El panorama, aunque triste, se hacía cada vez más evidente: las constantes indisposiciones y comportamientos erráticos de Syd Barrett, miembro fundador y principal motor creativo de los primeros años de vida de Pink Floyd, eran insostenibles hacia 1967 y 1968.
En búsqueda de una solución, los músicos de la banda decidieron que lo mejor sería encontrar a alguien que pudiera reemplazar el rol de Barrett en las presentaciones en vivo. Así, el guitarrista y voz podría contar con un tiempo para recuperarse, participando en las grabaciones y conciertos que sólo él desease. Una especie de fórmula similar a la que utilizaron los The Beach Boys con Brian Wilson, que, lejos de los escenarios, siguió ejerciendo como compositor de la banda.
Así, David Gilmour, amigo de Roger Waters y Barrett desde su época colegial, se incorporaba en 1968 como el quinto Floyd. Pero la “solución” no tardó en comenzar a fallar. Pero, como era de esperar, Barrett estaba lejos de mejorar. Por el contrario, se ensimismaba cada vez más en su eterno estado de trance y lograr que tuviera un buen desempeño durante los shows y grabaciones era imposible.
La banda dio apenas cinco conciertos con aquella formación. Entre lamentos y el impulso de un manager que alegaba que la situación no era económicamente viable, Syd fue entonces relegado del grupo que vio nacer. Posteriormente tuvo una breve carrera como solista que vio como frutos dos álbumes, The Madcap Laughs (1970) y Barret (1970), cuyas canciones fueron producidas por David Gilmour, y una banda de apoyo bautizada como Stars que no prosperó, dando pie a su retiro definitivo -y temprano- de la música. Sólo tuvo un fugaz retorno en 1974, donde dejó una serie de grabaciones en los estudios Abbey Road a petición de varios artistas que lo admiraban, entre ellos, David Bowie.
Sin embargo, lejos de caer en el olvido, su nombre se alzó como una de leyenda viva del rock. Un auténtico ejemplo de cómo un genio podía perderse dentro de su propia cabeza. Las composiciones posteriores de Pink Floyd no hicieron más que alimentar esa condición mitológica y de mártir: aunque ya no estaba cerca de ellos, el declive de Barrett fue una de las fuentes de inspiración más potentes para Roger Waters, que asumió el rol de letrista en la segunda era del grupo.
Shine on you crazy diamond es el homenaje por excelencia de Pink Floyd a su ex compañero: desde el significado de sus versos (”Recuerdo cuando éramos jóvenes, / tú brillabas como el sol / Ahora tienes esa mirada en tus ojos, / como agujeros negros en el cielo”) hasta el sutil ocultamiento de nombre en las iniciales alternadas de la canción.
Incluso guarda una de las anécdotas más difundidas de la banda. Mientras grababan el álbum Wish you where here (1975), un hombre totalmente calvo y con las cejas rapadas se acercó a la sala de control. Su presencia consternó a los músicos, que no entendían quién ese extraño que los miraba, coincidentemente, cuando estaban terminando de registrar aquella canción.
Waters fue el primero en darse cuenta de que esa presencia era nada menos que Barrett, irreconocible ante sus antiguos colegas. Incluso se habría ofrecido a grabar algunas guitarras para la canción, la que supuestamente habría encontrado algo “anticuada”. Esa habría sido la última vez que se encontraron todos. El momento marcó profundamente la propuesta conceptual del disco y película The Wall (publicados en 1979 y 1982, respectivamente), donde el personaje de Pink está inspirado en el ex integrante del grupo.
Para 1978, decidió volver a Cambridge para radicarse en la casa de su madre. En 1982 retornó por un tiempo a Londres, pero sólo para decidir que pasaría el resto de su vida en su ciudad natal. Así, decidió recorrer los cerca de 80 kilómetros de distancia entre ambas ciudades a pie.
Los últimos días del loco diamante
No son muchos los detalles que se conocen sobre cómo fueron sus últimos años, a pesar de que los periodistas y fanáticos solían llegar a las afueras de su casa cada cierto tiempo para intentar sostener alguna conversación con él. Generalmente, esos diálogos terminaban siendo muy breves y poco fructíferos.
