Era una veinteañera rubia descendiente de noruegos. En esa edad donde la palabra explorar es la más pronunciada, o pensada, la idea de Siri Hustvedt era buscar un mentor o mentora. Una persona referente con quien discutir sus siempre crecientes dudas intelectuales. La idea era entablar una relación dialogante.
Probó con académicos hombres y mujeres, y nadie la tomó en cuenta. Mantuvo el ejercicio cuando cursaba un postgrado en Literatura Inglesa, en la Universidad de Columbia. Ahí, se acercó a una de las profesoras mujeres que había. Pero la académica la rechazó de forma algo hiriente: “¿Qué estás haciendo en una escuela de postgrado? Te pareces a Grace Kelly”.
Años más tarde, en una entrevista con iNews, en 2022, todavía recordaba el hecho: “Nunca me he parecido en nada a Grace Kelly…Una buena amiga mía que conoció a la profesora más tarde me dijo que ella tenía un problema con las mujeres bonitas”. Finalmente, su búsqueda de mentor tuvo resultado con un académico de Historia intelectual rusa.
La anécdota es parte de los ensayos que componen el volumen Madres, padres y demás, que la destacada autora estadounidense publica en nuestro país a través de Seix Barral. En ellos, Hustvedt habla de su familia “real y literaria”, porque aborda tanto los lazos de sangre como los intelectuales, que tanto la identifican.
De alguna manera, esa búsqueda de mentor estaba emparentada con una idea filial. “Sospecho que mi fantasía de un mentor era afán en tanto de reconocimiento como de reparación. Se sirve de deseos primarios porque la relación mentor/discípulo reproduce la de progenitor/hijo, pero en una etapa posterior de la vida y de una forma más consciente”, comenta en uno de los ensayos, llamado Fantasmas mentores.
Neurociencia y feminismo
Nacida en Minnesota en 1955, Hustvedt ha alternado su vida entre el gigante del norte y temporadas en Noruega e Islandia. Fue allí, a los 13 años cuando se encontraba en Reikiavik, donde definió que lo suyo era la escritura, en esas noches en que el sol no se ponía nunca y todo su panorama era la lectura. Su padre era profesor de Lengua y Literatura Escandinava, por lo que el acercamiento a los libros estuvo a la mano.
Desde ahí, inició una destacada trayectoria que la vio recibir el Premio Princesa de Asturias de las Letras, en 2019. En la ocasión, se le galardonó por ser “una de las más ambiciosas del panorama actual de las letras”. En sus ensayos ha abordado problemáticas como la filosofía, el feminismo y la ciencia, también ha publicado poesía e interesantes novelas, como Los ojos vendados (1992), su título más elogiado. También Todo cuanto amé (2003) y El verano sin hombres (2011).
El feminismo, por cierto, está presente en las reflexiones de este libro, y además, aborda sin tapujos un tema que le causa molestia: que opaquen su trabajo adjudicándoselo a su marido, el también escritor Paul Auster. “Una peculiaridad de mi historia personal es que se me asignó desde la distancia un mentor que no es, no fue y no ha sido nunca mi mentor: mi marido. Yo soy la humilde alumna de esa fantasía que aparece con frecuencia en artículos, reseñas, ensayos y otros tipos de noticias literarias itinerantes y entrevistas”, escribe.
Y lo ejemplifica citando además su interés en la ciencia: “Palabras de un periodista en Chile en 2017: ‘¿Sus conocimientos de la neurociencia le vienen de su marido? El señor Auster lee sobre neurociencia, ¿no?’. El señor Auster no ha leído un artículo de neurociencia en su vida”.
Ese interés por la ciencia también lo tradujo en textos sobre la pandemia del coronavirus. Relata que tanto ella como su marido se contagiaron del Covid-19, días después de haber efectuado un seminario sobre psiquiatría narrativa, en Nueva York, donde ambos residen. “Los síntomas persistieron durante un tiempo, pero nunca fueron graves. Nos recuperamos”. Por lo mismo, se ha mostrado crítica de la gestión del expresidente Donald Trump al respecto, de quien cuestionó sus políticas aislacionistas y tardías. “La incapacidad de la Administración Trump para prepararse para una pandemia inevitable, para escuchar a los virólogos, los epidemiólogos y los expertos en salud pública y actuar con decisión y rapidez cuando surgió la amenaza; la incompetencia, el caos y las mentiras que han acompañado cada decisión…son el resultado directo de una ideología que, junto con su xenofobia, racismo y misoginia, resulta profundamente antiintelectual”.
Una abuela y tres madres
También escribe sobre su abuela paterna, Tillie, hija de inmigrantes noruegos. “Era huraña, gruesa y formidable” y la recuerda como una mujer intensa. “Cuando se reía lo hacía a carcajadas, rumiaba por razones que solo ella conocía, aireaba a gritos sus opiniones a veces alarmantes”. Pero sobre todo, recuerda a su madre, Ester, quien falleció el 12 de octubre del 2019. A ella le dedica uno de los ensayos más extensos del libro, el conmovedor Un paseo con mi madre.
En el texto, habla del especial vínculo que mantuvieron. Ester tuvo que someterse a una mastectomía debido a un cáncer de mama y le dijo a Siri que quería mostrarle cómo había quedado. Y así fue: “Se quitó la blusa y el sostén y me mostró la larga cicatriz donde había estado el pecho. El hecho de que me enseñara sin tapujos la desagradable pero curada herida tuvo un fuerte impacto en mí. La mutilación corporal es cosa seria. Todavía la veo de pie delante de mí, con su postura erguida y una expresión resuelta en el rostro”.
También habla de otras madres, las literarias. Por ejemplo, menciona su gran admiración por la autora estadounidense Djuna Barnes a quien le escribió una carta en 1980 siendo estudiante del postgrado, y para su sorpresa, le contestó un mes antes que falleciese. De ella dice que es su “mentora fantasma”. También hay referencias a Jane Austen (en Dejó caer la pluma) y a Emily Brontë (en El enigma de la lectura).
De algún modo, en Madres, padres y demás, Hustvedt echa a la caldera todas sus obsesiones, o casi. En charla con El País comentó que hay cosas que dejó fuera por tener un tono menos próximo, que es lo que marca este libro, de ágil lectura. “Todas mis preocupaciones esenciales están ahí, aunque debo hacer una precisión. Durante la pandemia pensé que sería interesante reunir un volumen con los ensayos más accesibles, dirigidos a un público inteligente e intelectualmente curioso, pero que no era necesario que tuviera una formación rigurosa en genética, neurología o psiquiatría. Dejé fuera del libro los ensayos más técnicos, que aparecerán en otro volumen”.