El músico y sociólogo español Hans Laguna gastó casi cinco años de su existencia oyendo, observando y cazando casi todo el material posible de Julio Iglesias en la web, donde no sólo tropezó con registros desopilantes, como aquel en YouTube que muestra al artista bronceado, de camisa blanca y zapatos rojos sin calcetines cantando junto a la estrella country Willie Nelson para un show a beneficio de granjeros endeudados en la América profunda. También notó que no existía ninguna pieza que descifrara en serio el fenómeno cultural que significó el cantante español más popular de todos los tiempos.
“Los periodistas llevan décadas hablando de su estado de salud, la relación que tiene con sus hijos o sus inversiones inmobiliarias. De Julio interesa únicamente su vida. No es de extrañar que los únicos libros que se hayan publicado sobre él hayan sido biografías”, apunta Laguna en el prólogo de Hey! Julio Iglesias y la conquista de América, donde concluye que la ausencia de análisis serios en torno al intérprete se dispara sobre tres vértices: la obnubilación que genera una vida privada que confina a un casillero secundario cualquier evaluación artística; la hegemonía de lo anglo en una crítica que siempre ha mirado los fenómenos hispanos como destellos marginales; y un rechazo por parte de cierta intelectualidad a una figura eventualmente desprovista de toda subversión y valor creativo, una caricatura aplastada por el playback y con un talento vocal cercano al gemido.
“Se puede además señalar la antipatía que un personaje a priori derechoso como Iglesias -cercano a los poderosos, machista y patriotero- despierta en un colectivo, el de los críticos culturales, que suele manifestar una ideología presuntamente progresista”, refiere el autor.
A todo ello en el último lustro hay que sumarle un aspecto menos ponzoñoso: Julio Iglesias como el meme favorito de las redes sociales en precisamente este mes, la mitad del año, ese momento donde se reduce a un chiste viral a veces bueno, casi siempre repetido.
Con casi todo en contra, ¿cómo tomarse en serio la vida y obra del español? Hey! lo intenta cerrando el ángulo en torno a su conquista de Estados Unidos hacia los años 70 y 80, cuando se convierte en una estrella global, adquiriendo a partir de ahí una dimensión que desnuda casi todos sus rostros, desde el ambicioso empresario de sí mismo hasta el hombre que representó al estereotipo del galán en nuestro idioma durante esos días, siendo calificado incluso por la revista Time en 1984 como “el sex symbol de la menopausia”.
Laguna incluso no trepida en encasillar a Iglesias como un pionero de tendencias que explotarían más tarde, como el actual furor por la música latina que encarnan Rosalía o Bad Bunny. Por ello, se encarga de recalcar sus atributos musicales más allá del cliché: ¿es tan mal cantante Julio Iglesias como él mismo lo ha reconocido, diciendo que en sus primeros 25 años de carrera cantaba “como el culo”?
El autor responde que el artista desarrolló una técnica que le permite recrear cierta relación de cercanía e intimidad con el oyente. Lejos de la garganta huracanada de Camilo Sesto o Raphael, Iglesias explotó un registro más conversacional, dominado por el susurro, y por una puesta en escena poco exuberante donde siempre parece estar estático y concentrado: ahí radica parte de su talento. En dejar fluir con naturalidad un rasgo distintivo. De hecho, Laguna insiste en refutar la tesis de Julito como un intérprete mediocre.
Es más: se hace eco de palabras del propio español, quien ha afirmado que lo que él tiene es básicamente “estilo”. Y con eso es suficiente. “Cuando el estilo está ahí, la voz es secundaria. La voz no debe ser perfecta”, es una de las frases que cita. Otra: “los cantantes no vendemos voces, vendemos estilos”.
También admite otra facultad de Iglesias: haber diseñado un “personaje”. Un molde único e irrepetible. Una estrella también acorralada por las contradicciones, tan inseguro como tirano, tan cantante casi por casualidad -en sus orígenes quería ser arquero del Real Madrid- como hombre de ambición voraz para atrapar sus metas. “Lo importante es el personaje. El personaje siempre. Porque está por encima del propio artista. Y en muchas ocasiones es más historia el personaje que su arte. Su mitificación es lo que cuenta”, son parte de las palabras del español abordadas por el texto.
Laguna también despliega los más numerosos ejemplos para timbrar sus afirmaciones, valiéndose de nombres tan diversos como el filósofo Walter Benjamin, el tenor italiano Enrico Caruso o el emblema urbano C. Tangana, como si cada uno de ellos hubiera tenido algo qué decir de la leyenda de Iglesias (pese en muchos casos no guardar ninguna relación). También alude a mercados como Chile, rendido desde un principio a la sombra del intérprete, aunque no apunta a los ya consabidos relatos de, por ejemplo, su paso por la Quinta Vergara; el radar se dirige esta vez hacia la visita que hizo en 1975 a la cárcel de Valparaíso, donde a los presos dijo “comprenderlos” al ser él también un “prisionero de la fama, los hoteles y los aviones”. A cambio, se ganó una rechifla brutal.
Es el personaje Iglesias. El mito que este libro -disponible en los próximos días en Chile y ya en Buscalibre- se aventura a explicar y desenmascarar.