Fue en plena madrugada, a las 3.15 según el testimonio del coronel Eugenio Necoechea. A esa hora del 6 de junio de 1837, el todopoderoso ministro Diego Portales Palazuelos fue ultimado por un grupo de militares amotinados que se oponían a ir a la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana, animada justamente por Portales.
Su cadáver, desnudo y despedazado, fue encontrado posteriormente en el cerro Barón, en Valparaíso, lugar donde fue asesinado. Los culpables directos, el coronel José Antonio Vidaurre y el capitán Santiago Florín (hijastro del anterior) fueron enjuiciados y condenados a muerte.
Pero la muerte del pragmático comerciante y político (aunque siempre aseguró que las cosas políticas no le interesaban) es un hecho que hasta hoy sigue siendo revisado por la historiografía nacional. Por ello, el historiador Gonzalo Serrano del Pozo, Director de Postgrado de la Facultad de Artes Liberales de la Universidad Adolfo Ibáñez, acaba de publicar ¿Quién mató a Diego Portales?, vía RIL Ediciones, donde se adentra en los recovecos del hecho con un análisis interpretativo.
“La tesis central del libro es que existen suficientes antecedentes para dudar de que aquellos fueron acusados y condenados por el crimen Diego Portales, hayan sido, efectivamente, los culpables”, explica Serrano en charla con Culto. Para ello, Serrano por ejemplo mira los enemigos que se fue ganando dentro del seno del mismo gobierno conservador de Joaquín Prieto, por lo que su muerte debió sacarle más de una sonrisa a alguien dentro de La Moneda.
Serrano lo explica así: “Durante sus primeros años en el gobierno, Diego Portales tenía un círculo de confianza, pero en los últimos meses, cuando se declaró la guerra y se hizo cargo de varios ministerios, se fue quedando cada vez más solo, hasta transformarse en un déspota con un poder que parecía incontrolable”. En ese sentido, apunta a “la pérdida de su círculo de amigos y consejeros políticos conformado por Diego José Benavente, Manuel José Gandarillas y Manuel Rengifo”.
“No hay que olvidar que Diego Portales estaba alejado a los círculos tradicionales que conformaban el Gobierno. Despreciaba a la élite y a la aristocracia terrateniente que la componía. Sus cartas están repletas de comentarios despectivos hacia este grupo que habitaba en Santiago”, agrega Serrano.
En este sentido, Serrano también cita las aprensiones del juez José Antonio Álvarez, a cargo del proceso contra los culpables del crimen. “Como hombre se me partió el alma al ver el cadáver de Portales; derramé sobre él lágrimas muy sinceras, hubiera dado mi vida por haber resucitado a este hombre tan grande, que nos prestó servicios eminentes, dignos de mejor suerte; pero como chileno, bendigo la mano de la Providencia que nos libró en un solo día de traidores infames y de un ministro que amenazaba nuestras libertades”.
El mártir que valió una guerra
Por ello, para Serrano la muerte de Portales en cierto modo le resultó funcional a la administración de Joaquín Prieto. “La situación del gobierno mejoró porque flexibilizó algunas medidas del terror impuestas por Portales, como la modificación de los consejos de guerra permanentes...la muerte de Portales no solo era útil porque les despejaba el camino, sino porque además permitía a los conservadores tener un mártir”.
Serrano agrega a Culto otro factor. Hizo que la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana tuviese el apoyo que hasta ese momento, no tenía. “El crimen favoreció al gobierno porque inmediatamente su muerte fue atribuida a Andrés de Santa Cruz, líder la de la Confederación Perú-Boliviana. Entonces, la Confederación, que antes era solo una amenaza, se sintió como algo real e hizo popular la guerra, transformándola en una causa nacional”.
Pero, ¿de verdad tenía fundamento la participación de Andrés de Santa Cruz en el crimen? Serrano explica: “Generalmente, se olvida que, durante esta guerra, hubo un grupo de emigrados peruanos que eran contrarios a la Confederación y Santa Cruz. Ellos participaron activamente en su denostación, la demonización de su proyecto desde la prensa chilena y en acusarlo de estar detrás del asesinato. Sin embargo, a juzgar por las cartas del boliviano, no tenía sentido asesinar a Portales, principalmente, porque tenía claro que con su muerte no se acababa la guerra”.
Por ello, como Portales era el nuevo mártir republicano, es que a los culpables se les realizó un juicio sumario, rápido y lapidario, que estuvo prácticamente amarrado desde el inicio. Serrano incluso habla del (in)debido proceso, porque pareció más una puesta en escena que un trabajo del Poder Judicial. “De la misma forma como sucede hoy en día, cuando ocurre un crimen de connotación pública, los gobiernos se ven en la necesidad de buscar, encontrar y castigar a los autores lo más pronto posible. En este caso, extender el proceso implicaba profundizar en las causas del levantamiento en Quillota, cuestionar al gobierno y la campaña militar contra la Confederación”.
Hasta el final, el coronel Vidaurre negó haber dado la orden de matar a Portales, porque era consciente que tenerlo con vida era una especie de seguro. “Juro por mi honor que ni con el pensamiento ha incurrido en ese crimen que no tenía objeto, pues la persona de ministro nos servía de muchas garantías, aunque hubiéramos estado en la peor situación”, dijo el oficial en el proceso.
Sin embargo, ello contrasta con las declaraciones del capitán Florín. Serrano señala: “Hay evidencia de que Florín no actuó por motivación propia, sino porque le llegó la orden de que sus hombres ejecutaran al ministro. La pregunta clave es quién la envió y por qué. Debemos recordar que esto se produjo en la oscuridad de la noche, en medio de un cerro, con las arengas, gritos y disparos que se escuchaban desde el puerto de Valparaíso”.
Por ello, es que en este trabajo Serrano plantea una revisión de lo que se ha dicho de la muerte del ministro, yendo más allá del motín de Quillota, aunque no se casa con ninguna interpretación. “Hay muy buenos trabajos sobre Diego Portales, desde la biografía clásica que escribió Vicuña Mackenna, hasta la última publicación sobre el estudio de sus cartas de Adán Méndez. Sergio Villalobos, Julio Pinto, Gabriel Salazar, Alfredo Jocelyn-Holt, por nombrar algunos, han aportado a desmitificar su imagen. En este caso, el aporte es desclasificar el proceso y que el lector juzgue si tenía sentido que sus captores asesinaran a Portales cuando era su única moneda de cambio. Mi intención es que el lector, luego de leer el libro, quede con más preguntas que respuestas y saque sus propias conclusiones”.