A la altura de Mentira Nórdica, una de las canciones del último álbum Trinchera, publicado en abril, el sonido comenzó a desmoronarse. El grupo continuó inmutable hasta que Adrián Dargelós (53), con esa cancha eterna que irradia como si fuera capaz de encender un cigarrillo y exhalar frente a un hongo atómico, explicó que debían suspender por un rato para solucionar los baches incontrolables. La banda argentina se retiró del escenario del teatro Caupolicán repleto la noche del sábado por unos 15 minutos.
Al regreso con Deléctrico, un clásico de una de sus obras cumbres -Jessico (2001)-, persistieron los violentos chasquidos y los apagones de una parte considerable de la amplificación. Nuevamente Dargelós desenfundó una sonrisa pícara en busca de paciencia y comprensión, pidiendo otros diez minutos.
Algunos en el público comentaban entre palabrotas y maldiciones que la productora a cargo, Lotus, era la misma tras el accidentado show de los sobrevivientes de Soda Stereo en mayo último en el estadio Monumental, con gruesas caídas del sonido. En este caso, según explicaron desde Lotus, se interrumpió la señal entre consolas.
Para ser justos, Babasónicos ha enfrentado unos cuantos incidentes en escenarios locales, en su larga relación con Chile. El 31 de agosto de 1997 el teatro Mauri de Valparaíso, hirviendo de público, quedó completamente a oscuras dos veces en un vibrante concierto de los trasandinos. El 17 de febrero de 2005, debutando en el festival de Viña del Mar, la banda se lanzó a tocar antes de tiempo cuando la transmisión televisiva estaba en comerciales, no se sabe si una suerte de prueba de sonido a la rápida o una gruesa descoordinación. El 21 de octubre de 2016, celebrando 25 años de trayectoria en la gira Impuesto de fe, con un espectacular montaje de 360º, Dargelós se precipitó del escenario en medio del memorable estribillo de Yegua -”algunas noches, soy fácil”-, obligando a suspender el show por un rato.
A pesar de los contratiempos, parte de esta bitácora de reactivación de la industria musical en vivo tras dos años de inactividad, Babasónicos se impuso con la categoría de siempre gracias a este formato de combo musical masivo de siete integrantes. Dieron vida y color a la tibieza del trigésimo álbum Trinchera, el cual se llevó la mayor parte del generoso listado de 29 canciones con siete cortes. Es tanta la confianza en esta última carta, que abrieron y cerraron con Bye Bye, contenedora de uno de los mejores versos de 2022 -”hazme el amor hasta el amanecer y después bye bye”-.
Con los años, Babasónicos ha relajado la puesta en escena. Antes permanecían en puestos inamovibles, excepto Dargelós y su hermano Diego “Uma” Rodríguez, siempre movedizos. Ahora el bajista Gustavo “Tuta” Torres se desplaza, se acerca a la batería de “Panza” Castellanos y los teclados de Diego “Uma-T” Tuñón en señal de complicidad y disfrute, como Mariano “Roger” Domínguez, el espigado guitarrista de acordes mínimos y precisos, también escapa de su metro cuadrado. Tampoco se puede descartar que el sábado se movieron más de la cuenta, para saber qué diablos sucedía con el sonido.
Musicalmente la banda sigue fiel y experta a una técnica sumatoria donde ninguno por separado, excepto la voz característica de Dargelós y el bajo siempre sinuoso e inquieto, busca lucimiento sino el beneficio del relato colectivo.
Lo que ha cambiado es el barniz coral que ahora engalana algunas canciones, en particular las nuevas, con pasajes donde el conjunto armoniza mediante épico talante. Es un trabajo todavía en desarrollo, no todos los juegos vocales fueron afortunados en el Caupolicán, pero promete mejoras y variables en un cancionero del mejor pop rock en nuestro idioma. El tiempo confirma a Babasónicos como la última gran banda argentina que siempre vale la pena ver.