En una breve parte de la novela Sábado, Ian McEwan relata cuando el protagonista choca su auto de manera abrupta. En dos páginas narra el episodio, que podría verse solamente como eso, como un hombre que choca un auto. Pero el texto inevitablemente me llama la atención y subrayo esas cuatro frases porque me recuerdan, de manera antojadiza otras dos lecturas anteriores que tienen que ver con la ansiedad, la ansiedad como concepto, como sensación y origen.
Las tres lecturas sucedieron en paralelo, e inevitablemente creo que esta coincidencia no es casual y que tratan de dilucidar mi rara reflexión sobre la ansiedad. Le cuento esto a un amigo que es filósofo y me comenta que no es una coincidencia, sino es otra cosa. Es el mundo, sí el mundo que se está manifestando y revelando para decirme una verdad. Es él quien pone el tema y no al revés.
La primera lectura es Hacer la noche de Constanza Michelson, en las primeras páginas del libro menciona que la ansiedad es adelantarse a los hechos, al futuro, y la sensación de no poder controlarlo. Además escribe: “Hemos construido imperios, pero hemos perdido la paciencia (…) El gran problema del ser humano es no poder quedarse quito en una habitación (…) La vida humana se abre con paciencia (…) La ansiedad es un apremio por definir, diagnosticar y categorizar el mundo”.
Con esta lectura, pienso que la ansiedad aparece como bicho que sube y baja y que no nos deja quedarnos quietos. La sensación de que nuestra cabeza se mueve a otro ritmo que el cuerpo, que no podemos quedarnos quietos en una pieza, o más bien en nuestra propia cabeza.
La segunda lectura es una columna de Roberto Merino que se llama Vuelta al agua, y habla sobre la ansiedad, pero desde otro punto de vista: “Qué extraño embrollo es la ansiedad (…) Una especie de invasor (…) Yo tengo mi propio consejo de autoayuda para casos como éste: busca los cursos del agua y quédate un rato en la soledad escuchando ese ruido expansivo y primordial. Hay una restitución ahí, parecida a un olvido benéfico”.
Merino también habla de este bicho que se mete como un embrollo en la cabeza, como un ser externo, una especie de invasor que llega sin avisar. Lo que más me gusta de la columna es la manera que entrega luces y resuelve desde su punto de vista la ansiedad, es decir, con el contacto con la naturaleza. Quizás ese espacio del agua pueda reemplazar ese otro ruido. La naturaleza como escape y sobre todo como una nueva forma de reconstrucción o restitución. Y quizás, y solo ahí seamos capaces de frenar esta especie de invasor.
Por último y como decía antes, en Sábado, el pequeño texto que subrayé a primera vista no tendría relación con la ansiedad, pero sin duda y sin una razón concreta, me hacen pensar en ella. En esta escena McEwan simplemente cuenta cuando el protagonista, Perowne, sufre un accidente de auto: “Es el chirrido de superficies de planchas de acero que se hunden bajo la presión producida por dos coches cuando entran en un espacio donde sólo cabe uno (…) Al Mercedes le han despojado de algo original y prístino que no podrá devolverse ni con la mejor reparación del mundo”.
En estas frases de la novela Sábado aparece una clave sobre la ansiedad. Es, sin duda parecida a la sensación de dos autos que entran forzosa y obligadamente en un espacio donde solo cabe uno. La ansiedad, en este sentido son dos pensamientos simultáneos y en disputa en donde solo debería entrar uno. Dos pensamientos de intranquilidad que chocan constantemente.
Con esto irremediablemente me pregunto su origen, o el momento exacto que entró a nuestras vidas, la primera vez que sentimos ansiedad. Entonces ¿qué edad teníamos cuando entró?, ¿qué edad teníamos cuando la descubrimos y catalogamos?. Y de qué manera reaccionamos cuando la vemos acercarse y cómo la enfrentamos. Porque, como dice McEwan, desde el momento en que la concientizamos y sentimos físicamente se nos ha despojado para siempre algo original y prístino: la capacidad de estar en paz.