No caben dudas de que Jean-Paul Sartre es una de las figuras más relevantes del siglo XX. El autor de La náusea no sólo destacó por su vasta obra filosófica asociada al existencialismo y la literatura de ficción con la que acompañó su empresa del pensamiento.
Su vida personal, igual de inquietante que sus planteamientos sobre la libertad del hombre (que Sartre liga ineludiblemente a la existencia de la conciencia), también ha contribuido a que su imagen sea vista como un personaje extravagante y culturalmente indispensable.
Nacido en el seno de una familia burguesa, ateo y simpatizante comunista -aunque nunca inscribió oficialmente su militancia e incluso mantuvo relaciones bastante ásperas con la fracción francesa del partido-, ejerció como meteorólogo del ejército durante la Segunda Guerra Mundial hasta que fue capturado por los nazis, permaneciendo prisionero de las tropas de Hitler por cerca de un año.
Una versión dice que fue liberado por sus problemas de salud asociados a la visión; otra, que logró escapar durante una cita rutinaria con el oftalmólogo. Lo que sí es cierto es que no dejó de escribir y tomar notas en el tiempo de su cautiverio. Durante la época de La resistencia francesa conoció a Albert Camus, con quien levantó una de las amistades más famosas y polémicas del mundo de las letras.
Tras la publicación del tratado filosófico de Camus titulado El hombre rebelde, Sartre dio rienda suelta a una riña pública que tuvo como tribuna al diario Les Temps Modernes. En una serie de cartas cruzadas, los autores franceses –que durante esos tiempos eran considerados como verdaderos rock stars del mundo intelectual– dejaron más que claras sus diferencias ideológicas y de pensamiento.
Igualmente, integró, junto a Simone de Beauvoir, la pareja más icónica de la filosofía del siglo XX, y vivió la mayor parte de su vida adulta sobrellevando una adicción a la cafeína, el alcohol y las anfetaminas, específicamente a la bencedrina y la mescalina a raíz de una fuerte depresión. Esta última sustancia incluso le provocaba una serie de alucinaciones que lo mantuvieron viendo un séquito de langostas que lo acompañaban todos los días, a las que hablaba e incluso denominaba como “mis amigas”.
Sin embargo, una de las polémicas que marcó más profundamente su carrera fue el rechazo al Nobel de Literatura, el que recibió a pesar de haberse mostrado contrario a las posibilidades de su candidatura desde el primer momento. Una decisión que le trajo elogios y críticas por igual.
El hombre que dijo no al Nobel
Los rumores eran cada vez más fuertes. Las posibilidades de que Jean-Paul Sartre fuera proclamado por la Academia Sueca como el ganador del Nobel de Literatura resonaban fuerte en los medios de la época. Pronto, esas especulaciones (que parecían tener bastante de reales) llegaron a los oídos del aludido.
Quedaba poco más de una semana para que el anuncio se oficializara. Y a pesar de que el tiempo no corría a su favor, Sartre decidió compartir su punto de vista respecto a la situación en una carta dirigida a los miembros de la institución.
En dicha misiva, fechada el 14 de octubre de 1964, Sartre dejaba en claro su desacuerdo con la posibilidad de ser un candidato serio para recibir el premio. Argumentó que, por razones personales y objetivas, no podía -ni quería- ser ganador del Nobel, tanto en esa como en versiones posteriores. Pero la epístola no llegó a tiempo.
Ocho días después, el autor francés era reafirmado como el flamante merecedor del Nobel de Literatura por mérito de su obra, “rica en ideas y llena del espíritu de libertad y búsqueda de la verdad, ha ejercido una influencia de gran alcance en nuestra época”.
La decisión de la Academia desató rápidamente la controversia: Sartre, lejos de retractarse, reafirmó públicamente su postura de rechazar el premio a través de una carta, pagada por él mismo y publicada en el diario francés Le Figaro. “Lamento profundamente el hecho de que este incidente se haya convertido en algo así como un escándalo. Un premio me fue entregado, y yo lo rechacé. Esto sucedió enteramente porque no fui informado lo suficientemente pronto de lo que estaba pasando”, comienza la declaración del intelectual existencialista.
“Cuando leí en el Le Figaro del octubre 15, en la columna del corresponsal sueco, que la decisión de la Academia Sueca se dirigía hacia mí pero que no había sido aún determinada, supuse que, al escribir una carta a la Academia, la cual envíe el día siguiente, podría aclarar las cosas y no habría más discusión. En ese momento no era consciente de que el Premio Nobel se otorga sin consultar la opinión del destinatario, y creí que había tiempo para prevenir que eso sucediera. Pero ahora entiendo que una vez la Academia Sueca ha tomado la decisión no puede ser revocada posteriormente”, señala Sartre sobre su intención de solucionar el conflicto antes de que se conocieran los resultados.
En el documento público, el escritor aclara cuáles son esos motivos personales y objetivos que le impedían aceptar el reconocimiento. Sobre los primeros, explica que siempre declinaba los honores oficiales, recordando cuando, en 1945, rechazó la Legión de Honor a pesar de simpatizar con el gobierno francés que entonces se encontraba en el poder.
¿Por qué? En palabras de Sartre, “esta actitud se basa en la concepción que tengo sobre la empresa del escritor. El escritor que adopta una posición política, social o literaria debe actuar únicamente con los medios que le son propios, es decir, la palabra escrita. Todos los honores que puede recibir expone a sus lectores a una presión que no considero deseable. Si me designo a mí mismo como Jean Paul Sartre no sería lo mismo si me designara Jean Paul Sartre, ganador del Premio Nobel”.
