Allá por 2017 Ruben Östlund hablaba sobre el “triángulo de la tristeza”: el término que usan los cirujanos estéticos para referirse a la arruga que se forma en el entrecejo y que se puede corregir mediante una intervención de bótox que no demora más de 15 minutos.
Aunque la historia sufrió algunos ajustes, hace cinco años el cineasta sueco ya manejaba con claridad el ADN de Triangle of sadness: una trama centrada en un hombre y una mujer dedicados al modelaje que le permitiría plasmar su interés por retratar a “personas que intentan lidiar con una industria cínica”.
En esencia, eso es lo que pudieron ver los asistentes a las funciones de la película en el recién concluido Festival de Cannes, donde este sábado su largometraje se impuso con la Palma de Oro, según determinó el jurado liderado por el actor Vincent Lindon. También es probable que su cinta haya terminado siendo mucho más revoltosa y sobrecargada que lo que suponía su premisa, incluso para los estándares del director de Force majeure (2014) y The Square (2017), dos de los filmes más corrosivos que ha parido el cine europeo reciente.
Carl (Harris Dickinson) y Yaya (Charlbi Dean) son una pareja de modelos que lidian con una tensión subterránea que explota en los primeros minutos: ella gana más que él, pero le exige que pague la cuenta de una comida, derivando en una fuerte discusión. Más tarde, cuando la pelea se descomprime pero su relación sigue siendo muy poco convencional, ambos llegan como invitados a un crucero de lujo, donde se encontrarán con verdaderos ricos: un oligarca ruso (Zlatko Buric), una pareja de ancianos británicos (Oliver Ford Davies, Amanda Walker) y otros personajes intragables.
A la cabeza está el capitán del barco (Woody Harrelson), marxista y alcohólico, quien termina por cambiar el rumbo de la tripulación de la manera menos agradable posible. Un giro que mueve a la historia a su tercer y último bloque, fuera de alta mar.
Según la óptica de El Mundo, era la mejor película en competición en Cannes este año. “La más irritante, la más divertida, la más violenta y la más ridícula”, señala. “Es una fábula del capitalismo, pero a medida que avanza se convierte en la mejor representación del caos imaginable. Lo que bien mirado bien podría pasar por moraleja. También es una reflexión sobre cómo el dinero influye en asuntos tan desinteresados como, por ejemplo, el amor. Y la respuesta no quieran saberla. Como poco, desalentadora”.
“Lo que pasa con Östlund es que te hace reír, pero también te hace pensar. Hay una precisión meticulosa en la forma en que construye, da forma y ejecuta las escenas: una especie de inquietud agonizante, amplificada por silencios incómodos o un zumbido de moscas no deseado entre personajes que luchan por comunicarse”, indica Variety, también entregando una mirada elogiosa hacia la cinta.
En tanto, el periódico español ABC celebra los excesos de Triangle of sadness: “Ofrece con una ligereza enorme un panorama completo de las cosas que sabemos de nuestro mundo actual, desde el poder del dinero al poder de la mujer o al poder de las doctrinas, y todo ello expuesto con finura de pensamiento, gruesa y desternillante exposición de él y ningún pudor en eso que vulgarmente se denomina pasarse tres pueblos”.
Otros, en cambio, parecen menos convencidos con la propuesta del cineasta. The Guardian extraña ciertos elementos de sus celebrados títulos previos. “Estridente, poco original y terriblemente deficiente en generar risas genuinas, la nueva película de Ruben Östlund es una sátira europea de mano dura, sin la sutileza y la perspicacia de su película Force majeure, o el poder de su ganadora de la Palma de Oro sobre el mundo del arte, The Square”, argumenta, sentenciando que “este es otro de esos filmes que intentan decirte lo que ya sabes, y no desplegar mucha comedia u originalidad al hacerlo”.
Con su segundo triunfo en Cannes, el director ingresó a un exclusivo club en que están pesos pesados del universo cinematográfico: su compatriota Alf Sjöberg, Francis Ford Coppola, el danés Bille August, Emir Kusturica, el japonés Shohei Imamura, los belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, el austriaco Michael Haneke y el británico Ken Loach.
“Con Haneke coincide también en una mirada cruel sobre el mundo, hecha de una mezcla de amargura, distancia y corrosión”, consigna Página 12. “La diferencia estriba en que Haneke es un director de una gravedad extrema, mientras que Östlund en cambio privilegia la irrisión y un humor que en su nuevo film se vuelve escatológico”.
La alusión no es gratuita: la secuencia principal de la película incluye vómitos y excrementos, lo que generó toda clase de reacciones en el festival francés. “La escena de vómitos más hilarantemente repugnante desde el sketch del Sr. Creosote en El sentido de la vida de Monty Python”, afirma BBC en su crítica.
“Triangle of sadness despotrica y se ríe del estado del mundo durante dos horas y media, lo que es bastante tiempo para una comedia satírica. Pero nunca es aburrida. En parte, eso se debe a que los comentarios políticos son muy astutos y, en parte, a que también tiene una cantidad sorprendente de calidez y matices. Östlund asegura que, si bien las situaciones pueden ser absurdas, las personas en ellas son tan humanas como cualquiera de nosotros”, cierra el medio.