Columna de Marisol García: Música entre barrotes

Keith Lamar

Freedom First tiene ya una marca histórica difícil de sustituir: ser el primer disco -y, hasta ahora, único- que en parte fue compuesto, interpretado y grabado en confinamiento solitario a la espera de una ejecución de Estado. Su principal autor, Keith LaMar, recibirá una inyección letal en noviembre del próximo año.



No será un álbum que alcance récords de reproducciones ni reoriente estilo musical alguno. Pero Freedom First tiene ya una marca histórica difícil de sustituir: ser el primer disco -y, hasta ahora, único- que en parte fue compuesto, interpretado y grabado en confinamiento solitario a la espera de una ejecución de Estado. Su principal autor, Keith LaMar, recibirá una inyección letal en noviembre del próximo año, condenado por su responsabilidad en varias muertes ocurridas durante un motín carcelario de 1993 (de las que él se declara inocente).

Existen decenas de canciones y discos “de cárcel” merecedores de la escucha; de las célebres grabaciones de Alan Lomax en la Penitenciaría Estatal de Misisipi en 1958 (Negro Prison Songs) a los mixtapes que en los últimos años hace circular el rapero Drakeo the Ruler (condenado por asociación ilícita delictual) gracias al sistema telefónico interno de la Cárcel Central Masculina del condado de Los Ángeles.

Las circunstancias en las que se grabó y editó Chacabuco (1975), de Ángel Parra (y compañeros), ofrecen una asombrosa crónica histórica sobre prisión política luego del Golpe en Chile. Y qué sería del recorrido del blues sin lo que algunas de sus mejores voces experimentaron tras las rejas. A veces, la música la ha puesto quien está de visita: “Hello, I’m Johnny Cash” y la ovación que le sigue dan la conocida largada al encendido registro del recital de enero de 1968 que el man in black les dio a los internos de la Prisión de Folsom (California); y en Chile es recomendable pesquisar Rock & Rejas: Sonidos desde la cárcel, registro de una gira de 2003 por nueve prisiones de la Región Metropolitana a la que se sumaron, entre otros, Pettinellis, Sinergia, Guiso, DJ Raff y Solo di Medina, y Mauricio Redolés.

Es sin embargo un desvío de esa tradición lo que ahora ha hecho Keith LaMar, ciudadano con 33 de sus 51 años tras barrotes, estudiante autodidacta de literatura y de jazz (A love supreme, de Coltrane, le representó un hito de supervivencia, asegura) y autor de una autobiografía-denuncia (Condemned); hoy en cuenta regresiva para su pena de muerte en la Ohio State Penitentiary.

Freedom First actúa en parte como una alerta hacia lo que los músicos profesionales involucrados en el proyecto consideran ha sido una condena irregular. La música, entonces, no es (sólo) evasión, consuelo ni refugio, sino la constatación de una injusticia, lanzada para inquietar a los responsables. Algo así como una tercera vía del canto de las cárceles, con un objetivo de concientización al que no le basta el puro registro. Canciones de apoyo a condenados por causas dudosas las tuvieron ya Bob Dylan (Hurricane) y hasta John Lennon (John Sinclair), y el principal aliado de Lamar para su disco, el pianista catalán Albert Marqués, está seguro de que este trabajo puede ganarse un Grammy.

Pero toda proyección suena al fin a frivolidad para un disco que parte con un monólogo que anuncia: “… estás escuchando mi última voluntad y testamento: la consumación de todo lo que he soportado, aprendido y conquistado”. Es autoría en un auténtico extremo, y por lo tanto única. Música en otra dimensión de la palabra ‘desesperanza’.