Para el francés, “el escritor que acepta un honor de esta clase se involucra a sí mismo con la asociación o institución que lo ha honrado”. Bajo esta lógica, pone como ejemplo que sus acciones futuras podrían comprometer a toda la institución que entrega el reconocimiento. “El escritor debe, por lo tanto, negarse a dejarse transformar en una institución, incluso si esto ocurre bajo las más honorables circunstancias, como es en el presente caso”, complementa.
Sin embargo, y de manera bastante respetuosa, el autor es claro al señalar que su decisión no representa, bajo ninguna circunstancia, un desprecio en particular por la Academia Sueca y la importancia del Nobel como distinción. Por el contrario, explica que, a pesar de sentir mayor simpatía con las instancias orientales, su postura pasa por no aceptar reconocimientos de ningún lado. Esto, en el contexto de la guerra fría, con Estados Unidos y la Unión Soviética disputando y polarizando su influencia en el resto del mundo.
Aun así, no desaprovecha la oportunidad de criticar el sesgo “occidentalista” del premio, dando como uno de sus ejemplos la hasta entonces ausencia de un Nobel para el poeta chileno, Pablo Neruda. “Sé que el premio Nobel en sí mismo no es un premio literario del Bloque Occidental. Pero es de lo que está hecho. Además, pueden ocurrir eventos que están por fuera de los terrenos de los miembros de la Academia Sueca. Esta es la razón por la cual, en la presente situación, el Premio Nobel se mantiene objetivamente como una distinción reservada para los escritores de Occidente o los rebeldes de Oriente. No ha sido otorgado, por ejemplo, a Neruda, quien es uno de los más grandes poetas latinoamericanos. Nunca ha habido una cuestión seria de dárselo a Louis Aragón quien ciertamente se lo merece”.
“Es lamentable que el premio haya sido entregado a Pasternak y no a Sholokhov, y que la única obra honrada de la Unión Soviética debiera ser publicada en el extranjero y censurada en su propio país”, agrega.
En el texto, el existencialista también alude a la polémica que podría suscitarse en caso de contradecir su postura y aceptar de todas formas el premio: “No quiero decir que el Premio Nobel es un premio burgués, pero tal es la interpretación burguesa que inevitablemente se daría en ciertos círculos con los que estoy muy familiarizado”, señala. Además, explica que el compromiso que implica la suma de dinero que acompaña el título también le hacía sentir incómodo. “Renuncio a 250 mil coronas porque no deseo ser institucionalizado ni en occidente ni en oriente”, indica.
La carta termina con las siguientes palabras: “Esta es la razón que ha hecho tan doloroso para mí tanto la concesión del premio como el rechazo que estoy obligado a hacer. Deseo terminar esta declaración con un mensaje de sentimiento de camaradería para el público sueco”.
Por regla general, la información en torno a las nominaciones y selecciones para el Nobel suelen tratarse con bastante hermetismo por parte de la Academia. Pero el 2014, a 50 años de la polémica decisión que confirió el reconocimiento literario a Sartre, los archivos de esa versión de la premiación fueron desclasificados para el público.
Así, y según informó el periódico sueco Svenska Dagbladet, la misiva de Sartre llegó a manos del comité cuando la decisión ya estaba tomada. En efecto, el jurado había rectificado al escritor como ganador el 17 de septiembre de ese año, en una carrera donde su nombre compitió con autores como el ruso Mikhail Sholokhov, que ganó al año siguiente, y el poeta británico W.H. Auden, en un universo total de 76 candidatos.
El medio sueco también señaló que la elección estuvo lejos de ser unánime. Por el contrario, hubo bastante ambivalencia sobre si declarar o no como ganador a Sartre, e incluso se especula que, si la carta del francés hubiese sido enviada antes de ese 17 de septiembre, el resultado podría haber sido distinto.
Finalmente, entre controversias y opiniones divididas, Sartre se convirtió en el primer galardonado en el área de la literatura que rechazó voluntariamente uno de los reconocimientos más importantes del mundo intelectual. Esto, a pesar de que once años después intentó, sin éxito, cobrar el dinero otorgado por la Academia a través de un enviado especial.
Alabado y criticado: las repercusiones públicas del rechazo
Aunque Sartre lamentó que la situación se prestara para generar polémicas, sus palabras no fueron suficiente para evitar las habladurías de la época. La prensa hizo bastante eco del “desaire” del escritor, e incluso aprovechó para esbozar teorías sobre las supuestas razones que habrían detrás de su negativa.
Una de las que más eco generó fue que se trataba de una suerte de venganza en contra de la Academia Sueca, que unos años antes -en 1957, para ser exactos- le entregó la distinción a su antiguo amigo Albert Camus, quien sí acudió a recibir el Nobel.
Otra, argumentaba que su rechazo tuvo que ver con su relación con Beauvoir, argumentando que la verdadera razón era que el autor no quería despertar celos intelectuales por parte de su pareja, que, cabe destacar, es una de las filósofas y pensadoras del feminismo más importantes de la historia.
El rumor más realista decía que se trataba de una mera estrategia para ganar dinero, pues todos querrían comprar los libros del escritor outsider que tuvo el coraje de rechazar un premio de tal renombre, pese a que sus obras ya gozaban de éxito antes de ser sindicado con el galardón.
Los juicios puramente negativos también tuvieron cabida: que se trataba de un gesto de soberbia, que era incapaz de reconocerse como un intelectual más y que se trataba de una actitud digna de un sabelotodo, ateo y de ideales izquierdistas que se creía superior al resto.
Aun con todas las reacciones negativas, sí hubo quienes consideraron el acto de Sartre como una muestra de consecuencia proveniente de un pensador disruptivo, que, ciertamente, llegó para interpelar a todo el mundo con sus planteamientos. Y, a pesar de todo, se trata de una de las anécdotas más comentadas del mundo intelectual.