La tarde del 4 de diciembre de 1965, Philip Norman, un reportero veinteañero e inexperto del periódico inglés Northern Echo, llegó hasta las mismas narices del camarín que resguardaba a los cuatro Beatles en la previa de un show en Newcastle, en pleno frenesí mundial por el grupo, aunque la puerta apenas estaba custodiada por un guardia ya anciano.
De pronto, aparece el propio Paul McCartney masticando chicle y lo invita a pasar para iniciar una entrevista fuera de toda planificación. El resto de sus compañeros acepta sin reparos.
“Es que eran muy amigables. Yo no era un periodista de renombre. Yo los seguí hacia su camarín, especialmente a Paul, y todos fueron muy amigables conmigo, a excepción de George, quien solamente se quedó sentado mirando televisión y viendo Los Vengadores. Sin embargo, todos me hicieron sentir muy bienvenido, incluso él. Yo había recientemente escrito sobre The Beatles, en un diario más bien local, y aparentemente ellos habían leído mi biografía y sabían de mi amor por las guitarras. Paul también me pasó sin problemas su clásico bajo Höfner modelo violín para que lo tocara, y para que viera que no era tan pesado y era fácil de mover en el escenario. En general, me sentí muy cómodo, era como si me hubiera podido quedar ahí todo el tiempo que quisiera”, rememora Norman (79) en conversación con La Tercera.
Pero dentro de esa vorágine con carne de hito, Norman dice que logró detectar diferencias: “Paul se movía de un lado a otro antes de comenzar la entrevista, como si estuviese buscando a alguien, él se veía más activo, y si bien yo no era consciente de que él fuese diferente, sí notaba un aire distinto, se veía mucho más refinado que los demás, más sofisticado, y al mismo tiempo parecía ser el que más disfrutaba de la locura de la Beatlemanía. Yo los vi tocar en Portsmouth un tiempo antes, y los minutos al comienzo de la presentación eran realmente un caos, los gritos... Mientras comenzaba la música, alguien lanzó un oso de peluche al escenario, él lo tomó y lo sentó sobre su bajo, dejándolo ahí durante toda la presentación. Él parecía disfrutar de la atención, de la adulación más que los otros”, califica el también escritor.
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Casi 50 años después, alrededor de 2015, Norman -ya consagrado como uno de los mayores biógrafos musicales del planeta, con libros sobre John Lennon, Elton John, Mick Jagger y el colosal Paul McCartney: la biografía, la más completa que se haya escrito sobre el artista- llegó hasta otro show del músico en Inglaterra, esta vez sólo como público, sin hacer guardia en camarines, pero pudo concluir casi lo mismo: Paul seguía disfrutando de los escenarios como pocas figuras del cancionero popular. Inquieto, reluciente y vigente.
“Al final yo era el que estaba cansado, porque fueron tres horas de concierto. Yo necesitaba salir de ahí, ¡estaba agotado! La gente lo ovacionaba de pie y pedía más. De hecho, tuve que irme por la salida de emergencia (se ríe)”, recapitula Norman. En lo concreto, McCartney nunca ha disminuido la intensidad y el ritmo de sus presentaciones en vivo, como un tótem que a los 80 años se resiste a bajar el telón.
Basta mirar el calendario reciente para corroborarlo: el 28 de abril inició en Spokane, Estados Unidos, su última gira, bautizada simbólicamente como Got Back, un retorno a los escenarios tras la hibernación pandémica, que hasta ahora acumula 16 fechas y recitales cronometrados en cerca de dos horas 40 minutos, a lo largo y ancho de 36 canciones. El periplo rematará la próxima semana en el festival inglés de Glastonbury, el más importante del orbe.
Parece que Macca se ha arrojado sobre sus hombros en los últimos años la responsabilidad de ser el último gran guardián que puede mostrarle al mundo el más grande patrimonio musical del siglo XX. Es cierto: Ringo Starr (81) también sigue de gira, pero su protagonismo en los Fab Four fue distinto. Lo de Paul parece el último esfuerzo de un sobreviviente por narrar la historia tal como la vivió.
“Paul se ha convertido en el embajador de The Beatles en el siglo XXI. Y ha hecho un gran trabajo”, define también en contacto con La Tercera el autor estadounidense Peter Ames Carlin, el otro gran biógrafo del cantautor, con otro imperdible libro aparecido en 2009 y esta vez en referencia al lugar en el que quedó McCartney tras las muertes de John Lennon (1980) y George Harrison (2001).
Luego sigue: “Paul ES música porque él finalmente ayudó a crearla según el modelo que entendemos hoy. Puedes verlo cuando está en el escenario, su rostro se enciende de alegría, su cuerpo parece vibrar. Es entonces cuando está más vivo, cuando realmente es él mismo. No lo conozco personalmente, pero lo he visto muchas veces en los últimos 46 años (empezando en 1976 en la gira de Wings) y lo vi el mes pasado en Seattle. Fue increíblemente genial, incluso al borde de los 80″.
