Fue una caída mientras veraneaba en Austria, en 1899. El escritor y periodista estadounidense Mark Twain sufrió unas fracturas en su cuerpo tras irse por un barranco. Unos campesinos del lugar lo encontraron y lo llevaron a una vivienda para que se recuperase. El panorama, según escribió el autor de El príncipe y el mendigo, no era muy alentador. “Había un pueblo a una milla de distancia y un doctor de caballos vivía ahí, pero no había cirujano. Se veía un mal panorama. Lo mío era definitivamente un caso de cirugía”.

En eso, quienes le acogían comentaron que en el mismo pueblo se encontraba una compatriota suya, de Boston, quien era una “Doctora de la Ciencia Cristiana”, y que podría curar cualquier cosa. Algo sorprendido, y viendo que no tenía muchas más opciones, Twain accedió a que la consultasen. Junto con las fracturas también se encontraba resfriado, por lo que su presencia le urgía. Al rato, volvieron con una respuesta insólita: “Ella podía darme un ‘tratamiento en ausencia’ y venir en la mañana. Por mientras, me rogó que me tranquilizara y que me pusiera cómodo y que recordara que no me pasaba nada”.

En rigor, la mujer pertenecía a la llamada Primera Iglesia de Cristo Científico, y a su doctrina le llamaba Ciencia Cristiana. A la mañana siguiente fue a verlo y Twain se quedó de una pieza cuando ella le señaló: “La materia no tiene existencia. Nada existe, excepto la mente. La mente no puede sentir dolor, solo puede imaginarlo…El dolor es irreal, por lo tanto, el dolor no puede hacer daño”. Por ello, como los sufrimientos no existían, bastaba la fe en Dios para sentirse aliviados de cualquier mal. Más aún, cuando le consultó qué remedios recetaban, lo que escuchó fue un grito: “¡Nunca damos ninguna medicina en ninguna circunstancia!”.

Sorprendido por haberse topado por este credo que renegaba de la ciencia, una vez recuperado de sus fracturas –gracias a un médico de caballos que finalmente llegó a verlo– Twain hizo lo que mejor sabía: escribir. Por ello, publicó una serie de artículos en periódicos de los Estados Unidos donde atacaba los preceptos de esa particular iglesia. Algo así como los antecedentes de los antivacunas.

Hoy, un libro editado en Chile compila esos escritos de Twain. Se llama Ciencia Cristiana y llega a las librerías a través de La Pollera Ediciones, con traducción de René Olivares Jara. En sus páginas, Twain usa un estilo claro y directo para poner sus impresiones: “La científica cristiana no fue capaz de curar mi dolor de estómago ni mi resfrío, pero el doctor de caballos lo hizo. Esto me convence de que la Ciencia Cristiana pretende demasiado. En mi opinión se debería dejar las enfermedades en paz y limitarse a la cirugía”.

Twain era un hombre curioso y tenía un genuino interés por la ciencia y la tecnología. De hecho, gran parte de las ganancias que obtuvo por sus libros célebres, como Las aventuras de Tom Sawyer (1876) o Las aventuras de Huckleberry Finn (1884) las invirtió en inventos como la compositora Paige, que prometía sustituir el trabajo de los tipógrafos. Pero fue un fracaso y quedó obsoleto por la linotipia. Además, tuvo una cercana amistad con el inventor Nikola Tesla. Por ello, que un credo tuviera como norte que los dolores no existían seguro debió intrigarlo.

La Ciencia Cristiana fue fundada en 1866 por una dama estadounidense, Mary Baker Glover Eddy, quien tras haber caído al hielo y golpearse fuertemente la cabeza en Lynn, Massachusetts, se recuperó de sus lesiones sin una explicación médica, ya que no respondía a los tratamientos. Para ella, se debió a su lectura de la Biblia durante esos días. Ello le bastó para afirmar que la materia que nos rodea no sería real, que lo verdaderamente real es Dios. Más aún, que el mundo y nosotros mismos somos pensamientos de Dios. Por ello, la enfermedad es una ilusión de la mente.

Dinero y autodeificación

Pero volvamos a Twain. En sus escritos comentó que si bien esta iglesia afirmaba que la materia no tiene existencia, vaya que reconocían que el dinero sí existía. “La Fundación Ciencia Cristiana de Boston no regala nada. Todo lo que tiene es para vender. Y los términos de la transacción son en efectivo. Y no solo efectivo, sino efectivo por adelantado. De comienzo a fin en la literatura de la Ciencia Cristiana, ninguna sola cosa (material) en el mundo es reconocida como real, excepto el Dólar. Pero a lo largo y ancho de sus anuncios, esa realidad es reconocida con entusiasmo y persistencia”.

Incluso, sin haber hecho nada, la mujer que lo visitó le cobró 1 dólar por fractura que supuestamente soldó. “Le di un cheque imaginario y ahora ella me está demandando por una gran cantidad de dólares. Parece incoherente”, escribió Twain con su habitual ironía.

Además, Twain denunció el ánimo déspota de su fundadora para manejar la iglesia. “La Sra. Eddy es la única funcionaria en toda la organización que tiene el más mínimo poder. En su Manual, ha proporcionado una gran cantidad de maneras y formas por medio de las cuales puede deshacerse de cualquier funcionario del gobierno cuando quiera. Todos los funcionarios son sombras, salvo ella. Ella es la única realidad”. Y agrega una comparación con la iglesia Católica: “Ella tiene un control tan absoluto sobre todas las Iglesias Filiales como lo tiene sobre la Iglesia Suprema. Este poder excede al del Papa”.

Añadió: “Parece que la Sra. Eddy es una científica cristiana muy poco sólida y necesita disciplina. Creo que tiene una grave enfermedad: la ‘autodeificación’”. Y fue enfático al señalar a su juicio cuáles eran los verdaderos credos de esta iglesia: “Su dios es la Sra. Eddy primero, luego el Dólar. No un Dólar espiritual, sino uno real”.

Este libro de Twain tiene una resonancia muy acorde a estos tiempos. Así lo comenta a Culto Nicolás Leyton, editor de La Pollera: “En este libro Mark Twain problematiza sobre un problema muy vigente y que tiene que ver con el choque entre espiritualidad y ciencia. No es él quien los plantea como opuestos, pero en su ejercicio de develar el funcionamiento de esta Ciencia Cristiana pone en evidencia las contradicciones en las que caen estos grupos en su afán de capturar adeptos. Hay antecedentes que los miembros de la Ciencia Cristiana estuvieron entre los primeros que se opusieron a la vacunación, por ejemplo, ya que las enfermedades -y la sanación- eran asuntos mentales. Algo que hemos vuelto a escuchar como argumento en estos últimos años pandémicos”.

Sigue leyendo en Culto