Columna de Marisol García: Que suene lo raro
Se persiste en aplaudir el caudal de acceso a música e información sobre ésta que con tanta generosidad nos ha brindado la web, olvidando que la cultura online ha disparado también nuevos sentidos —tanto menos serios— para lo que debemos considerar como referencia. O catálogo. O descubrimiento. Entre links está lo revelador, pero también lo extravagante, lo idiota y lo inútil.
“En la casa de mi amigo sueco”, “Para intentar dormir luego de ver una película de terror” y “Cosas que nunca decir si atiendes una línea de emergencia de suicidio” son algunos de los títulos agrupados en la cuenta @SpotifyWeird, que en Twitter presenta listas de canciones diseñadas bajo los más disparatados conceptos. Por ejemplo, “Eres Hitler en 1945 en los últimos días de la II GM” incluye algo de Sting (“Russians”, obvio) y “Adolescente deprimido en high-school” se extiende hasta los 117 tracks. Dista de ser lo más extraño sobre música en internet.
Hay también, activos, un buscador de melodías para sacarse de encima una canción pegajosa (Unhearit), un catastro de tracks que en Spotify tienen cero reproducciones (Forgotify), algo así como un traductor a sonido de los contenidos de Wikipedia (Listen To Wikipedia) y una webzine que celebra, en fotos y textos, “el glorioso trasero de Bruce Springsteen” (Butt Springsteen).
Se persiste en aplaudir el caudal de acceso a música e información sobre ésta que con tanta generosidad nos ha brindado la web, olvidando que la cultura online ha disparado también nuevos sentidos —tanto menos serios— para lo que debemos considerar como referencia. O catálogo. O descubrimiento. Entre links está lo revelador, pero también lo extravagante, lo idiota y lo inútil.
¿Composiciones generadas por inteligencia artificial? No tienen ya ninguna novedad. Mejor conocer la “Canción más indeseable” (“Most unwanted song”), que tres creadores articularon a partir de lo que diversas encuestas muestran son los recursos de sonido y de letras más odiados por la gente (spoiler: se inicia con un arpa). ¿Subgéneros sólo conocidos entre especialistas? En <everynoise.com> hay un mapa de más de 1300 casos, con audios y vínculos de asociación entre “psicodelia forestal”, “neurofunk” y “trap búlgaro”. Y tal como en Cameo.com puede pagarse por tener un saludo personalizado en video de José Feliciano ($327.878), Boy George ($246.525) o Smokey Robinson ($451.963); en <tecompongotucancion.com>, 210 euros devuelven una canción original con las características adaptadas a los gustos de cada cliente.
Ante una obra de arte “ojalá pudiéramos quitarnos el cerebro y usar sólo los ojos”, dicen que decía Picasso. Pues, también hay música sin intelectualidad asociada. En una sociedad de mercado, música y tecnología se alían no sólo para alcanzar nuevas cumbres creativas, sino también para satisfacer eventuales excentricidades o banalidades por las que se está dispuesto a pagar. El tiempo de ocio frente a la pantalla le añade a esa innovación marginal a los grandes cauces una disposición sin límites, de lo más raro a lo aun más. Acaso todos estos desvíos sean en realidad mucho más novedosos que el ascenso del trap. Lo extraño como demanda (y oferta). Lo secreto como tendencia. En <www.weirdomusicforever.com> pueden conocerse a decenas de cantautores solistas que expresamente no quieren llegar a ser famosos. Músicos raros para oídos ídem. La escucha de los que sobran.
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