Columna de Marcelo Contreras: Fatiga de material
El lado b de los músicos populares en la carretera se parece más a un circo polvoriento de carpa agujereada, que a las comodidades de la primera clase. La imagen glamorizada de una banda viajando como acaudalados piratas con un séquito de asistentes y groupies en un avión privado -las clásicas postales de The Rolling Stones y Led Zeppelin-, son excepciones extraordinarias.
Con 58 años James Hetfield se siente viejo y rompe en llanto en el escenario, inseguro de sus capacidades en directo tras cuatro décadas de monumentales giras, bramando metal pesimista. Un reportaje de la revista Rolling Stone revela que Taylor Hawkins, el fallecido baterista de Foo Fighters, tenía serias dudas sobre continuar a los 50 tocando con la energía y estampa de un veinteañero amante de las olas -su rúbrica-, cumpliendo un calendario saturado de fechas por el mundo entero. Enrique Bunbury, de 54, interrumpe su gira de despedida recién iniciada porque la garganta forzada ya no reacciona. Videos en Youtube dan cuenta del lamentable estado de las cuerdas vocales de Jon Bon Jovi, que a los 60 años parece haber perdido irremediablemente la voz, protagonista de extenuantes giras como New Jersey Syndicate Tour entre 1988 y 1990, con 238 conciertos en 28 países. Lo mismo David Coverdale (70) embarcado en un tour de despedida de Whitesnake, ofreciendo retazos del voluptuoso despliegue al micrófono que le dio fama.
Están aquellos que perdieron la audición por abusar de los decibeles sin la protección adecuada como Pete Townshend, Noel Gallagher y Eric Clapton; las lesiones permanentes como sucedió con Eddie Van Halen y sus caderas pulverizadas, a punta de saltos espectaculares en el escenario; parecido el caso de Prince, acostumbrado a los tacos para disimular la baja estatura, ejecutando toda clase de piruetas que terminaron destrozando sus rodillas. Como consecuencia, se atiborró de calmantes hasta morir.
Un reporte del diario El País reveló la sordera padecida por integrantes de bandas como Ska-P y Los Eenemigos, por años de ensayos en salas mal acondicionadas acústicamente, y giras a todo volumen. Con un zumbido incesante en los oídos, intentan que su condición sea considerada como enfermedad laboral.
El lado b de los músicos populares en la carretera se parece más a un circo polvoriento de carpa agujereada, que a las comodidades de la primera clase. La imagen glamorizada de una banda viajando como acaudalados piratas con un séquito de asistentes y groupies en un avión privado -las clásicas postales de The Rolling Stones y Led Zeppelin-, son excepciones extraordinarias a un oficio cuya dinámica dominada por el tedio del traslado constante sin tiempo de conocer el sitio donde se brinda el show, esperando largas horas para chequear sonido, seguido de otro rato de aburrimiento para finalmente subir al escenario por un par de horas. De ahí a matar el tedio con drogas, alcohol y destruyendo hoteles, como lo hicieron generaciones de músicos rock iniciados en la juventud, no hay mucho trecho.
No todos los artistas poseen la misma fortaleza para enmendar hábitos o adecuar sus posibilidades físicas y madurar el carácter. Robert Plant se vio obligado a reinventar su estilo vocal y moderar la conducta barbárica de sus primeros años. David Bowie acomodó el material a medida que avanzaba el tiempo. Elton John y Chris Cornell recurrieron a cirugías, cediendo rango y brillo.
Conviven en esta delicada ecuación factores genéticos y mentales. Arrastrando largos periodos de ausencia, lejos de la familia y los amigos, las fiestas y los excesos adormecen los sentidos y engañan a la soledad sólo por un rato, mientras el volumen ensordecedor, las luces, los aplausos, los brindis incontables, las habitaciones de hotel que se suceden a la manera de un confuso carrusel, son tan encantadores como el mismo infierno.