En esos días de inicios de junio de 1962, Chile estaba sumergido en la pasión de multitudes, el fútbol. En las calles, se escuchaban los ecos de las celebraciones, los ‘ceacheí’, los ‘salud’ de los parroquianos y asiduos a los bares, y se veían los cojines al aire por cada gol anotado. El triunfo 3-1 de la selección chilena sobre Suiza, con sendos tantos de Leonel Sánchez y Jaime Ramírez, caló hondo en la hinchada nacional. Era el debut de la “Roja” en el mundial que jugábamos de local.
Y en eso estaban todos, bailando alegremente rock and roll, cuando el 1 de junio de 1962 aterrizó en la loza del aeropuerto Los Cerrillos una leyenda de la música estadounidense. Nada menos que el afamado Louis Armstrong, uno de los músicos más populares hasta ese entonces en el siglo XX. Fue algo así como el antecedente de los megaeventos actuales, cuando nos hemos habituados a ver figuras foráneas desfilando por el país.
El trompetista, según consignó la nota de La Tercera, vino “como parte de un programa de intercambio cultural internacional auspiciado por el Presidente Kennedy”. En América del sur, el hombre de What a wonderful world solo visitó Chile. A su llegada, algo desconcertado, posó para las cámaras con un atuendo de huaso.
Lo de Armstrong fue una visita flash. Llegó en la mañana, se bajó del avión y en esa misma tarde ya estaba tocando. Realizó dos presentaciones en Santiago, el 1 y 2 de junio en la llamada “Carpa moderna” ubicada en la Alameda entre Amunátegui y San Martin, ambas a las 19.00 horas. Luego, el domingo 3, se presentó en Valparaíso, en el velódromo de Playa Ancha. Tras visitar el puerto principal, enfiló de vuelta a su país.
“Satchmo” era uno de los artistas internacionales más famosos de su tiempo. Pero en Chile también habían cantantes consagrados, como Lucho Gatica o Antonio Prieto. La revista Ecran, del 29 de mayo de 1962, comentó al respecto en un artículo llamado La música chilena a través de sus cantantes: “Continuando con el repertorio melódico internacional, uno de los más ‘viejos’ representantes es Raúl Videla, y entre los más jóvenes están Arturo Millán, Rosamel Araya (actualmente en la TV argentina) y Luis de Castro (actualmente en México). Y entre los ‘intermedios’, Arturo Gatica, Sonia y Miriam y Victoria Diva”.
La canción folclórica, antecedente previo de lo que luego sería La Nueva Canción Chilena en la segunda mitad de los 60, ocupaba también un lugar importante por esos días. “Entre los más nuevos (conjuntos) destacan Silvia Infanta y los Cóndores, el Conjunto Cuncumén, Los de Ramón (que además, interpretan folklore latinoamericano). En el folklore humorístico, Los Perlas y Los Caporales. En los estrictamente folklórico, Margot Loyola y Violeta Parra”.
Pero algo grande estaba naciendo: el rock and roll. El frenético ritmo ya comenzaba a contagiar a entusiastas coléricos y calcetineras. Poco a poco en la música chilena empezaron a proliferar cantantes que de cierta manera buscaban imitar a Elvis Presley, el ídolo del momento. En esa cuerda, por lejos el más destacado era Peter Rock. Pero también surgieron otros que llevaron el popular ritmo a escala masiva. Nacía la “Nueva Ola”.
Casi en paralelo al campeonato deportivo, en otra cancha, la musical, irrumpía también uno de los fenómenos artísticos más sobresalientes de nuestra historia.
“En los últimos tiempos ha surgido el número más grande de jóvenes ases del disco, cuyas grabaciones se las pelea la juventud: Danny Chilean, los Carr twins, Pat Henry y sus Diablos Azules, Nadia Milton…y Fresia Soto (la “Brenda Lee” chilena”)”, detalla Ecran.
Por esos días, la canción que reventaba los charts era El rock del mundial, de los Ramblers, bailada una y otra vez a rienda suelta en los “malones” que animaban los jóvenes de la época. “En cuanta reunión social juvenil tocaban la canción, y todo el mundo gritaba el coro ‘Goool, gol de Chiiiile’. Era una verdadera fiesta, fue una especie de carnaval. Sonaba a cada rato en las radios durante el mes que duró el Mundial”, recuerda a Culto el periodista y locutor Patricio Bañados.
Por supuesto, el single era una especie de himno no oficial de la Copa del Mundo. Solo hay que revisar el ranking de discos de Ecran correspondiente al mes de mayo (publicado el 12 de junio). Los tres primeros lugares: El rock del mundial; luego Good luck charm, de Elvis Presley (comercializada con el título en castellano Amuleto); y Linda muchachita, de la cantante estadounidense Connie Francis. Recién en el puesto 8 hay otro chileno, el cantante de boleros Lorenzo Valderrama.
