiene repercusiones hasta la actualidad.

Un reportaje del medio Siglo 21 expresó que la tumba de “la niña de Guatemala” es una de las más visitadas del Cementerio General del país. Según contaban los funcionarios del campo santo, sus restos no sólo recibían visitas en el Día de los Fieles Difuntos. Por el contrario, era habitual que las jóvenes se acercaran a su lápida para pedirle a la niña “que se les cumpla el amor”.

Tumba de María García Granados en el Cementerio Central de Guatemala. Recuperado de lajiribilla.cu

Incluso consignan el testimonio de un jardinero que afirmó haber visto a una señora que, sin cruzar palabra, lo guio hasta el panteón de María para luego desaparecer. Asimismo, oyeron anécdotas que hablaban de una mujer con semblante triste que se aparece sólo para “pedir que adornen la tumba de la joven enamorada”.

Aparentemente, se trató de un amor que nunca se pudo consumar. Sin embargo, la niña de Guatemala siguió apareciendo en la literatura de Martí hasta el final. Además de los poemas, se dice que una de las protagonistas de Amistad funesta, la única novela escrita por el cubano, está inspirada en María.

Se trata de Sol del Valle, una joven estudiante que Keleffy, un apasionado pianista, conoce en una tertulia artística donde la muchacha se encontraba interpretando varias piezas en el piano. En el libro, Martí describe así el primer encuentro entre ambos personajes: “La miró, la miró con ojos desesperados y avarientos. Ella era como una copa de nácar en quien nadie hubiese puesto los labios. Tenía esa hermosura de la aurora, que arroba y ennoblece. Una palma de luz era”.

Retrato digitalizado y a color de María García Granados. Arreglos hechos por Pavel Néstor Lominchar

Más adelante, el pianista le confesaría a la joven que su amor era imposible, pues él estaba infelizmente casado. Como consecuencia, ambos debían separarse.

Es bastante conocido que la relación de Martí con su esposa Carmen fue bastante tormentosa. Ella estaba muy enamorada y comprometida con el poeta, pero tenían diferencias que generaron varios quiebres maritales. Se dice que uno de sus últimos desencuentros estuvo motivado por la publicación de Versos sencillos. Aparentemente, leer los textos donde el escritor se refería a María le generó bastante incomodidad y tristeza.

En una de las misivas que componen la colección epistolar de Martí, y tras el quiebre definitivo de su matrimonio, el poeta le escribió a un amigo: “y pensar que sacrifiqué a la pobrecita, a María, por Carmen, que ha subido las escaleras del consulado español para pedir protección de mí”.

Sea como sea, es indudable que los breves meses en que el apóstol cubano y la joven guatemalteca cruzaron sus vidas marcaron, de una u otra forma, el alma de uno de los intelectuales más importantes de toda América Latina.