Norman también tiene una tesis al respecto: “Tras la separación de Los Beatles, todos en algún momento renegaron de esos años, pues fueron años horribles, difíciles, de una gran carga por la fama que tenían, incluso después de la ruptura. Todos pasaron por una etapa de negación por mucho tiempo. Y Paul, gradualmente comenzó a tocar más canciones de la banda. Uno pensaría que ya no tiene nada que probar, pero él necesita probarse a sí mismo, básicamente que aún tiene la atención de la gente, como siempre le gustó. Tú tienes que pensar que todos creían que The Beatles sería una moda pasajera, que duraría algunos años y ya, pero no fue así. Paul siente que tiene que demostrar que aún existe esa magia, y es por eso que hace conciertos sin pausas, sin tomar un sorbo de agua, solamente para probarse a sí mismo, y eso es una señal de que es un genio, pues los genios nunca están satisfechos con ellos mismos, saben que siempre pueden ser mejores”.
Además, el inglés subraya otro rasgo de importancia: para él, Macca fue el más golpeado por el fin de la agrupación en 1970, como una herida a la que le costó mucho más sanar en comparación a sus compañeros, embarcados rápidamente en aventuras solistas de éxito.
“La gente suele pensar que para Paul fue sumamente fácil comenzar una nueva carrera con su esposa Linda y Wings, pero la realidad es que, para él, la separación de la banda fue mucho más traumática que para los demás. Es más, él veía venir el término de The Beatles y, durante una estadía en Escocia con su familia, tuvo un colapso nervioso, e incluso estuvo muy cerca de transformarse en un alcohólico, por lo afectado que estaba. Él fue quien más tardó en comenzar una carrera solista y no fue hasta 1973 que realmente lo hizo, mientras que John ya estaba en 1969 haciendo álbumes con Yoko, y George lo mismo en 1970. E incluso Ringo tuvo un par de éxitos. Entonces Paul realmente tuvo que esperar para conseguir su éxito, no fue nada fácil”.
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Como si la mirada en retrospectiva permitiera reordenar hechos y acentuar matices, el propio hombre de Hey Jude ha encabezado en las últimas décadas proyectos que le han permitido no sólo mantener viva a su banda madre, sino que reforzar su rol en la épica artística más fascinante del siglo XX. Quizás el más notorio de ellos es Get Back, el extenuante documental de Peter Jackson en Disney+ que muestra las sesiones de grabación de la banda en 1969, las que después culminarían en el disco Let it Be y en el célebre recital en la azotea del edificio Apple.
Ahí McCartney asoma a cada instante como el motor que no está dispuesto a que su grupo naufrague, así como el genio que en cuestión de minutos puede inventar un himno universal.
Peter Ames Carlin acota: “Me gustó mucho, por muchas razones obvias. Una de ellas es la claridad con la que podemos ver a Paul en el trabajo justo cuando estaba entrando en una erupción creativa completamente nueva. Puedes verlo despachando canción tras canción, muchas de ellas terminaron en sus discos en solitario. Además, su sensibilidad hacia John y su amor por Yoko, y la evidente preocupación y admiración que John y Paul tenían el uno por el otro, es extremadamente vívida y conmovedora. Es una gran película”.
Norman no cree igual: “No me gustó, es una película ridícula. Es basura. Porque son casi ocho horas sobre las políticas de grabación en la música pop, cuando Jackson hizo lo mismo en torno a la Gran Guerra, con 20 millones de muertes resumidas en dos horas (N. de la R.: se refiere al documental Jamás llegarán a viejos, acerca de la Primera Guerra Mundial). Hay momentos interesantes, pero los Beatles sonaban pésimo, sonaban como una banda tributo la mayoría del tiempo”.
Eso sí, Norman coincide en que el documental pone aún más de manifiesto la simbiosis entre John y Paul a la hora de crear, como un solo cuerpo vinculado por el respeto y la complicidad.
Para él, el núcleo está en un asunto de clase: “The Beatles fueron una banda de dos niveles, como The Rolling Stones. Y estos dos niveles eran definidos por la clase, pues todo en Inglaterra solía definirse por clases. Entonces Lennon, que aparentaba ser un héroe de la clase trabajadora, realmente había sido criado dentro de una clase social más acomodada, así como Paul, que si bien tenía un origen de clase trabajadora, también tenía una madre que era enfermera, y las enfermeras pertenecían a la clase media, por lo que ambos eran realmente de clase media. George y Ringo pertenecían auténticamente a la clase trabajadora, y eso dividía al grupo, lo que derivó en que Paul y John fueran quienes escribieron la mayoría de las canciones. Ahí es donde el poder se dividía”.
Y debido a todo ese tonelaje de registros -y reflexiones- que existen sobre Paul y The Beatles, ambos autores concuerdan que es casi imposible determinar una definición unívoca sobre el ex Beatle. Ames Carlin lo sitúa a la misma altura de Elvis Presley y Bob Dylan en escala de influencia, a su vez que lo observa como una figura de múltiples pliegues, tan genial como ambicioso, tan inquieto como inseguro. “¿No somos todos un poco así? Tal vez él lo es más que el resto de nosotros, ya que ha estado viviendo en un escenario gran parte de su vida”, asegura.
Norman -quien ha podido hablar con McCartney varias veces, incluso obteniendo la aprobación del cantante para su libro- lo perfila como el Beatle sonriente y afable, pero bajo el que se camuflan obsesiones, rivalidades y frustraciones. “Por ejemplo, no le gusta ser visto como el Beatle tradicional y melódico, a diferencia de Lennon, que hasta hoy es apuntado como el vanguardista. Él siempre ha resentido que se lo mire así”, revela. Pero a su vez, advierte que su nombre es tan grande que incluso puede estar por sobre muchas consideraciones: “Ni siquiera puedes definirlo. Es Paul McCartney. Con eso basta”.