Ecran, originalmente una revista de Cine, era una de las pocas publicaciones especializada en espectáculos de la época. Esto además de las páginas que los periódicos le dedicaban al rubro. Aún no nacían ni la legendaria revista Ritmo (1965) ni El Musiquero (1964).
Del Cid a los Dálmatas
Como hoy, los íconos del cine ocupaban un lugar crucial en esos días. De hecho, el séptimo arte tenía gran presencia en las páginas de los diarios, con avisos de las películas que se iban tomando la cartelera semana a semana.
En los cines Windsor y Metro California, se presentaba Los caballeros del rey Arturo, con Robert Taylor, Ava Gardner y Mel Ferrer, cinta dirigida por Richard Thorpe. Aunque, a diferencia de nuestros días en que la mayoría de las salas exhibe filmes de la temporada, esta película era de 1953 y narraba las aventuras de los legendarios Arturo, Merlín, Lancelot y Ginebra.
En el Windsor, con éxito de taquilla se presentaba El Cid, dirigida por Anthony Mann, que narraba la historia del legendario Rodrigo Díaz de Vivar, el Campeador. El filme era del año anterior, 1961. En los roles estelares estaban dos actores muy populares en la época. Uno tenía facciones duras y el semblante serio, Charlton Heston, quien había ganado popularidad merced a dos roles: el de Moisés en Los diez mandamientos (1965) y el de Ben-Hur en la película homónima (1959), por el que obtuvo el Oscar al Mejor actor. En esta ocasión, también ocupaba un papel de personaje histórico, al ponerse en la piel de Rodrigo Díaz de Vivar.
Heston no estaba solo. La coprotagonista era una que arrancaba suspiros, la italiana Sophia Loren, quien encarnaba a Jimena, la esposa del Cid. Ese año, uno de los mejores de su carrera, la romana obtuvo el Oscar a la Mejor actriz por su rol en Dos mujeres.
En el cine Rex, se exhibía La dama de la madrugada (1961), con el actor y cantante Dean Martin. En el cine Victoria se presentaba Jerry Lewis, con la comedia El terror de las chicas (1961). En el Lido, triunfaba La Noche, con Jeanne Moreau y el legendario actor italiano Marcello Mastroianni.
No todo era Hollywood. El 11 de junio el Cine Santiago estrenaba Los amores de soledad, protagonizada por la popular diva mexicana María Félix, “María Bonita”, quien estaba acompañada del actor Francisco Rabal.
Pero también habían películas para los pequeños de la casa. En el Astor, se exhibía 101 Dálmatas, de Disney. Sí, la cinta es original de 1961, y en 1996 la misma compañía realizó un remake con las voces de Glenn Close como Cruella de Vil y Jeff Daniels como Roger Dearly.
El retorno de la Carmela
“¡Justicia divina!” fue el grito de Julio Martínez al relatar el zapatazo de Leonel Sánchez que abrió la cuenta ante la URSS en Arica, por los cuartos de final del torneo. Fue triunfo 2-1 y el carnaval se desató en todo Chile.
Especialmente para la ocasión, y “solo por 9 días”, la compañía Teatro de Ensayo presentó la obra musical La pérgola de las flores, escrita por Isidora Aguirre y musicalizada por Francisco Flores del Campo y que había debutado solo dos años antes. “Es la esencia misma de Chile”, señalaba La Nación.
Para la ocasión, la Carmela era interpretada por la misma actriz que le dio vida originalmente, Carmen Barros. Una de las más reputadas del medio.
El teatro, por entonces, ocupaba un lugar importante en los espectáculos nacionales. De hecho, en las páginas de los diarios se anunciaban las obras, y la revista Ecran incluía crítica de teatro.
Los libros, sin ser especialmente cubiertos por la prensa de la época, tenían su lugar. Por esos días, según consigna la revista Ecran del 5 de junio de 1962. La publicación elaboraba un listado con los volúmenes más vendidos según la empresa editorial Zig Zag. En el primer puesto estaba Los crímenes de Stalin, de León Trotsky; luego, El imperio socialista de los incas, de Louis Baudin; en tercer puesto una novela: El castillo sobre la arena, de Jan Valtin; La noche en el camino, de Luis Durand; y la Antología del cuento hispanoamericano, de Ricardo Latcham.
Todo esto antes que tomara cuerpo la masificación de la televisión en nuestro país, pero esa es otra historia.