Por esos días, volvió a adoptar su nombre de nacimiento (Roger Barrett) y dejó de reconocerse a sí mismo como Syd, alegando que no conocía a esa persona cuando alguien se lo consultaba. Consciente o inconscientemente, deseaba dejar esa etapa de su vida atrás.
Cuando retornó a Cambridge se instaló a vivir con su madre, quien, siempre preocupada por la salud de su hijo, lo instó varias veces a que asistiera a terapia, esperanzada de que la ayuda profesional pudiera traer mejoras en su día a día. Cuando llegó de su peregrinación desde Londres al lecho materno, Barrett pasó una temporada recluido en el hospital psiquiátrico de Fulbourne. Una vez dado de alta continuó atendiéndose como paciente externo. Sin embargo, lo que más le funcionó fue asistir a terapias grupales, hasta que decidió dejarlas de forma repentina y de un día para otro.
En ese tiempo, su mamá estaba convencida de que tener una actividad periódica que realizar podría ayudarlo a mantenerse más estable. Así, la madre de Roger Waters le ayudó a conseguir un trabajo como jardinero en la casa de unos amigos con buena situación económica. Todo iba bien hasta que llegó una nueva crisis: nuevamente de forma repentinamente, arrojó sus herramientas y se fue para no regresar más.
Durante el resto de su vida se dedicó a la pintura, una actividad que cultivaba desde su infancia. Eso sí, lejos de dibujar pequeños bocetos, Barrett solía pintar grandes lienzos que apilaba en su sala de estar, los que eran visibles desde la calle. Y cuando alguno no le convencía, simplemente lo quemaba.
Cuando falleció su madre, Barrett quedó al cuidado de su hermana y su esposo. Como parte de su duelo, tomó varios de sus dibujos y libretas de anotaciones y los quemó, al igual que el árbol que estaba en el patio delantero de su casa: una forma de despedir a su madre, cerrar una etapa y comenzar una nueva.
A pesar de todo, su cuñado y hermana afirmaban que tenía una vida bastante común y tranquila. Iba a comprar al centro en bicicleta, asistía a sus citas médicas y dedicaba sus tardes a pintar, escribir o a trabajar en el jardín. Aunque escuchaba algunos discos, la música nunca volvió a interesarle, al menos no para ejecutarla. Además de recibir una pensión por invalidez, sus ingresos también contemplaban las regalías por su trabajo en Pink Floyd (Gilmour se preocupaba sagradamente de que estas llegaran a su cuenta bancaria).
Una de sus últimas entrevistas fue con un reportero del diario británico The Guardian, que se acercó a su barrio para intercambiar un par de palabras con él. Le preguntó si conocía a Syd Barrett, a lo que el músico respondió: “Nunca he oído hablar de él. ¿Es uno de esos raperos?”.
“Era un genio psicodélico. ¿Eres Syd Barrett?”, le replicó. “Déjame en paz. Tengo que conseguir un poco de ensalada de col”, le dijo Barrett, para luego alejarse de su interlocutor.
Cerca del 2002, el periodista Tim Willis llegó a su casa para intentar conversar con él. Se encontraba redactando una biografía sobre el otrora líder de una de las bandas más trascendentales de la historia del rock. Tras llamar varias veces a su puerta, Barrett salió a ver quién tocaba en calzoncillos.
Cuando le preguntó si seguía pintando, la respuesta fue que no. “No, no estoy haciendo nada. Solo estoy cuidando este lugar por el momento”, le contestó. “¿Por el momento? ¿Estás pensando en seguir adelante?”, agregó Willis. “Bueno, no me voy a quedar aquí para siempre”, argumentó el artista. ¿Aquí en Cambridge o en este mundo?
En julio del 2006, Barrett falleció a los 60 años a raíz de un cáncer de páncreas y de diabetes tipo B, una condición genética que le fue detectada en 1998. Su estado de salud siempre fue motivo de múltiples especulaciones y estudios.
Mientras que algunos argumentaban que sus problemas eran secuela del abuso de drogas psicodélicas, otros creen que ese consumo sólo agravó una condición pre-existente: la esquizofrenia. También se ha planteado que el músico pudo haber pertenecido al espectro autista, específicamente con algún grado de asperger. Nunca se ha confirmado con certeza cuál fue la causa de sus devenires. Lo que sí es seguro es que su vida, fugaz y compleja, trascendió a la historia de la música universal para siempre.